Estos días azules, al sol de la infamia, uno ha visto cosas y empezaré callando las de los enanos morales del prusés. Muchísimas cosas que me dan la cartografía del país: algunas me las veía venir, confieso. Pontífices de la ética periodística -y la otra- desde un ordenador de Mondoñedo, y una sociedad civil que se ha quitado el miedo, y lo ha dicho, incluso con más miedo en el cuerpo pero con ese crujir de dientes que nos hace más hombres y más demócratas. Uno ha visto a la misma sociedad civil entender que la vida es algo más que el buenismo llorón que nada defiende.

El grito de la Plaza de Cataluña quedó muy por encima de los políticos, a los que parece que en situaciones especiales hay que, además, agradecerles que no se saquen la miasma en el velorio. Y esa sociedad civil ha dado muestras de valentía, ha apretado la quijada y ha visto que ya se han acabado esos tiempos de rositas en el sable y bases fuera. El mero agradecimiento a la policía en quien no esperábamos nos pinta una nación que ya ha perdido el buenismo como derivación del miedo. La que ha visto que compadecer levemente al terrorista (pobre, no lo integramos) era el error, el inmenso error. Llega tarde el reconocimento a nuestras policías (todas), pero bienvenido sea si es sincero y coordinado.

Y no, nadie habla de islamofobia como quieren hacernos creer a quienes decimos que a ciertos imanes y a ciertos países hay que atarlos en corto, olerles la lengua y los billetes: lo hicimos con cierta curia vasca en los años de plomo y acertamos. También se ha visto la solidaridad en la sangre y hasta en el aliento, que no es noticia sino algo consustancial a nosotros, los que somos moralmente superiores. Porque ojo, Ada, que esto no es Disneylandia, que hay que estar en guerra y pensar más en Churchill que en Coelho.

Sabemos que en sus redes, en las de estos perros en célula, se imaginan la bandera negra encima del barro de Gaudí, en el Giraldillo, en el Micalet y en la Torre de la Vela de Granada. Pero van a dar en hueso. Porque además de la rosa y el peluche al muerto tenemos el escudo, el número, y la buena gente de a pie. Viva esta España anónima que se hace una y roca en las tragedias y sabe pararle los pies al peor de los demonios. Porque nuestro enemigo somos nosotros mismos, y eso esperamos silenciarlo un largo tiempo. Ya habrá tiempo para analizar a Albert Royo, a sueldo de la Gencat y dedicación exclusiva y consentida a catetizar la eficacia policial: a resguardo, con aire acondicionado.

Por lo demás, sabemos que ha ondeado la bandera de España a media asta y a medio luto en media Europa, menos donde debía: aquí. Pero bajando el Pirineo esto iba de suyo.