Esta fotografía muestra expresiones y actitudes tan antitéticas que resulta divertida. El arte vehemente frente a la política menestral; los trazos sueltos en azul frente a los ternos notariales; la berrea del Príapo de Málaga frente a la contención petrificada de los presidentes de España y Francia.

La imagen fue registrada el pasado lunes durante el garbeo que Mariano Rajoy y Françoise Hollande se dieron por el Centre Pompidou Málaga -a propósito de la XVIII Cumbre Bilateral Hispano-Francesa- y revela la compleja relación entre la política y el arte cuando la expresión artística no responde a la domesticación de la propaganda o del mecenazgo.

En la obra ingente de Picasso, un pintor demasiado enérgico como para prestarse a los protocolos de las cancillerías, el sexo explícito, airado o perdido, fue una constante. Si creemos a John Berger, Couple -junio de 1971, Mougins (Francia)- podría reflejar “el lamento y la protesta mordaz del genio por la cruel pérdida de la sexualidad en la vejez”.

¿Pero qué parecen decirnos Rajoy y Hollande de este cuadro? ¿Por qué en ambos el gesto recatado o vergonzante de cruzarse las manos litúrgicamente a la altura de los genitales? ¿Les escandaliza, les inquieta, se sienten identificados los dos veteranos políticos con el horizonte de falos y vaginas de Picasso? ¿Hablan íntimamente de sexo con Picasso o consigo mismos?

En el cruce de ambas miradas, la del viejo titán y la de estos dos señores mayores apostados frente a un cuadro, la relación entre el arte y la política alumbra la relación entre la política y el sexo, e incluso, la humana indagación de todo hombre con su sexualidad.

La voracidad erótica de Picasso fue tan enorme como su obra, pero su capacidad de seducción no es cuestionable porque todos los genios -también Frida Kahlo o Chavela Vargas- bien merecen un harén: la excepción sería Dalí, que ponía un huevo frito en cada hombro a las muchachas que se colaban en los hoteles de Nueva York y las despedía sin tocarles un pelo para asombro de Luis Buñuel.

De la rijosidad de Hollande se ha hablado y escrito mucho: Ségolène Royal, Valérie Trieweiller, Julie Gayet… Se entiende que este político prejubilado tiene un pico de oro. ¿Pero y Rajoy? Marido y padre amantísimo, señor de equívoco atractivo, no parece que en la vocación política de Rajoy haya distracciones distintas a leer el Marca o practicar el nordic walking sobre una andadora.

Se entiende, pues, que para Picasso y Hollande la pasión profesional, artística o política, es un estadio contiguo de la lujuria. Rajoy, por contra, no quiere que distracciones mayores le aparten del camino hacia su propia perpetuación. Quizá el sexo sea al arte lo que la política al sexo.

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