El mundo de las firmas “de recursos humanos” presenta, quizá por su naturaleza, mayor margen de arbitrariedad que casi cualquier otro sector en el campo de los servicios a empresas. Ciertas actividades organizadas que podrían tener sentido en la formación de empleados chocan con el mínimo respeto al prójimo cuando se trata de procesos de selección.

No tiene nada de malo, y a menudo mucho de útil, plantear juegos de rol en escenarios poco habituales a un grupo de compañeros de trabajo. La razón es evidente para cualquiera que se las haya visto con la gestión de organizaciones: la mayoría de las veces, las necesidades tienen más que ver con cambios de actitud que con la mera introducción de nuevos conocimientos. En cuanto a los típicos cursos de oratoria, trabajo en equipo o gestión del tiempo, tampoco dotan a los asistentes de conocimiento nuevo, sino de nuevas habilidades.

Con gente que ya tiene el empleo, valerse del teatro, la mímica, la música o los deportes de aventura permite, si se plantea con inteligencia, hallar nuevos patrones de relación en equipos organizados por proyectos, o aflorar pericias desconocidas, o desbloquear conflictos, o ser más creativos. En todo caso, se logra que los participantes se vean a sí mismos desde nuevos ángulos.

Pero someter a demandantes de empleo a situaciones insólitas o absurdas es algo completamente distinto. Parece mentira que -al menos durante el último cuarto de siglo-, no hayan dejado los psicólogos (o así) de incurrir una y otra vez en prácticas que pueden herir la dignidad del individuo. Por fortuna, ha caído en desuso la técnica del entrevistador agresivo que psicólogos industriales desaprensivos presentaban como prueba certera, definitiva, del carácter, el aguante o la flexibilidad de sus víctimas.

¿Cómo hay que reaccionar ante un entrevistador que te ofende cuando estás optando a un empleo? He aquí el primer equívoco: es imposible saber si el desconocido al que se tantea se está comportando de acuerdo con su verdadero carácter o según lo que cree que esperan de él. Si fuera el primer caso, ¿ignoraban aquellos supuestos especialistas que los resortes que nos hacen saltar varían tanto como las infinitas experiencias vitales subjetivas?

La última moda es encerrar a los demandantes de empleo en una escape room, a ver cómo se conduce cada cual mientras se van descubriendo las pistas para salir de la celda. Un juego estúpido y a menudo humillante que no dice nada del observado pero lo dice todo del observador.