Sus enemigos le acusaban de ser un conspirador. Y lo era. Pero nunca fue, como ellos le injuriaron, un confabulador oculto ni un intrigante encubierto. Todo lo contrario. Antonio García-Trevijano siempre dio la cara y muchas veces se la partieron, como aquella ocasión, en los primeros años de la Transición, cuando un comando de extrema derecha le secuestró y le abandonó malherido, después de teatralizar su asesinato, en plena Casa de Campo de Madrid.

Y aún así Trevijano nunca bajó la cabeza, ni claudicó de sus ideas, ni dejó de manifestar públicamente lo que pensaba. Y es que Trevijano era, sobre cualquier otra circunstancia, un hombre de acción. Y así lo dejó demostrado a lo largo de su vida: en su oposición a Franco, en su lucha contra la monarquía de Juan Carlos, en su apología radical de la libertad política y en su defensa revolucionaria de la unidad de España.

Hasta los últimos días de su vida no ha dejado de escribir libros, pronunciar conferencias, emitir vídeos, realizar programas de radio reflexionando y propagando estas ideas. Genio y figura para la eternidad.

Hace unos años, cuando un grupo de amigos celebramos en su casa de Somosaguas uno de sus últimos cumpleaños, él, al tomar la palabra, se quejó amargamente de que la mayoría de los elogios que había recibido se habían centrado en resaltar su faceta intelectual, como si al limitarnos a la calidad y profundidad de su pensamiento, expresado en un puñado de libros que nos acompañarán para siempre y de los que hemos aprendido tanto (La Alternativa Democrática, Teoría Pura de la República, Frente a la gran mentira, Pasiones de servidumbre…) le mermáramos en lo que para él era su verdadera personalidad. Porque Trevijano se consideraba sobre todas las cosas un hombre de acción, un luchador por la democracia, un conspirador de la libertad.

“No vamos en busca de la libertad política, la libertad política viene en nuestra búsqueda”, así comenzó una de sus últimas conferencias en el Ateneo de Madrid. Y así le ocurrió a Trevijano, con mayor o menor acierto, a lo largo de su trayectoria pública. La libertad política iba al encuentro de García-Trevijano cuando escribió la carta que don Juan de Borbón en 1969 envió a su hijo Juan Carlos desautorizándole al haber aceptado ser sucesor de Franco a título de rey en contra de la voluntad de su padre; la libertad política confluyó con él al fundar la Junta Democrática y oponerse al pacto de la Transición entre los herederos del franquismo con la izquierda y los nacionalistas; la libertad política le acompañó a la cárcel cuando el primer Gobierno de la monarquía de Juan Carlos I le encerró en Carabanchel, y, la libertad política nos inundó a todos en aquel inolvidable octubre de 1994 al presentar junto a él su libro El Discurso de la República. Del hecho nacional a la conciencia de España, en el viejo Paraninfo de la Universidad Complutense de Madrid. La patria en San Bernardo.

Descansa en paz, querido Antonio.

*** Javier Castro-Villacañas es abogado y autor del libro 'El fracaso de la monarquía' (Planeta, 2013).