“I harbour all the same worries as most, the temptations to leave or to give up the ghost”. David Sylvian.

Los primeros datos de 2018 son preocupantes. Mientras el consenso esperaba un 2018 eufórico para Europa, los datos adelantados empiezan a cuestionar las expectativas optimistas.

En las dos últimas semanas, el crecimiento de beneficios empresariales esperado se ha revisado a la baja un 32% en el índice Eurostoxx 50 y un 13% en Stoxx 600, según Bloomberg.

La producción industrial de Alemania caía un 0,1% en enero, mientras en Francia bajaba un 2% y en España un 2,6%, muy por debajo de las expectativas, que apuntaban a un crecimiento modesto en Alemania y cero en el caso español o francés.

El índice de sorpresa económica que publica Citigroup se desplomaba para la Eurozona, mientras que caía de manera más moderada para EEUU.

Este jueves, el Banco Central Europeo volvía a revisar a la baja las estimaciones de inflación a un 1,4% en 2018, manteniendo las de 2019, como siempre hacen, hasta que tienen que enfrentarse a la realidad.

Estos datos para Europa pueden explicarse parcialmente por un principio de año con temperaturas más suaves, que han llevado a que la producción energética cayese más de lo esperado –un 7,5% en España- y, en cierta medida, por una menor actividad de construcción.

Pero esos factores estacionales no explican la enorme bajada de estimaciones de beneficios empresariales. Es cierto que se mantiene una previsión de crecimiento de beneficio por acción cercano al +4,5%, pero ya estamos muy lejos de esas perspectivas eufóricas de hace seis meses.

La ralentización del crecimiento no es una novedad en Europa. Ni es culpa de EEUU, que ya veo a alguno sacando el socorrido comodín Trump. Los datos económicos desde octubre ya mostraban una ralentización del crecimiento, desde Europa a China o Japón.

Japón, el poster boy de los estímulos, volvía a mostrarnos la dura realidad. El banco central no imprime crecimiento. Japón crecía un 0,3% en el trimestre y se quedaba en un mero 1,2% anualizado a pesar de multiplicar la masa monetaria y un estímulo de más de $70.000 millones mensuales.

No podemos pedir peras al olmo. Europa crece al ritmo que puede. El enorme lastre que supone el exceso de gasto, la alta fiscalidad y la sobrecapacidad se suma a las tendencias desinflacionistas lideradas por el envejecimiento de la población y la tecnología.

El riesgo para Europa es que ha vuelto a apostar toda su recuperación a la política monetaria. Y, por supuesto, si se inyectan casi dos billones de euros en la economía, algo se crece, pero el endeudamiento sigue creciendo y la productividad se resiente.

El crecimiento de la productividad en Europa está prácticamente estancado. Una de las razones es la caída de la intensidad de capital, porque el crecimiento de la inversión bruta sigue siendo muy pobre.

Es normal. Con la excusa del empleo se incentiva la inversión en sectores de baja productividad vía subvenciones, se penaliza fiscalmente a los de alta productividad y se perpetúa la sobrecapacidad manteniendo vivos a los zombis. Como alerta el BIS, el número de empresas zombi se ha disparado.

Los datos de la Eurozona mantienen un cierto viento de cola, pero es preocupante ver que el impulso reformista ha desaparecido en casi todos los países y que, de nuevo, pensamos que el dinero es gratis y la liquidez está garantizada.

La mayor preocupación es que nos conformemos. Efectivamente, algunos de estos datos rebotarán, pero el abandono de las reformas y mantener un dirigismo burocrático mientras los gobiernos se felicitan por unas exportaciones que no dependen de ellos, es más que peligroso. Efectivamente, la Eurozona ha conseguido un superávit comercial envidiable, pero no es gracias al aparato político.

La Eurozona ha salido de la crisis gracias a que se han evitado las cuatro palabras más peligrosas de la economía estimular la demanda interna. Las cuatro palabras que nos han llevado de crisis en crisis antes y después de instaurar el euro, saliendo peor de cada una.

Los datos tienen un componente preocupante adicional. Que ocurre en un periodo en el que los tipos de interés están a cero y los principales bancos centrales inyectan $200.000 millones mensuales en las economías, cuando el BCE sigue comprando €30.000 millones mensuales. Alguno dirá que es por falta de estímulos.

Prestemos atención a estos riesgos. Incluso si hay efectos estacionales, el crecimiento de Europa muestra unas debilidades importantes y reconocerlo no es malo. Se deben recuperar las reformas que fortalezcan las economías europeas para que el final del efecto placebo de los estímulos monetarios no derive en un riesgo mayor.

Si el poder político en Europa quiere que el proyecto europeo triunfe, debe recuperar las reformas.

Pensar que abandonar las reformas va a calmar a los populistas es un error, como estamos viendo cada día desde Italia a Alemania. Y pensar que la política monetaria es la panacea es u na locura.