Acabáramos. Para Puigdemont el problema de España es de valentía, de falta de coraje. Según ha dicho en Bruselas el bravo expresidente catalán, que un otoñal domingo dejó vacío el palco del Girona para huir a Bélgica, la decisión del juez del Supremo de retirar la orden internacional de detención contra él ha estado motivada por el miedo, "el miedo a perder", "el miedo a hacer el ridículo".

"Cuando las leyes las hacen ellos y cuando la justicia la administran ellos son muy valientes", ha dicho un a buen recaudo Puigdemont antes de irse a comer moluscos, mientras quien fue su vicepresidente en la Generalitat sigue perdiendo kilos en Estremera. A Junqueras debió reconfortarle mucho que el president le dedicara unas palabras para pedir su libertad. 

El valeroso Puigdemont, que ostenta el récord de haber proclamado y suspendido una república en ocho segundos, que tras anunciar que convocaría elecciones anticipadas en Cataluña se echó atrás por falta de "garantías" (se malicia que las suyas), insiste en presentar su tintinesca fuga a Flandes como una hégira laica que debe marcar la nueva era de Cataluña. La sagrada Bruselas convertida en la Medina del catalanismo. 

Pero hasta el más devoto independentista podrá advertir alguna contradicción no menor en la salmodia puigdemontiana. Por ejemplo, la de cómo hacer compatible el acojonamiento del Estado con atribuirle un millar de mártires el 1-O y la determinación de poner "muertos en las calles", tal y como le cuchicheó Marta Rovira.

Ya que al nacionalismo catalán le gusta recurrir a figuras históricas del pasado para ponerlas como ejemplo de su lucha (Gandhi, Luther King, Mandela, Rosa Parks...) le propondría a Puigdemont que se midiera con personalidades contemporáneas como Lui Xiaobo o Leopoldo López.

El intelectual y Nobel de la Paz chino, fallecido este verano, fue acusado por las autoridades de su país de "incitación y propósitos contrarrevolucionarios". Se entregó voluntariamente a la justicia y cumplió su condena.

El político venezolano, señalado por la policía de Maduro como instigador de la muerte de tres personas, salió de su guarida y se entregó a las autoridades vestido de blanco. "La otra opción", explicó a sus seguidores, "es quedarse escondido en la clandestinidad, pero eso sembraría la duda en algunos de que nosotros teníamos algo que esconder".

Como todo el mundo sabe, las cárceles chinas y las cárceles venezolanas no tienen piscina ni televisión. Si Puigdemont quiere presumir de pelotas, ahí tiene un par de ejemplos.