El rey Felipe VI lleva dos alocuciones propias de un presidente de la República elegido por sufragio universal. Sus palabras del 3 y 20 de octubre han llenado un vacío de poder escandaloso que había llevado a una buena parte de la ciudadanía a preguntarse dónde estaba su Gobierno y su presidente, dónde se han escondido mientras el país se sumía en una incertidumbre sin igual desde hace ya tantos años que nos hemos olvidado de cualquier referencia que no sea el 23-F.

A la hora de la verdad –ese momento crucial que todos los políticos de altura desean vivir para demostrar su auténtica valía–, el popular Mariano Rajoy no ha estado a la altura, ha demostrado ser un “pusilánime, sin valor ni espíritu para afrontar situaciones peligrosas o arriesgadas”, que son los síntomas que le atribuye la RAE al que sufre su enfermedad.

Ha tenido que ser un presidente de la República disfrazado de Rey el que ha tenido que hacer el trabajo propio de un presidente de Gobierno que sí ha sido elegido por los ciudadanos. Hasta el Rey emérito, con sus años, se ha dado cuenta. “Mi hijo lo ha hecho bien. Cataluña puede ser para Felipe lo mismo que el 23-F fue para mí”, dijo Juan Carlos I tras el 3 de octubre. Este comentario, hecho delante de un grupo de empresarios, ya se había más o menos filtrado. El que no se había oído es el que soltó a continuación y delante de los mismos oyentes: “Lo malo es que lo ha tenido que hacer porque quien debe hacerlo se ha puesto de lado”.

Hay quien pensará que la explosión del pasado sábado viene a demostrar todo lo contrario de lo que aquí escribo, pero no se equivoque, que la ramas no le impidan ver el bosque. El presidente del Gobierno ha sido arrastrado en el conflicto catalán de tal forma que le resultaba imposible seguir de perfil. Primero por esas dos bofetadas recibidas de Felipe VI y después por las que le dieron ese millón de personas reconquistando las calles de Barcelona el ocho de octubre para reclamar su españolidad.

Quien conoce aunque sea un poco a Mariano Rajoy sabe que realmente no quiere aplicar el 155, ni tan siquiera –y perdonen la boutade– el 15.5 o el 1.55. No quiere. Le gustaría que Puigdemont reculara –ha puesto a todo su Ejecutivo a trabajar para que el president rectifique– y no le obligue, y cito palabras suyas, a hacer lo que no quiere hacer; repito: lo-que-no-quiere-hacer.

En política no es lo mismo ponerse al frente de la manifestación por decisión propia que hacerlo por el simple hecho de que los demás vayan detrás. Me acuerdo de Tiempos modernos, la película de Charles Chaplin en la que el protagonista recoge una bandera que se acaba de caer de un camión, la ondea para que el conductor del vehículo sepa que se le ha caído, con tan mala fortuna que en ese preciso instante una gran manifestación dobla una esquina y se coloca tras Chaplin, que inmediatamente, con la bandera al viento, pasa a estar al frente de la protesta. Este es Mariano, el que ondea la bandera por accidente, por las dos bofetadas de Felipe VI y por las de ese millón de personas reivindicándose por las calles de la Ciudad Condal.

Además, la suerte suele estar en demasiadas ocasiones del lado de los peores. El desafío separatista está ocultando las ilustradoras sesiones de ‘caso Gürtel’, y el Partido Popular, el mismo que preside Mariano Rajoy, respira tranquilo porque el golpe de Puigdemont parece tapar el golpe de corrupción que durante años han venido dando los conservadores, cual saqueadores sin escrúpulos, a los bolsillos de todos los españoles.

El PP hizo de la corrupción sistemática su medio de vida, dijo el lunes el representante del Ministerio Fiscal. El PP se benefició de Gürtel y Luis Bárcenas fabricó su fortuna con la caja B del PP, repitió este martes. Sí, Bárcenas, el tesorero de Mariano y del partido, el hombre de las cajas A y B, el de las sacas de billetes de Génova 13, el que se ganó un finiquito en diferido, el de los puros y los sobresueldos, el que aguantó, el que fue muy fuerte.

No sabemos si la crisis de Cataluña acabará con el Estado pero es seguro que se convertirá en la tumba del peor presidente de la democracia española. Será antes o después pero su deslealtad hacia el puesto que ocupa terminará por pasarle factura a él y a su partido. Y si no lo hace la crisis separatista, será la corrupción masiva que le acompaña la que le marque la puerta de salida. Y entonces no habrá presidente de la República que le salve del fuego eterno.