Lo cierto es que Pep Guardiola jamás puso en riesgo su carrera por defender la independencia de Cataluña. El límite del compromiso con su patria sentimental fue exactamente ese, su carrera, el mismo que parece que se ha impuesto Oriol Junqueras. Guardiola estaba tan comprometido con la independencia de Cataluña como para mascar chicle mientras sonaba la Marcha de Granaderos antes de un partido oficial con la Selección española pero no lo suficiente como para no estar allí para escucharla. Puede que lo hiciera a disgusto pero Guardiola jugó para España siempre que España se lo pidió y jugó todo lo bien que sabía.

Es una postura inteligente. Al fin y al cabo España fue tan pragmática con Guardiola como Guardiola lo fue con España. Quién sabe qué sería de la fortuna de Pep Guardiola si se hubiera negado a prestar su talento a la selección que conquistó el oro en Barcelona 92 y quién sabe adónde hubiera llegado aquel equipo si hubiera prescindido de su jugador menos patriótico y más talentoso. Hace mucho tiempo que España es una patria tan poco exigente que ni siquiera demanda el afecto de quienes visten su escudo. Nos va bien así, el rigor sentimental es un lujo que sólo se pueden permitir quienes no están sometidos al juicio de los resultados.

Guardiola viajó desde Manchester a las fuentes de Montjuic para pedirle a los funcionarios catalanes que hagan lo contrario de lo que él hizo y que se inmolen en la persecución de un imposible. Que Pep sea el rostro del independentismo confirma el carácter eminentemente aristocrático de la revolución catalana. Él construyó su carrera -y su fortuna- gracias al posibilismo y ahora pide que unos curritos le construyan mediante el sacrificio y el suicidio laboral una patria en la que no va a vivir. Los ricos son caprichosos.

Hoy arreciarán los insultos contra Pep pero lo que no se puede decir es que no está siendo coherente. Guardiola sigue siendo un tipo práctico y gestiona su carrera de entrenador con el mismo pragmatismo con el que gestionó su carrera de jugador. Lo más probable es que al día siguiente de que todo fracase, y de que unos cuantos catalanes temerarios y mal aconsejados hayan arruinado sus vidas, el pragmático Guardiola siga a las órdenes del Abu Dhabi United Group for Development and Investment, grupo inversor de los Emiratos Árabes, país soberano donde no defenderá jamás el derecho a decidir del que ya gozan los catalanes.

Son las contradicciones de Guardiola, como cuando dice que los catalanes están sometidos por “un estado autoritario” mientras clama por una la creación de una república cuya ley suprema, la Ley de Transitoriedad Jurídica, restringe la libertad de prensa, los derechos lingüísticos y la separación de poderes. Qué envidia debieron de sentir los funcionarios catalanes cuando escucharon a Guardiola. Con cuánta libertad pueden hablar los millonarios.