Si leen los comentarios que los visitantes dejan en la web de viajes Tripadvisor acerca del Museo del Prado encontrarán a un tal Lorenzo de Málaga que lo puntúa con la nota más baja posible (una estrella de cinco) y que justifica esa valoración con la frase “me esperaba más, y eso que iba con ganas”.

Es obvio que Las meninas de Velázquez, El jardín de las delicias de El Bosco, El caballero de la mano en el pecho del Greco, El 3 de mayo en Madrid de Goya o cualquiera de las restantes 27.000 obras del Prado le han sabido a poco a tan exquisito visitante. ¿Qué debe ser necesario colgar de una pared para que Lorenzo se dé por satisfecho? ¿El cadáver de un unicornio? ¿Los planos de Dios para la creación del universo? ¿El cartel de Transformers 7?

A Lorenzo le sabe a poco el Museo del Prado como a Ada Colau y el separatismo les sabe a poco Manuel Valls. “Perdió las primarias socialistas” dicen de un Valls que ha sido diputado en la Asamblea Nacional francesa, alcalde de la ciudad de Évry durante diez años, ministro de Interior francés y primer ministro de Francia. Como decían Faemino y Cansado, ser campeón no está mal, pero ser subcampeón debe de ser la hostia. 

“No conoce Barcelona y es un facha”, dicen también de Valls aquellos peronistas cuyo mayor mérito profesional es presentarse en chanclas, tarde y con el termo de mate a las reuniones con empresarios internacionales; arrasar el tejido cultural, social y económico de la ciudad; y conseguir que Barcelona encabece todas las listas de las ciudades más antipáticas del planeta para turistas e inversores.

De las famosas primarias, en fin, ¿qué decir que no se sepa ya? Valls perdió en la segunda vuelta frente a un Hamon que representaba al ala más izquierdista del partido, que pretendía pactar con la izquierda radical de Mélénchon, que defendía la renta universal y que, precisamente a causa de lo anterior, se hundió en las elecciones frente a un Macron que, a su lado, parecía llegado directamente del siglo XXXV a bordo de una máquina del tiempo.

Si cambian los nombres de Hamon por Pedro Sánchez, de Mélénchon por Pablo Iglesias y de Macron por Albert Rivera les saldrán las cuentas mejor. En esa comparación, Valls sería Susana Díaz. Es decir, si Susana Díaz fuera una intelectual, no estuviera al frente de un partido corrupto hasta el tuétano, defendiera una economía liberalizada con un fuerte acento social —pero también la mano dura contra la delincuencia y el terrorismo—, hubiera sido primera ministra de su país y tuviera un proyecto para él que fuera más allá de aposentar sus reales en el trono para continuar la obra de Zapatero.

A Valls, si finalmente acepta la oferta de Ciudadanos, se le enfrentará un Alfred Bosch (ERC) famoso entre aquellos que le conocen por su habilidad para esquivar con agilidad felina cualquier actividad que canse. También una Neus Munté (PDeCAT) que, según explicaba Alfons López Tena en la entrevista publicada por EL ESPAÑOL este domingo, tuvo que ser recolocada por su partido en uno de los chiringuitos del régimen nacionalista, previo despido del técnico que ocupaba el puesto hasta ese momento, para que pudiera seguir cobrando la soldada nacionalista de rigor. López Tena, por cierto, lo calificaba de “clientelismo y corrupción”.

También un Jaume Collboni (PSC) cuyo mayor mérito fue hacer alcaldesa a Ada Colau y apoyarla con sus votos hasta que esta le dio la más humillante de las patadas a su partido. O un Jordi Graupera famoso por fingir agresiones policiales durante el 1-O y cuya propuesta estrella para Barcelona es crear un ejército itinerante de trescientos cuentacuentos, es de suponer que independentistas, que recorran la ciudad atormentando a los críos. Por no hablar del dúo formado por Colau y Pisarello, que pasará a la historia de Barcelona como lo peor que le ha ocurrido a la ciudad desde que el nacionalismo puso sus negras zarpas sobre ella.

Por supuesto, queda la duda de que hará Valls, a fin de cuentas un primer espada europeo, si por las razones que sean no alcanza la alcaldía a la primera. La apuesta de Ciudadanos es a todo o nada y pocos ven a Valls ejerciendo de concejal si Barcelona, una ciudad bastante menos exquisita, sofisticada y europea de lo que muchos de sus ciudadanos creen, acaba optando por el habitual nacionalismo agropecuario de Podemos, ERC, JxCAT o el PSC.

Discrepo de los que creen que la alcaldía es pan comido para Valls. La infección nacionalista se ha extendido y el paciente ha demostrado con anterioridad rechazar cualquier terapia de choque civilizadora. No es descartable que entre la medicina y la brujería, Barcelona escoja la brujería. Y aunque no la escoja, está por ver que una alianza entre Podemos y nacionalistas no impida que el ganador de las elecciones ocupe la alcaldía. Valls debe saber que los quistes del enfermo son purulentos y han echado raíces. Costará Dios y ayuda extirparlos.