Brear, emplumar y pasear en borrico denigrante a brujas, súcubos y oligofrénicos es costumbre inmemorial en España y en el mundo porque el sentido de la justicia es, a fin de cuentas, una deriva sensata de la inquisición y de la sharia. Podemos, HazteOir y Vox han sustituido el jumento medieval por el autobús tuneado, la pez por la caricatura y las plumas de gallina patibularia por el dicterio simulado con retórica justiciera.

Los partidos y plataformas extremistas nos devuelven a una justicia feroz y caprichosa de un país en el que la sombra de Caín, más que cruzar errante, se enseñorea sobre el asfalto a costa de la propia imagen y de las ordenanzas municipales sobre publicidad.

El autobús como ariete es un invento de la vieja política que los nuevos savonarolas han rescatado con modificaciones. En periodo electoral, la derecha y la izquierda del régimen del 78 atiborraban las carreteras secundarias de la Transición de guaguas repletas de abuelos adoctrinados en los rencores del nacionalcatolicismo y en las estrecheces y el miedo de la posguerra. Eran tiempos hermosos en los que la democracia viajaba sobre ruedas y olía a tortilla de patatas.

Con el tiempo, la costumbre de fletar autobuses para llenar mítines y colegios electorales de palmeros fervorosos y votantes con artrosis se desechó porque resultaba cara, porque las cabezas calientes y la tecnología hacían el milagro de la multitud a partir de pequeños escenarios y porque los autocares acababan perdidos de restos de bocadillos.

El autobús en el que Arsuaga hace la yihad contra los homosexuales o Iglesias y Abascal arremeten contra sus fantasmas domésticos es la prolongación de los egos -todo indica que sobrevalorados- de sus patrocinadores. Pero vamos a ver Pablo: ¿cómo siendo tan listo, tan profesor de Políticas y tan macho alfa se te ha ocurrido esta patochada con la que asimilas tu activismo con el de ultracatólicos y conservadores marginales? Quisiste tomar el cielo por asalto y acabaste permitiendo gobernar a Rajoy y haciendo caricatura de tus propósitos porque has confundido la explicación de la trama con tus aversiones personales.

Estamos con que el autobús como instrumento político, como tribunal, como evolución del viejo mulo en el que daban el paseíllo a los desgraciados ha vuelto, así que bienvenido sea. La diferencia es que ahora resulta más difícil discernir quién es el pringado, si los supuestamente breados o los promotores.