Trotskista y lo que le echen, porque al Hombre lo definen sus fortunas y no sus posicionamientos, que en Roures tienen mucho de pose y algo de transversalidad con promesa de parné. Mancomunado como niño cerebral de esa CUP hoy fugitiva, rey entre las tinieblas del sorayato que tanto admira al preso/mártir de Estremera. Mantenedor del golpe hasta que le deje de rentar y le salga un convergente de los de antes con el cazo y la demanda; con la factura de tanto tiempo enlagunado. Eso.

Nos faltaba, además de la pata sibilina y nacionalcatólica, la pata televisiva del golpe. Y ahí nos salió Roures en los papeles de la Guardia Civil; que lo de TV3 era de tan cateto, de tan vernáculo, evidente.

Roures ha sido y será nuestro Randolph Hearst, al que la pluriEspaña le ha puesto su foto y él le ha puesto su guerra. En la España de Roures las niñas no quieren ser princesas, en la España de Roures los magnates, más que un trineo Rosebud, sueñan con un golpe de estado televisado, interrumpido -quizá- si la jornada de Liga ha salido buena. Los principios de Roures van del trotskitsmo a sus alforjas, de ahí a cuatro jeques y alguna cena en la que ir montando una cosa organizativa con los chicos asamblearios: aquellos que acamparon en las plazas por mayo y ahora se nos han vuelto sececionistas como de repente.

Todo es bueno para el convento, y quizá esos sean sus principios. Roures ha vivido bien y mucho, como trotskista, de este liberalismo soleado al sur del Pirineo. Pensábamos en eso del relato.cat, y el relato nos lo iba haciendo Roures cada sábado noche. Un buen vasallo si tuviera buen señor, un self made man al que se le recordará, siempre, mojando el alpiste y la oreja a Junqueras y a Iglesias mientras andaban aún frescos los muertos de las Ramblas. Es la suya una biografía del listo, del precoz que se descojona de España, la rompe, se sirve de ella y se levanta como adalid de la pluralidad. Jerseys horrendos y siempre maquinando, ha dejado el gilismo en nada, con todo lo que fue Jesús. Donde uno tuvo un Atleti, el otro una Liga; donde uno un jacuzzi en la tele, el otro mil teles. Donde uno Marbella; el otro España a garrotazos.

A la España de Roures le sirve un 155 blando, un Pedro Sánchez y una masa crítica medioqué. Roures es la lengua vehicular de lo que pasa y hasta de lo que no pasa. Tanto tiempo preguntándonos por el relato, insisto, y el relato era Roures, entrando y saliendo como Hitchcock. Que se le viera lo justo, pero que se le viera. Andará detrás de las teles de Tractoria y de Tabarnia, en misa y repicando. Como Eastwood en Por un puñado de dólares: "Los Baxter por allá, los Rojos por acá... y yo justo a la mitad." O no tan a la mitad.