Intento afrontar sin perder la compostura una desdicha común a millones de españoles: hoy es mi último día de vacaciones. Me siento como un paracaidista antes de lanzarse al vacío sobre territorio hostil. El terror que me produce zambullirme en la locura de mi vida cotidiana es absoluto. Miro al frente resignada ya a abandonar la deliciosa casa rural que nos acoge a mi marido y a mí. Respiro, saboreo un café con leche y decido leer el periódico por última vez. Sí, por última vez, puesto que durante el resto del año, yo los periódicos no los leo, los degluto enteros a la manera de las avestruces en la búsqueda angustiosa de asuntos de actualidad para artículos y programas radiofónicos.

Hoy todo son malas noticias. Una vez superada con enorme dificultad la lectura sobre delirios terroristas, nacionalistas e independentistas, llego a una zona menos belicosa y más frívola que, sin embargo, no deja de tener su interés para la insignificante existencia de quienes, como yo y como casi todos, ni ponemos bombas, ni atropellamos personas, ni buscamos un beneficio oportunista de los actos más execrables. Me topo con el clásico reportaje sobre la depresión post-vacacional, que nunca falta, ni el reportaje ni la depresión. En él se asegura que al regresar de las vacaciones se produce una autentica avalancha de divorcios y que los hombres atendidos por problemas de erección aumentan un 46%. Y yo me pregunto algo perpleja: ¿tendrá que ver una cosa con la otra? 

A estas alturas del conocimiento sobre nuestra sexualidad ya han quedado claras algunas cosas: que en la mayoría de los casos el gatillazo es psicológico; que la falta de deseo femenino no se debe ni a la menstruación ni a la menopausia es un secreto a voces; que la desidia erótica y el desamor van de la mano, como decían, con otras palabras, nuestras abuelas. Así es que nada nuevo bajo el sol, los problemas sexuales siempre han sido los mismos. 

En realidad, lo único que quizá haya cambiado sea la moderna certeza de lo efímero del amor. Ya lo vienen avisando los aguafiestas de los científicos, cuando afirman que el enamoramiento es sólo una sobrecarga química que nos produce euforia e hiperactividad, pero que no ha de durar para siempre. Aunque también es evidente que hay excepciones. ¿Cuál será el secreto de esas parejas envidiables que transcurren por su vida de la mano y sin un mal gesto? ¿Cómo resisten sus circuitos un ardor tan intenso y tan persistente? 

Todavía no lo sé, yo misma investigo el enigma incluso en mi vida personal, pero imagino que una de las claves debe ser propiciar un erotismo sincero, conceder la consecución de los deseos del otro sin imponer nuestros límites, incluso si de algún modo nos excluyen. Y por supuesto, asumir la posibilidad de que gustos y deseos vayan cambiando a lo largo del tiempo, y abrirse con alegría a las novedades que puedan amenizar la vida íntima. Pero claro, para poner en práctica todo esto hay que ser muy valientes, para fluir con éxito en las aguas de la voluptuosidad hay que ser, paradójicamente, muy sólidos. Y conviene asimismo rehuir las limitaciones y esclavitudes de una vida express, tan propia de estos tiempos, que acaba por llevarnos a que nos casen a empujones en Las Vegas y nos divorcien a gatillazos en la Plaza de Castilla.

Una última advertencia para los que volvemos de vacaciones. Parece ser que una de las causas más frecuentes de divorcio post-vacacional es el phubbing. No seáis cochinos, nada que ver con el pubis ni sus aledaños. Este barbarismo da nombre a la maleducada costumbre de mirar el móvil cuando se está acompañado. Los resultados son sorprendentes: dos de cada cinco parejas rompen porque están hartas de que la otra persona no deje de mirarlo, aunque no haya sonado, ni vibrado, ni hecho el pino. ¿Os acordáis de esa horrible sensación de estar cenando con alguien que mira constantemente su reloj? Pues lo mismo, y encima se ilumina. ¿Quién no lo ha sufrido este verano con su pareja? ¿Quién no la ha torturado con ello? No, cariño, no espero ningún mensaje de ninguna amante, es que está jugando el Madrid... Pues ahora que empiezan la Liga y la Champions y el sursum corda, en otoño no va a quedar títere con pareja.