En abril de 1917, un tren partía desde Zúrich hacia el este de Europa llevando como pasajeros a Lenin y sus 31 revolucionarios con destino a Rusia. El periplo les conduciría hacia la entonces Petrogrado, desde donde organizarían la Revolución de Octubre, que condicionaría de forma dramática -de manera incruenta según el compañero Carlos Sánchez Mato, que relacionó un total de cinco muertos durante el evento- la historia del siglo XX.

Algo más de 100 años después, una insurgente contemporánea, de nombre Anna Gabriel Sabaté y de aspecto descuidado pero de firmes convicciones revolucionarias, emula al camarada Uliánov- hoy tristemente momificado y convertido en atracción turística- y prepara también desde Suiza el asalto al epicentro mundial de las injusticias sociales y las persecuciones políticas del siglo XXI. Me refiero, claro está, al Estado de derecho español y su odiosa manía de perseguir los delitos tipificados en el Código Penal.

Que Suiza sea un referente capitalista mundial no supone ningún problema para que nuestra heroína subversiva, bregada en mil batallas proletarias- desde el fomento de la copa menstrual a campañas contra el despatarre masculino- haya elegido el país helvético para preparar su defensa ante la dictadura española. No está claro si adoptará la estrategia de su compañera Mireia Boya, que complicó la defensa de quienes afirman que la declaración de independencia fue poco menos que una broma para intentar eludir la prisión preventiva, y si declarará también ante el Tribunal Supremo que todo el procés es un asunto muy solemne y nada cosmético. Añadiendo por si acaso y para evitar mosquear al juez que en la CUP se limitaron a aplaudir la proeza desde el gallinero sin haber roto nunca un plato.

De cualquier forma está por ver si Gabriel finalmente comparecerá a la cita del miércoles ante el juez Llarena o seguirá una estrategia escapista similar a la del héroe líquido de Waterloo, incluyendo la financiación por parte de pérfidos empresarios o el abrigo de la ultraderecha flamenca. Porque si algo han demostrado todos los intrépidos protagonistas del procés -también la audaz Marta Rovira- es que propósitos tan épicos como perseverar en la convicción ideológica, guiar la supuesta voluntad de un pueblo y todo el resto de gloriosas determinaciones se vuelven gaseosos cuando ocurre algo que ninguno de ellos había llegado a imaginar: contar en Twitter las noches que pasan en prisión.