Hace unas semanas el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo dio la razón a un trabajador al que habían despedido por enviar correos electrónicos personales desde el curro. El hombre, un ingeniero en ventas, usó Yahoo Messenger para fines personales. La empresa le espió y lo echaron. Eran charlas íntimas con su novia y su hermano.

Pónganse en situación: esas cosas que hemos hecho todos los benditos trabajadores desde nuestro ordenador mientras uno se bebe un vaso de agua, otro se levanta a fumar o mira las musarañas. Perder el tiempo. Respirar. Resoplar. Coger aire para seguir con la matraca. Que levante la mano quien no haya usado el pecé para sus cosas, desde enviar un mail con un tequiero y una foto ñoña de esas de internet, a un “no-te-olvides-echar-la-quiniela-que-se-nos-pasa-la-hora”. Vamos, puro alivio. Que una cosa es, como avisaron los Evangelios, ganarse el pan con el sudor de la frente, y otra, estar monitorizados.

La de veces que habré ido al baño de la oficina con tal de estirar las piernas, vomitar verbos con algún compañero y volver a la silla dos minutos después. Ya lo hacía de pequeño rompiendo la punta de los Alpino con toda la intención del mundo para solicitar después ir a la papelera y, de paso, sí, comentar en la esquina del aula la actualidad colegial lejos de la maestra.

Me disperso. Regreso.

Ahora Estrasburgo recula y considera que al hombre no le avisaron convenientemente de que podían espiarle sus comunicaciones. La empresa lo tenía permitido en sus reglas, pero debían notificárselo previamente. ¡Válgame Dios! No sé qué es peor, que te echen por enviar un mail o que esté permitido espiar las comunicaciones del trabajador. No se trata solo de utilizar el sentido común, hablamos de la absoluta violación de la intimidad. Digo sentido común porque lo normal en el trabajo es parar, levantarse, ir a mear o tomarse un cafelito de esos de sabor repugnante en la máquina.

No se aleja mucho aquella serie de televisión llamada Cámara Café. Si pillan la idea antes, la rematan.

Seamos sinceros. La mayoría de los trabajos son un tostón y, por mucha poesía que le pongamos, lo que uno desea es que llegue la hora de salir, ansías que llegue un puente de la Constitución y las vacaciones de Navidad. ¡Cuentas los días y buscas ofertas! Sí, también desde el mismo ordenador. Es trabajo, por muy bonito que lo decoren. Tra-ba-jo. Y lo habitual es desahogarse con los compañeros de las tropelías del jefe o comentar los coqueteos del fin de semana entre tecla y tecla, fogón y fogón o giro de tuerca y apretón de tornillo. Hablar. La suerte no solo es tener trabajo, sino tener buenos compañeros. Estos últimos son los que hacen que el tedio de las horas sean más llevaderas.