Si te empeñas, hasta las cosas que van bien pueden acabar mal. Verán. Percibo dos tipos de personas. Y cuanto más las observo, más distinguidos veo los bloques. Salen algunas particularidades, como en las cajas de bombones, con alcohol o almendrados, pero los dos estándares suelen aparecer bien diferenciados. Los que perciben la parte buena de la vida, que la hay; y los que retozan en el mínimo malestar. No hay más. O eres de unos o de los otros.

Todos vamos cumpliendo años y hay algo apabullante: la edad te matiza, pero no te cambia. Nadie cambia. El ser humano no cambia. Es zoquete, repetitivo y cansino. Vuelve a lo mismo una y otra vez. La mala memoria que tenemos ha destrozado generaciones y borrado libertades y/o territorios del mapa de un plumazo. Pero no voy por ahí. Voy a lo menor, al detalle del café, que es lo que a mi me gusta.

Conviví con mi tío, mi tío Rafa, hermano de mi madre. Era un tipo estupendo, trabajador, nos quería más que a su vida y estaba al minuto en casa, alicates en mano, para lo que necesitáramos. Era bromista y socarrón. No hablaba mucho, pero tela marinera cuando lo hacía. Sin embargo tenía una tendencia a ver las cosas de manera negativa, si algo podía ir mal, sucedería. Y así se fue. Entre un silencio y un enfado. Pero vivió razonablemente feliz con unas hijas maravillosas y dos nietas que brillan de simpatía para alegría familiar.

Algo de la genética se habrá quedado en la familia, digo yo. Tengo amigos del estilo. Hasta mi madre, incluso. A ella la entiendo, la vida es muy hija de puta cuando te junta demasiadas recetas junto al DNI. Envejecer es solo para valientes. Su frase mítica de los viernes ya es mía: "hazte la vida fácil". Yo se la digo cuando toca como si fuera un boomerang.

El refrán conocido habla del vaso medio vacío o medio lleno. No es cuestión de medidas, es de actitud. En tiempos como éstos, tan atribulados, entiendo perfectamente la queja. Faltaría más. ¡Será por temas! El surtido de quebraderos en los telediarios es de órdago. Por eso insisto en la actitud. No puede ser igual de alterado el lamento cuando se nos quema la bechamel a cuando sube el paro. Mesura, familia. Me-su-ra. Va por vosotros. Hablo hoy de los que van por la vida con esa carga excesiva. Con la queja constante. De esos en los que siempre hay una pequeña posibilidad de jeremiada hasta en la barra del bar, una mala mirada, un bufido, un gruñido, un quejido de tuit. Un ay. Atribulados con sus cosas y con las de los demás. El peso innecesario.

¿No te viene a la mente, lector, alguno de esos entre tu lista de amigos? Los hay que parecen tablas de corcho, te hacen flotar y te salvan de cualquier malentendido. Otros, son plomos. Metafórica y físicamente. Plo-mos. Si pueden arrastrarte con ellos a buscar la tetera rota del Titanic, lo harán. Descuida. Bucearán hasta quedar sin aliento. Líbreme el Señor de todo mal y… de ellos.

En la poco valorada película de Pedro Almodóvar, La mala educación, un estupendísimo Javier Cámara travestido como la Paca decía: "Para las cosas malas las dos juntas, pero pa' las buenas tú sola". Pues eso. Que los hay que sólo comparten los dramas y muy poquito las alegrías. Con la falta que nos hace reír, leñe.

Estos días, con el aniversario del nacimiento de Charles Dickens, apareció de nuevo una de esas frases que hoy me vienen como anillo al dedo. Dice, o decía: "Concéntrate en todo lo bueno que te pasa, que a todos no pasa mucho; y no en las desgracias, que a todos nos pasa alguna". Qué más decir.