El dos de agosto de 1914, Kafka anotaba en su diario: “Hoy Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar”. El pasado jueves, el escritor vasco Fernando Aramburu hacía suyo el kafkiano apunte y escribía en Twitter: “Hoy por fin se disuelven. Por la tarde iré a nadar”.

La anotación de Kafka ha sido prolijamente glosada como paradigma del distanciamiento vital y emocional del genio vienés, que al parecer se desentendía de cuanto ocurría a su alrededor que no tuviera que ver con la literatura. Según este análisis, el bueno de Franz sería un hombre ensimismado en sus ensoñaciones y por tanto un individuo constreñido por su visión monocular.

Como del autor de Patria nadie puede decir que sea una persona ajena al devenir del mundo, y mucho menos a la violencia terrorista y su turba de fanatismos, complicidades y condescendencias, habrá que suponer que su kafkiana revisitación tendía a poner de manifiesto la indiferencia que merece ahora el devenir de los sobrantes de ETA al conjunto de la sociedad.      

He pensado en el tuit de Aramburu al contemplar esta fotografía de la fiesta-despedida que la banda terrorista improvisó el viernes en Cambo Les Bains (Francia). Seis personas con una ikurriña -que no falte- y los cartelitos habituales de Euskal presoak etxera en medio de algo parecido a un ojo de buey, como restos prescindibles -valga la redundancia- de la última actuación de ETA.

Sesenta años de crímenes, casi 900 asesinatos, 16.000 heridos, 10.000 empresarios extorsionados, 40.000 personas amenazadas y 3.300 presos después (343 aún en cárceles), ésta es la foto del final de ETA. Es verdad que ha habido otras instantáneas en las que unos pocos políticos y los denominados observadores internacionales tratan de dar lustre institucional a la podredumbre de un adiós sin arrepentimiento, un adiós en el que la única alusión a las víctimas fue un reproche por haberse negado a hacer de claqué de los verdugos. Pero ninguna otra imagen ilustra tan bien como ésta no ya lo que queda de ETA, sino lo que merece su mundo, presos incluidos.

Desaparecida ETA parecería razonable una revisión de la política de dispersión. Pero como quedan unos 350 crímenes por resolver habrá que ver quiénes se hacen merecedores de tales beneficios y quienes no. Mientras, con calma, vayamos a nadar.