Como me gustan mucho las películas de Christopher Nolan, a la primera oportunidad me voy a ver Dunkerque. Esa primera oportunidad se presenta la noche del 31 de julio. Días después comento la experiencia con Montse Morata, intrépida biógrafa de Antoine de Saint-Exupéry (Aviones de papel, Stella Maris). Montse no ha ido aún a ver la película y yo la encarezco a no perdérsela: le adelanto que una mujer como ella, capaz de retratar como nadie al caballero del aire y poeta de la vida que fue Saint-Exupéry, se va a emocionar mucho con la aventura de un aviador de la RAF que combate hasta la última gota de combustible para defender desde el aire a sus compatriotas atrapados en la tierra y en el mar. Nos acordamos las dos de que cuando Montse vino al programa Libros con Uasabi, anunció que tenía nuevos datos sobre la desaparición en pleno vuelo de Saint-Exupéry… ¡el 31 de julio de 1944! Fui a ver Dunkerque el día que se cumplían 73 años justos.

Con la otra ala rozo a otra mujer que ahora mismo pisa suelo británico y en la que adivino a una integrante de la misma fratría. De la misma band of sisters. Hablo de Lea Vélez, autora de Nuestra casa en el árbol (Destino), novela de la que simplemente diré que quien no la haya leído no irá al cielo después de morirse. Porque ni queriendo sabrá por dónde subir. Lea no ha visto todavía Dunkerque pero me promete que va y que me escribe. Y esto es lo que fue y me escribió: “Llego a casa, con el aire del mar, del mismo Canal de la Mancha en la cara... Menuda maravilla. Estructura perfecta. Personajes que no necesitan hablar, que entiendes y que conoces a lo largo de la película por cómo actúan y reaccionan. Sin clichés. Sin escenas vistas mil veces en otras películas de guerra. (…) La banda sonora es magistral. Te mete en la barriga de un barco, con ese latido constante, rítmico, de máquinas, de corazones en tensión, como redobles lentos de tambor. Te mete en el frío y en la desesperación y en el agua y te fías de que va a contarte algo excelente desde el primer momento (…). Yo, y todo el cine, aplaudimos y vitoreamos, cuando el piloto, que se ha ganado mi corazón arriesgándose a quedarse sin gasolina, logra escapar del avión antes de morir ahogado. El desenlace de la peli empieza justo en el momento en que tú decías, cuando Kenneth Branagh mira por sus prismáticos y vemos a todos esos barcos de recreo empujados por las olas y la música de Elgar. El acorde entra con el plano de los barcos al rescate. Es el inicio de las Enigma Variations, que es una música que indefectiblemente, a cualquier inglés -me incluyo- nos hace llorar a moco tendido, porque Elgar es la banda sonora de la épica, de la guerra, del Remembrance Day, el día en que aquí y en toda la Commonwealth se recuerda a los muertos de todas las guerras (…). Y el final, ¡qué cierre perfecto!, con el célebre discurso de Churchill leído de forma sencilla por uno de los supervivientes, tan original, porque lo hemos oído por boca de Churchill mil veces, pero nunca así. Y el avión sobrevolando a cámara lenta y luego, al fin del todo, ardiendo. Es genial. Qué peliculón, Anna, qué maravilloso peliculón. No le sobra nada, tiene un momento brillante tras otro. Wow”.

Eso digo yo: Wow. Y de paso doy gracias al cielo por no dejarme sola en mitad de la oscura batalla. Por mandar a Lea Vélez desde Inglaterra, y a Montse Morata desde Toledo, como barquitos al rescate. Estoy viendo por los prismáticos nuestra casa, nuestro hogar único y verdadero, desde aquí.