¿Pero quién, en concreto, ha pedido justo ahora una reforma de la Constitución? No desde luego el nacionalismo catalán. Ese que, a 13 de octubre de 2017, y habiendo declarado una independencia que de acuerdo a la letra de su propia ley sigue vigente, no parece que vaya a conformarse con volver a su estatus de comunidad autónoma y que sólo parece dispuesto a dialogar acerca de cómo y cuándo le reconoce el Estado extranjero español. El nacionalismo catalán, vaya, tiene tanto interés en la reforma de la Constitución española como el que puede tener hoy un veneciano, un moldavo o un zulú.

No desde luego los federales españoles, que como bien decía el historiador catalán Borja de Riquer en la entrevista que le hice la semana pasada, caben en estos momentos en una cabina de teléfono y sin demasiados agobios de espacio.

Tampoco recuerdo movilizaciones y campañas masivas de las bases del PP y del PSOE reclamando a berreo desgañitado una reforma de la Constitución. Sí recuerdo en cambio peticiones, y más que peticiones, súplicas, para que ambos partidos la cumplieran en aquellos territorios, como Cataluña, a los que no habían llegado todavía por lo visto las noticias de su promulgación y que seguían privilegiando los derechos de una parte de la población, la afecta, en detrimento de los de la otra parte, la desafecta.

Del millonario catalán Jaume Roures, es decir de Podemos, ni hablemos. Pablo Iglesias, su minion, considera que la Constitución del 78 y el régimen democrático y liberal resultante están viciados de origen y son la fuente de todos los males que padece España, así que parece obvio que ninguna reforma constitucional que no incluya el guillotinado de la monarquía y un botón de autodestrucción nacional como los mensajes que le llegan al zapatófono a Mortadelo y Filemón logrará calmar su sed de democracia real.

Queda Ciudadanos, que sí ha pedido en repetidas ocasiones una reforma de la Constitución. Reformas que irían en el sentido de delimitar con claridad el techo competencial de las comunidades autónomas; de acabar con las diferencias en materia de financiación entre autonomías y muy especialmente con los privilegios carpetovetónicos vascos; y de eliminar los aforamientos que derivan al Tribunal Supremo las causas judiciales que afectan a políticos y cargos institucionales. No parece que la reforma en la que están pensando PP y PSOE vaya a transitar por esos caminos y menos aún si pone en riesgo sus redes clientelares o el capitalismo de amiguetes que tan afanosamente, del verbo afanar, han labrado durante décadas.

Es debatible que la Constitución necesite una reforma. Es obvio que el Estado de las autonomías ha fracasado (por exceso) y que ha multiplicado el gasto, la corrupción, el caciquismo y el nepotismo por diecisiete en nuestro país. Pero el hecho de que se haya hecho coincidir el anuncio de su reforma con la declaración de independencia de Cataluña hace sospechar que los tiros no van a ir por ahí sino en el sentido de facilitar aún más el gasto, la corrupción, el caciquismo y el nepotismo de las autonomías, con especial énfasis en la vasca y la catalana. Si no lo remedia Susana Díaz.

Convendría que los que con tanto entusiasmo se apresuran ahora a abrir el melón de la reforma constitucional recordaran lo ocurrido con el Estatuto de Autonomía catalán de 2006. Un Estatuto que nadie pedía, que se sacó de la manga el PSC, que acabó enfrentando a media España con la otra media y que, con el tiempo, ha derivado en la actual crisis catalana. Con ese Estatuto, los socialistas crearon un problema (el actual proceso independentista) para una solución (la Constitución del 78).

Ahora, los socialistas vuelven a la carga reclamando una reforma constitucional que nadie pide y el PP se lo concede a cambio de su apoyo a la hora de aplicar, precisamente, un artículo de la propia Constitución que ellos juraron defender cuando tomaron posesión de sus cargos de diputados. ¿O es que ahora hay que ofrecer contrapartidas políticas cuando se pretende aplicar la ley, es decir la Constitución?

Abrochémonos los cinturones porque se avecinan curvas.