En el gran tribunal de la Santa Inquisición en que se ha convertido Cataluña, la última en subir al cadalso ha sido la ministra Dolors Montserrat. El Ayuntamiento de San Sadurní de Noya, su localidad natal, la ha juzgado como "responsable directa de la violencia policial que se produjo el 1 de octubre y de la represión vivida en Cataluña".

Los impulsores de la denuncia, los antifascistas de la CUP, no han logrado milagrosamente la condena gracias a la misericordia de dos concejales de Esquerra Republicana, que se  abstuvieron en la votación final pese a que sus otros dos compañeros de partido en el consistorio extendieron el pulgar hacia abajo. Montserrat se libró esta vez por los pelos: hubo empate en el jurado y el Santo Oficio no pudo sancionar.

A esto se dedican centenares de ayuntamientos a lo largo y ancho de toda Cataluña: a juzgar herejes, a perseguir por las ideas, a castigar a los que se pronuncian o actúan en contra del credo oficial. Esta es la democracia de los nacionalistas, la real, no la que predican. Pura modernidad. Y encima pretendían que la Unión Europea intercediera por ellos, esa que ahora llaman, frustrados, "club de países decadentes".

Inés Arrimadas tuvo peor suerte que Montserrat y fue declarada persona non grata en Llavaneras con el voto de los acólitos de Junqueras y Puigdemont. Luego fue a dar un mitin y anduvieron persiguiéndola por el pueblo. El presidente del tribunal que la condenó, o sea el alcalde, quiso mostrar como rasgo de clemencia la más siniestra de las coacciones: "Cuando en Ciudadanos condenen la violencia del 1 de octubre, la medida quedará sin efecto y todo volverá a la normalidad".

Ah, la "normalidad". El oasis que le ofrecieron también a Miguel Servet. Toca abjurar de las propias ideas o atenerse a las consecuencias. Al médico aragonés -de la hoy expoliada Sigena, por más señas- lo quemaron en la civilizadísima Ginebra. Hoy no te llevan a la hoguera, cierto; el tormento consiste en buscar la muerte civil. Y aquí la condición de mujer tampoco es una eximente. Las brujas han vuelto a este medievo que resurge en la Cataluña profunda.