Hace unos días imploré en La Red Social de la Escandalera Adolescente y el Gimoteo Narcisista, más conocida como Twitter, los nombres de algunos intelectuales, filósofos, escritores, periodistas o simples opinalotodo españoles de izquierdas a los que se pueda leer sin sufrir un infarto cerebral durante el proceso. La petición partía de una evidencia. La de que los usuarios de Twitter que se definen a sí mismos como “de izquierdas” suelen dedicar bastante más tiempo a escandalizarse de la derecha y de sus portavoces políticos o periodísticos que a alabar o debatir los textos y las ideas de los suyos.

En el mejor de los casos, sus referentes ideológicos no van más allá de un puñado de nombres (humoristas con pretensiones de periodista, periodistas con pretensiones de humorista, presentadores de TV con pretensiones de periodista, actores de serie Z con pretensiones de presentador de TV, youtubers, tuiteros, etcétera) cuya relación con la excelencia es, digámoslo así, conflictiva y que orbitan alrededor de Unidos Podemos con la nada disimulada esperanza de convertirse en los receptores de alguna mamandurria cuando los suyos lleguen al poder.



En el peor de los casos, su percepción de la realidad se reduce a una serie de consignas de una banalidad y un resentimiento rayano en lo patológico. Cuando Pablo Iglesias defiende a Irene Montero diciendo que obtuvo unas notas excelentes en la universidad (pública y española) queda claro cuáles son los parámetros intelectuales de la izquierda regresiva y con qué poco se da por satisfecha.

Pero los milagros ocurren y el tuitero Pedro vino al rescate, me recomendó al filósofo Pedro Insua y me remitió a una de sus entrevistas. En ella, y tras definirse como “de izquierdas”, Insua se lanza a una diatriba volcánica contra el independentismo y contra Podemos, a los que llega a calificar de “traidores”. Traidores a la izquierda, por supuesto.

La entrevista no tiene desperdicio y encaja como un guante en esa rama genealógica de la izquierda ilustrada y racionalista, y por lo tanto antinacionalista, en la que también militan Félix Ovejero, Gustavo Bueno, Félix de Azúa, Fernando Savater, José Luis Pardo e incluso Arcadi Espada, ese ateo progresista, positivista y furibundo detractor de cualquier tipo de metafísica redentorista al que vayan ustedes a saber por qué razón se suele meter en el cajón de la derecha. Ese mismo cajón en el que también se mete a Rajoy, un burócrata estatalista al que nada satisfaría más que una nación formada por cuarenta y seis millones de funcionarios del Ministerio de Hacienda y una deuda pública del 200% o el 300% en vez del 99,4% actual. Es decir un socialista de manual con sus querencias ranciamente conservadoras.

No hace falta decir que Pedro Insua no es precisamente el filósofo preferido del populismo de izquierdas. El hecho de que Santiago Abascal, presidente de VOX, lo cite con admiración en este artículo de 2011 o el de que tanta gente me haya expresado su respeto por él desde posiciones políticas muy lejanas a las suyas es señal de que la derecha, incluso la que suele ser calificada de “extrema”, parece mucho más dispuesta a debatir y a llegar a acuerdos con una izquierda instalada en el sentido común y la madurez política de lo que muchos presuponen. Cosa que, parece obvio, no ocurre en el extremo opuesto del arco político, obcecado en la satanización del contrario y en su exterminio físico e ideológico.

Me pregunto en qué momento se torció tanto la izquierda como para repudiar a los más brillantes de entre los suyos, marcarlos con el estigma de “derechistas” y sustituirlos por una generación de demagogos infantiloides fascinados por los más corruptos totalitarios bananeros sudamericanos. En qué momento, en fin, confundió la indigencia intelectual y el ridículo más esperpéntico con el progreso.