El vídeo que ha acabado con la numantina resistencia de Cristina Cifuentes ha merecido una calificación del todo asombrosa por parte de Pablo Iglesias. El líder de Podemos ataca a quien lo ha publicado con su más feroz e hiriente artillería dialéctica. Pero, ¿ha hecho OK Diario de verdad periodismo de cloaca?

Disparar al pianista, o culpar al mensajero, son dos nefastas estrategias. Si suena mal, la culpa puede ser del vocalista. Además, si le disparan, como en el salvaje Oeste en 1860, no podrá tocar más. Igualmente, si las imágenes grabadas resultan desastrosas para quien las protagoniza, la culpa no es de quien filmó, ni tampoco de quien distribuyó. No era del pianista.

Es evidente que todo el mundo tiene un pasado. Y que algunos son más oscuros que otros. Y también es irrefutable que no resulta sencillo encontrar individuos que se sientan orgullosos de cada una de las acciones que han realizado en su vida. Todos cometemos errores. ¿Quién está libre de ellos?

Pero es incuestionable también que un personaje público con una elevada responsabilidad política, una persona que representa a todos los ciudadanos de una Comunidad, no puede eludir la necesidad de que sus faltas nazcan de la ingenuidad o de la inexperiencia. Que el bochorno provenga, si acaso, de un idealismo mal entendido, o de un tropezón imprevisible debido a un exceso de tolerancia o, tal vez, como consecuencia de un efímero paso por una filosofía impropia. Y, por supuesto, resulta sin duda imperativo que la falsedad no inunde las justificaciones.

Iglesias considera que hay límites en política, y que “no se puede destruir así a un ser humano”. Pero en realidad la responsabilidad de esa destrucción en absoluto recae sobre la Prensa, que se ha limitado a mostrar la humillante situación que vivió la ex presidenta.

El problema no es que se exponga esa realidad; el problema es que existió esa situación cuando Cifuentes era, en mayo de 2011, vicepresidenta de la Asamblea de Madrid.

Cifuentes no obtuvo el máster al que después renunció; y tampoco se puede decir que su olvido en el comercio al llevarse esas dos cremas anti-envejecimiento sin abonarlas previamente resulte ejemplar. Pero sobre todo, lo que no se le perdona, es precisamente, no pedir sinceramente perdón.

Conozco a un psiquiatra que sostiene que la verdad está sobrevalorada. Quizá tenga razón; en cualquier caso, todos estamos encadenados a ella. Cifuentes, también.

Con su cabeza ya rodando hacia la puerta de salida de la política, se debería preguntar qué hubiera sucedido si hubiera admitido; si hubiera explicado; si hubiera pedido perdón y buscado clemencia hace algo más de un mes. Quizá, con una perspectiva menos arrogante y más comedida, hubiera obtenido la indulgencia necesaria para seguir siendo una potencial alternativa a Mariano Rajoy. Pero está claro que, al final, le demos o no el valor adecuado a la verdad, ésta siempre acaba imponiéndose.