“War? Uh! Good God, y'all. What is it good for? Absolutely nothing. Say it again”. Edwin Starr.

En esta columna hemos comentado varias veces los errores del proteccionismo, la guerra comercial y el problema que ha supuesto dejar que China fuera campando a sus anchas en su proteccionismo e intervencionismo “porque crecen mucho” ante la falsa expectativa de que, si les dejábamos, cambiarían.

Cuando hablamos de guerra comercial como si fuera una novedad, cometemos un error de diagnóstico. Llevamos años de guerra comercial. Estados Unidos lleva denunciando las barreras comerciales impuestas por China y otros países de manera directa e indirecta desde hace años, con una Organización Mundial del Comercio que no hacía nada al respecto.

Estados Unidos actuaba de manera equivocada, y entre 2009 y 2016 introdujo más medidas proteccionistas que ningún otro país del G-20. La Organización Mundial del Comercio alertó en varias ocasiones, antes de que llegase la nueva Administración, del peligroso aumento del proteccionismo desde 2011.

Lo que se presenta ahora por parte de Estados Unidos es otro error, como ya comentamos. Pero es una táctica de negociación. Agresiva, tipo bulldozer y desde luego criticable. Pero es una táctica. De ahí la moratoria a la Unión Europea, Canadá, México y Corea del Sur en cuanto a los aranceles.

Y en mi opinión, es más que probable que Estados Unidos gane este desafío, este duelo al amanecer en el que lo más probable es que nadie dispare… Porque las pistolas están cargadas de deuda, no de pólvora.

China necesita mucho más el superávit comercial con Estados Unidos para mantener su crecimiento extremadamente endeudado que Estados Unidos las compras de deuda por parte de China.

No, China no es el principal comprador de bonos de Estados Unidos, ni de lejos (lean los datos aquí). Estados Unidos puede garantizar la demanda para sus emisiones de deuda incluso si China vende. Pero es que, además, China ha aumentado su compra de bonos de EE.UU. en 168.000 millones de dólares desde las elecciones.

Sin embargo, China no puede mantener su crecimiento -basado en una enorme burbuja de deuda- si sus exportaciones caen. Y su superávit comercial con Estados Unidos es ya de 275.800 millones de dólares anuales.

Una caída del crecimiento de las exportaciones de China supondría un desplome de las reservas en moneda extranjera. Dichas reservas se han ido recuperando un poco recientemente, pero han caído un 21% desde los máximos de 2014.

Un desplome en las reservas de moneda extranjera acentuaría la fuga de capitales que ya se está dando, lo que llevaría a aumentar los desastrosos controles de capitales en China, y con ello, tres efectos. Una caída del crecimiento, un aumento de la ya desproporcionadamente alta deuda y el riesgo de una importantísima devaluación del yuan.

Para China, la guerra comercial sería devastadora.

Para Estados Unidos, un país que exporta muy poco (un 12% del PIB más o menos), cualquier amenaza que lleve a un acuerdo es buena. Pero el duelo está cargado con pólvora mojada.

Si el órdago de Trump no funciona como amenaza, sino que se convierte en una verdadera guerra comercial, Estados Unidos pierde también. Y mucho. Primero, en su admirable camino hacia la independencia energética y, segundo, en el consumo. Una guerra comercial en productos tecnológicos, acero y aluminio puede generar un enorme sobrecoste a la exploración, las renovables y las tecnológicas. Y eso implica productos más caros, menos consumo y menos empleo. Los aranceles de 2002 de Bush Jr casi destruyeron 167.000 empleos.

Pero la amenaza de guerra comercial no es inflacionista. La guerra comercial genera más efectos negativos en crecimiento, empleo y consumo que los supuestos efectos proteccionistas que pretende conseguir.

Y con eso cuenta la Administración Trump. El precio de los metales, acero y aluminio ha caído desde los anuncios. Por lo tanto, la industria no se ve afectada por mayores costes. Adicionalmente, la Reserva Federal ha anunciado subidas de tipos con una ruta muy clara. Con los tipos al 2,75%-3% en 2020, la probabilidad de inflación en materias primas es muy baja. Si a ello se le añade la repatriación de capitales que se genera ante el riesgo de ralentización global, eso significa más compra de dólares. Pero estas tácticas de juego de Risk no funcionan como nos gustaría siempre.

La Administración Trump no puede poner en peligro la subida de salarios y mejora de empleo de sus votantes. El frágil castillo de naipes quebraría ante una recesión, aumento del paro o simplemente caída de los salarios reales. Hay más de 59 millones de votantes republicanos que han apostado por una recuperación económica que llegue a la clase media, por las bajadas de impuestos y mejoras salariales. Una guerra comercial puede hundir el efecto positivo estimado de la bajada de impuestos, y su transmisión al ciudadano medio. Y Trump sabe que sus pilares de apoyo no son los organismos internacionales, la diplomacia o la prensa. Son el votante contribuyente y los creadores de empleo. Y ninguno de ellos gana con una guerra comercial.

Estados Unidos, como no puede ser de otra manera, tiene muchos ases en la manga. Es el principal consumidor y eso da un enorme poder. Pero no las tiene todas consigo.

Por todo lo expuesto, creo que esta “guerra” se quedará en una pelea de bar. Pero el riesgo de calcular mal las estrategias no es pequeño. Y la probabilidad de que unos y otros políticos reaccionen de manera ilógica no es alta. Es enorme.