Estaba yo el sábado pasado en la Sexta Noche y entrevistaron en directo a Pilar Abel, la mujer que ha puesto Figueres patas arriba con su pretensión de comprobar si es o no es la hija secreta de Salvador Dalí. La exhumación de Dalí ha sido contundente surrealismo póstumo. El uno emocionándose hasta las lágrimas porque el bigote del archidifunto conserve "su característica posición a las diez y diez", el otro amenazando a la hija putativa con cargarle el muerto, los gastos y no sé qué daños y perjuicios como al final el ADN no le dé la razón…

Esto último me ha parecido lo más surrealista de todo. Y es que una cosa es amenazar a Puigdemont con pasarle la factura de un referéndum que él sabe perfectamente que es ilegal (aunque en el bar de la esquina de su casa pueda jurar otra cosa), y otra bien distinta es querer penalizar a alguien por tener dudas sobre su filiación y buscar la única manera posible de despejarlas. La amenaza de los Guardianes de la Momia lleva implícita la convicción, no ya de que Pilar Abel NO es hija de Dalí (todo el mundo es muy libre de estar convencido de eso hasta que se hagan las pruebas pertinentes), sino de que ELLA YA SABE QUE NO LO ES en el momento de pedir tales pruebas. Que procede de mala fe, vamos. ¿No es una suposición, como poco, atrevida? ¿E insultante?

Supongamos que yo creyera ser hija de Dalí. Porque mi madre me ha dicho que lo soy, porque me he enterado de… da igual. ¿Debería renunciar a toda indagación por no importunar a los que llevan décadas viviendo –ellos sí- del muerto, con la mera excusa de que el tal muerto, cuando estaba vivo, fue aventando por ahí que él era impotente?

A mí si algo me ha enseñado el oficio de periodista es a no dar por hecho que nadie miente (ni que dice la verdad) sin hacer alguna comprobación. Y si a la condición de periodista le añado la de mujer, déjenme añadir el siguiente y, créanme, muy documentado dato: cuando un hombre es impotente (yo he conocido a alguno…), no sólo no suele ir por ahí proclamando que lo es, sino que suele proclamar a voz en grito todo lo contrario. No he conocido a ningún impotente que admita públicamente lo es. Dime de qué presumes… etc.

Cuenta Salvador Dalí, en aquel libro inolvidable que dictó sobre su vida secreta, que siendo un pardillo recién llegado a Madrid le hizo ilusión dárselas de dandi. Enterado de que los dandis iban a sitios finos a beberse un cóctel, allá que se fue, no recuerdo si al Ritz o al Palace, donde interpelado por el camarero sobre qué clase de cóctel deseaba el señor, exactamente, hizo él el ridículo más espantoso al salir por la única tangente que sabía: "tráigame uno de los buenos". Tras servirle una especie de bebedizo ambarino, el camarero se puso a cuchichear, obviamente guaséandose del paleto, con una señora que llevaba un sombrero frutal de la época. De esos adornados con fresitas, cerecitas, etc. Dalí raudo y delicado le desgajó una cereza del sombrero y la deslizó en su propio vaso, pinchándose primero un dedo a escondidas, y logrando así que el ambarino cóctel enrojeciera de manera fascinante. Triunfó. Y triunfó allá donde acababa de quedar como un idiota, que siempre da el doble de gusto. Lleno de euforia salió a la calle, cazó al vuelo un tranvía y dicen que iba gritando a la tarde y a la gente: "¡La sangre es más dulce que la miel! ¡La sangre es más dulce que la miel! ¡La sangre es más dulce que la miel!"… y que muchas vidas y próstatas de leyenda.