El desfile de cuatro rebotados de Ciudadanos por el photocall que les ha dispuesto el PP en el Senado es la última secuela del 21-D, jornada en la que Inés Arrimadas dejó a los populares a la altura de la CUP. Una vez que quedó claro que Albert Rivera podía tutear a Rajoy, terminó de marchitarse el acuerdo de investidura.

Es lógico que el PP eche mano de todos los resortes del poder para descabalgar a su incómodo socio. Eso incluye llamar a declarar a la comisión sobre la financiación de los partidos al autor de la teoría de que Rivera es un lagarto de la serie ochentera V, un humanoide alienígena bajo cuya piel se oculta en realidad un reptil. O recurrir a un informe del Tribunal de Cuentas que revela que Cs ha sido incapaz de justificar convenientemente un ingreso de 14.000 euros, que es lo que algún pirado ha llegado a pagar para ver naufragar a Neymar en el Bernabéu por San Valentín.

Da igual que el examen de ese tribunal de cifras lo hayan suspendido, incluso con peor nota, Izquierda Unida, Bildu, Compromís o Convergència, entre otros tantos. O que el mismo partido que exhibe el dedo acusador tenga a todos sus extesoreros imputados por corrupción, junto a un ejército de otros novecientos presuntos delincuentes.

Ya se sabe que en las guerras políticas no importa tanto la calidad de la munición como su poder expansivo. Y Moncloa ya ha llamado a rebato para que su tropa de tertulianos dispare a matar. Que le pregunten a Girauta.

Si Ciudadanos pretende desbancar al PP, posibilidad que apuntan las encuestas, va a tener que superar las inercias del poder. Lo único que pediría es que en el entretanto nos ahorren los desplantes, los berrinches y las pataletas en el escenario, tan del gusto de los millones de fieles de Pimpinela como cansinos para los agnósticos. No hay espectador, Rivera, que aguante tres años del Olvídame y pega la vuelta.