Tres de la mañana a orillas de Chamartín, viernes. Salía yo del estreno pornográfico de Fernando Sánchez Dragó. Tras quince minutos de sadomasoquismo y alguna que otra copa, estaba la mente para pocos ejercicios de halterofilia intelectual. Me dejé caer en el asiento trasero de un taxi y, tras musitar una dirección, derramé la mirada sobre el conductor, las ventanillas y las banderitas que colgaban del retrovisor.

Aquel tipo colocaba la “jota” en casi todas partes y su relato era la continua onomatopeya de una motosierra. Afable, se dejaba interrogar sin oponer resistencia. Que si “noche tranquila”, que “sin demasiado alboroto”… Durante una de sus respuestas, me di de bruces con la pantalla de la radio, que lucía: “Nocturnos de Chopin”. Sobresaltado, le pregunté: “Oiga, ¿iba usted escuchando…?”. Sí, ya lo creo que iba escuchando al bueno de Frédéric.

Mi sorpresa, políticamente incorrecta, es más que comprensible. Hasta alguien más igualitarista que el mismísimo Jesucristo habría pensado que los Rolling o La Polla Records casaban mejor con aquel taxista que los Nocturnos de Chopin. Quizá un podcast de Federico Jiménez Losantos, pero… ¡¿Chopin?!

No se trata de clasismo, sino de prejuicios e intuición. Nuestro protagonista también reaccionó con asombro: “¿Le gusta la música clásica?”. Este mindundi de veintitantos tiene más cara de Melendi que de compositor romántico, debió de pensar.

No recuerdo su atuendo. Valgan mis malditos prejuicios para colocarle una camisa de cuadros, vaqueros y piel tostada. Aunque no había humo, también le pondré un pitillo en la boca. El diálogo fue tal que así:

-Si le parece bien, subo el volumen.

-Claro, por favor.

-Qué curioso. No hubiera dicho que usted…

-Ya, yo tampoco hubiese dicho que usted…

Me desveló que sus Nocturnos eran los que grabó la pianista portuguesa Maria João Pires. Yo le conté que los había escuchado poco, que mis preferidos son los de Arthur Rubinstein. “Sí, también los tengo”. Volvió a dejarme sin aire. Con total naturalidad, como si habláramos del partido del Atleti, me soltó: “Existen otros maravillosos, del sello discográfico X -no lo recuerdo-. La putada es que se les olvidó incluir uno”. Perdón, en realidad fue así: “La putada ejjjjj que se les olvidó incluir uno”. Y me supo a gloria.

Fulano de tal es miembro de una asociación cultural de Vallecas y toca el saxofón. Le da igual una charanga que una orquesta, aunque prefiere lo primero a lo segundo porque no sabe leer partituras. Tira de oído. Brinda con sus amigos para venerar negras, semifusas y corcheas desde hace años. Nos despedimos encantados de habernos conocido.

Ya con los pies sobre el adoquín, aguanté un rato apoyado en el portal. Con el estropajo de la anécdota, procuré borrar del tuétano mis convencionalismos, aunque seguro que siguen ahí pegados, como los restos de la tortilla chamuscada en la sartén que dejamos sin fregar hasta el día siguiente.

Pocas cosas hay más transversales que la música -ni siquiera Errejón- y más inútiles que los prejuicios. O dicho de otra manera: qué poco cateto hay en Vallecas y cuánto gilipollas prejuicioso habita el mundo. Esto no es ninguna moraleja, ya perdonará Samaniego, pero egoístamente he creído que la imagen merecía la pena. Marchando otro Nocturno, maestro. Que una buena sinfonía siempre te acompañe.