Cuando necesito volver a sentirme orgulloso de la profesión que tengo –que dicho sea de paso es más a menudo de lo que me gustaría– echo mano de Malayerba. Y pienso en su autor, Javier Valdez Cárdenas, periodista mexicano al que los narcos de Sinaloa mandaron al otro barrio por lengua larga el pasado mes de mayo. “Que nos maten a todos si esta es la condena por reportear este infierno. No al silencio”, había dicho poco antes, en marzo, cuando asesinaron a una periodista de Chihuahua por tener la lengua tan larga como él.

Vuelvo a pensar en México y en Valdez cuando leo en EL ESPAÑOL que ya son once los reporteros caídos en lo que va de año; que además de Javier han sido ejecutados Edgar, Cecilio, Ricardo, Miroslava, Maximino, Filiberto, Jonathan, Salvador, Luciano y Cándido.

Y también cuando Ignacio Vidal-Folch me recuerda desde su columna en Crónica Global el compromiso con la verdad del autor y que Malayerba (Jus. Libreros y Editores) es ejemplo del mejor periodismo en tiempos de guerras no declaradas oficialmente, donde en demasiadas ocasiones el periodista comprometido no sabe cuál de los dos bandos resulta más peligroso. A Valdez siempre le costó diferenciar entre los malos y los peores.

Periodismo de ráfaga, digo yo; directo al corazón y a la sien, seco y cortante, sin florituras ni adjetivos, sin sentimientos incluso, aséptico y canalla, sin grasa ni condimentos, tan real que da miedo; relatos donde no hay un dato falso ni una palabra de más, donde no es necesaria la sangre para que el miedo lo empape todo. Son latigazos cortos y rotundos. Que se leen en menos de cinco minutos pero que no se olvidan jamás. Los escribía para su columna –Malayerba era el título claro está– de Rio Doce, a cuya redacción en Culiacán se dirigía cuando le detuvieron el carro, le sacaron al asfalto y le balacearon. Los agentes marcaron seis casquillos alrededor de su cadáver.

Don Winslow (El poder del perro y El cártel) y Élmer Mendoza (con el Zurdo Mendieta, como lúcido pinche poli pendejo) son dos ejemplos de la mejor literatura basada en ese narcotráfico exterminador que se lo lleva todo por delante. Winslow y Mendoza se han inspirado en hechos más o menos reales y su conocimiento del universo narcomex podría estar a la altura del bueno de Valdez.

Pero a diferencia de aquellos, éste terminó escribiendo con su propia sangre y le dieron piso en su desesperado intento de describir el infierno que se ha apoderado del país centroamericano. Javier Valdez Cárdenas se dedicó a reflejar la vida de sus conciudadanos, y por ello la acabó perdiendo, y siempre pasó de la literatura en su quehacer diario: “Lo mío es contar lo que está pasando, sin más; no soy un escritor en el sentido literario de la palabra, soy un periodista, sólo eso”.

Narcoperiodismo, Huérfanos del narco, Miss Narco, Los morros del Narco y la ya citada Malayerba son algunos ejemplos sobresalientes de su testamento periodístico, un ejemplo de ética y decencia a la hora de ejercer una profesión que no siempre está a la altura de hombre como él y como Edgar, Cecilio, Ricardo, Miroslava, Maximino, Filiberto, Jonathan, Salvador, Luciano y Cándido que lo dieron todo a cambio de casi nada.

Cuando Winslow estuvo en España para la presentación de El cártel dijo claramente que todo lo que contaba en sus libros, por más salvaje que pudiera parecer, había sucedido realmente en alguna ocasión. Todo.

(Casi al final del citado libro podía leerse el trágico final de Pablo, un periodista que como Valdez nunca tuvo miedo de contar la verdad: Sus asesinos se tomaron muchas molestias en colocar los trozos de su cuerpo alrededor de la estatua del repartidor de periódicos: los brazos y piernas amputados de Pablo rodean el tronco, que está obscenamente destripado. La cabeza se encuentra en la base del pedestal y en la boca le han metido los dedos con los que solía escribir. Le han cortado la lengua y se la han introducido en la garganta y las cuencas vacías de los ojos están ensangrentadas. Del cuello le han colgado un cartel: AHORA ESCRIBE TUS ARTÍCULOS, NIÑO SALVAJE”. )

- ¿Todo cierto? ¿Incluso lo de Pablo, el periodista? –le preguntaron a Winslow en una entrevista.

- Todo cierto. Incluso lo de Pablo –sentenció el escritor norteamericano, que en el prólogo de El cártel citaba uno a uno a los hasta entonces 131 periodistas asesinados por cumplir con su sagrada obligación de servir a la sociedad.

Por todo esto tengo que leer de vez en cuando Malayerba y sentir una profunda admiración por los que son mucho más valientes que yo.