Con el providencial discurso del Rey y las grandes manifestaciones constitucionalistas de Barcelona se superó el punto crítico, cuando un solo grano más de arena derrumba la montañita. En diminutivo. Las montañas de arena no son viables, llega un momento en que ya no pueden crecer y se vienen abajo. Con arena se levantó la pesadilla de una imposible Cataluña homogénea. Nótese que es siempre homogeneidad —cultural, idiomática, histórica, sociológica— lo que persigue cualquier nacionalismo, a la postre un pez que se muerde la cola, la búsqueda de una profecía auto cumplida: somos una nación porque tenemos tales rasgos, y son estos rasgos los que debemos tener porque somos una nación. De ahí que los más ruidosos demandantes de respeto a la diversidad en España pugnen desde siempre por corregir la diversidad dentro de Cataluña.

No negaré la pericia que los ingenieros sociales de CiU y los tripartitos, dictablandas ambas de infausta memoria, exhibieron con el manejo de la arena hasta hace dos meses. La meticulosa ordenación de un material desobediente por naturaleza. No sé si existe algún caso comparable: una democracia plena que mantiene un territorio de excepción con el consentimiento de los concernidos… y de todos los gobiernos centrales. Lo hicieron grano a grano, siguiendo la hoja de instrucciones redactada por el patriarca Pujol.

La corrupción que rodeó al patriarca y a sus herederos (los políticos y los consanguíneos) los retrata, pero no resultaba imprescindible. La impunidad es golosa, pero el sometimiento voluntario de la que había sido una sociedad abierta, dinámica, crítica, efervescente, creativa, libre, lo pudo haber logrado Convergència sin robar y robar como si no hubiera un mañana. Durante la mayor parte de su travesía, que ocupa treinta de los treinta y siete años desde la salida de Tarradellas, Convergència compartió desmesura con Unió, cuyos últimos náufragos se han atado al pasacabos de la zodiac de Iceta dejando un reguero de basura de dimensiones sorprendentes, dado el tamaño del partidillo.

Como fuere, la verdadera pesadilla terminó en octubre. Los procesos judiciales son ajenos al salto histórico. Seguirán su curso, están en manos de jueces independientes. La clave son los hechos de octubre, ejemplar reacción a los de septiembre. Resultarán inútiles los esfuerzos de tantos ingenieros sociales. En cuanto a los medios públicos, han quedado para el onanismo de los suyos. Pueden seguir intoxicando, mintiendo, tergiversando, manipulando y pasándose por el arco del triunfo la neutralidad y la objetividad. Sin silencio y aquiescencia, los nacionalistas ya han perdido.