Qué implacable el destino. El asilo entero lloriquea, gime de nostalgia. Han ido comprendiendo su falta de ascendiente cultural, social, político. En tristezas de olvido se consume el dorado progrerío de antaño. Algunos resisten sordos y atados como Ulises aburridos, desvaídos. Son los que siempre mostraron más ánimo (de lucro). Pegados a su columna, a una piececita quincenal, bueno, aunque sea mensual, o a un sucedáneo de columna, o a un blog, o a lo que sea, pero no me jodas, con la de años que hace que nos conocemos y todo lo que hemos vivido juntos, lo que tengas, pero no me arrojes a la nada que está fría y está vacía y voy a tener que hacer examen de conciencia, y voy a tener que preguntarme qué esperaba obtener yo a cambio de tanta banalidad.

Casi nada, con suerte. Sin embargo, hubo un tiempo en que creyeron inspirar a media España, y daban en insultar a la otra media porque no se dejaba aleccionar, porque no reconocía su superioridad moral. “Hijos de puta”, resumió una. Haraganes con ínfulas, los años de molicie no pasan en balde. La compulsión autorreferencial aceleró la putrefacción de un par de generaciones baratitas en lo literario, a qué engañarnos, pero convenientemente sobrevaloradas merced a ingeniosas sinergias empresariales. La vieja cantinela del “multimedia” era eso. Grupos, decimos hoy. Yo me guiso crítica, promoción y edición, y me lo como todo.

Hoy da grima leer a algunos muertos vivientes. Por costumbre y por caridad se ha mantenido la ficción de su continuidad en el mundo. Pero verán, su universo desapareció mientras hacían la siesta. Les ha pasado por encima la revolución digital, la crisis de la socialdemocracia, la globalización y la antiglobalización, el hundimiento del bipartidismo en España y la riada de la sociedad líquida. Dos siglos se han encogido, caprichosos, en veinte años… y ellos siguen empuñando sus caricaturas romas y rancias para la cosa impresa de la semana, como si nada se hubiera movido desde que dejaron de leer, cesaron de pensar, clausuraron su curiosidad, cancelaron su pensamiento crítico y renunciaron a dejar una sola frase bella o memorable. Qué pereza. Lo de la gestación subrogada les ha rasgado el velo y han quedado a la vista sus vergüenzas: sin maquillar, la vieja panda es un esperpento carca, dogmático, sesgado, prejuicioso, fiscalizador de la vida privada, patético y liberticida al que leemos en diagonal sus asaeteados cuando nos salta la alarma de Google.