En su logro de romper Cataluña en dos mitades para confrontarlas, sin importar las consecuencias, los políticos nacionalistas han incurrido en ignominias sin cuento. He denunciado demasiadas veces los prolegómenos de la fractura; estoy cansado de enumerarlos. Pero todavía estoy más cansado de los que no vieron nada durante el cuarto de siglo pujolista, el que borró a España de Cataluña, la época de comprarse a la oposición, la de fabricar las mentiras fundacionales, o “construcción nacional”, la era del impune montaje de una red de latrocinio.

Más cansado estoy de los que nada detectaron durante el tripartito, que se llevó por el desagüe las últimas esperanza de los cándidos que tenían al PSC por herramienta para acabar con lo anterior. Y más cansado aun de los que, viendo la preparación del golpe a cámara lenta durante los años de Artur Mas, preservaban silentes sus sueldecillos y regalías mientras al líder de un partido podrido de corrupción le entraban unas prisas enormes por atraer el dinero del que las vacas flacas habían privado a las administraciones. Por aquel entonces, las casas de rating le plantaron en la frente al nacionalismo gobernante el sello de “basura”. Le mot précis. Harto estoy, por fin, de los que descubrieron el cariz de Puigdemont anteayer por la tarde.

Así que me ahorro el listado de ignominias. Pero ni siquiera conociendo el negro fondo de su alma política, ni siquiera teniendo a su intelligentsia (es un decir) por lo que son desde el primer momento, habría creído yo que iban a escoger como icono de su Diada a un terrorista de la ETA. Porque para hacer eso se han de cumplir varias condiciones, que, esta vez sí, enumeraré dada la novedad que supone que los que un día representaron a la clase media catalana babeen hoy públicamente con un criminal despiadado:

Convergencia y ERC están metidas de hoz y coz en un proceso revolucionario. Ambas han desconectado de los estándares democráticos y, a la desesperada, confían en taparse las vergüenzas pagando a un lobby cuyo único cliente previo ha sido Arabia Saudí o plantándose sobre las arenas movedizas de Assange, el transparente. Convergencia necesita desesperadamente impunidad para sacudirse no ya las desobediencias, prevaricaciones, malversaciones y eventuales sediciones, sino su horizonte penal de 360 grados: el de los círculos concéntricos que crecen como ondas desde que se investiga a los Pujol. Convergencia y ERC, por fin, ven el enfrentamiento callejero entre catalanes como una opción favorable a sus intereses.