Inter nos, ahora que no nos oye nadie: los teatros están llenos de periodistas (o similar) que no pagan nunca entrada. Que van siempre de gorra. Yo admito que alguna invitación he pedido a algún amigo o amiguete pero en general, a no ser que realmente tenga que escribir de la obra, que verla me aporte seriamente algo, por ejemplo porque voy a entrevistar a quién la dirige o interpreta, me da una vergüenza tremenda pedir que me inviten. Debo ser la única o casi. Al brutal IVA cultural que soporta nuestro mundo del espectáculo hay que añadir el otro IVA, el de la cara dura universal.

Por eso me quedo como dios cuando, al plantear a la gente del Teatro Pavón Kamikaze que quiero hacer esto y lo otro a propósito de ellos, planes que tengo que les implican, van y espontáneamente me invitan a ver el reestreno de la versión libre de la Antígona de Sófocles dirigida por Miguel del Arco y con Carmen Machi encarnando (interpretar es una palabra muy corta para describir lo que hace esta mujer…) el personaje teóricamente masculino de Creonte.

Digo que me quedo como dios porque según me invitan, me aclaran que las invitaciones no son gratis. Hay que apoquinar 3 pavos por cada una. Ese dinero va a las becas de dramaturgia que da este teatro, que sale adelante sin subvención pública, a base de arte, de complicidad y de ingenio. ¿No está genial esto de gravar las invitaciones con un dulce impuesto revolucionario que el año pasado permitió dar a dos autores noveles 4.000 euros cada uno, para que pudiesen sentarse a escribir sin agobios sus obras? Por fin entro invitada en un teatro con la cara bien alta y el corazón contento.

En cuanto a la obra… qué decir. Mira que a servidora le suelen dar pavor según qué experimentos con los clásicos. Esto de coger un Shakespeare y poner a todo el mundo a correr en pelotas por el escenario… Mas en este caso, yo creo que Sófocles en su tumba se habrá puesto verde de envidia. Por no habérsele ocurrido a él la genialidad de feminizar a Creonte. Desatando así las furias del único y verdadero inmemorial poder que en el mundo ha sido: el poder de madre. El matriarcado. Una Machi que no va a lucirse ella, sino a lucir el personaje en todo su desgarrador esplendor, nos raja el alma teniendo razón, una razón terrible, ah dioses, ¿pero es posible que el tirano, peor aún, la tirana, tenga razón? Sí, ya lo creo que es posible, y no sirve de nada porque lo humano siempre va a prevalecer para bien y para mal. Así la tragedia de la reina Creonte nos acaba conmoviendo casi más que la de la princesa Antígona, que al fin y al cabo ha hecho lo más fácil: ser mujer antes que ciudadana. No ceder. Morir. A la otra le ha tocado envenenarse de sí misma hasta lo más recóndito. Arrancarse el útero y comérselo. Ser para siempre maldita sin el consuelo de que lo haya decretado nadie más. La madre de todo poder, de todo dolor. Y de todo teatro.