Esta mujer se trae mucho trajín en las redes sociales. Sin ir más lejos, el otro día, aprovechando el marco chamberilero de un acto, volvió a mostrarse con todo su error al confundir lo de ser castizo con ser de la casta. Hay cosas que crujen, como los barquillos de canela y también hay otras cosas que hacen temblar los organillos. Un ejemplo de esto último sucede cada vez que esta mujer se siente inquieta y va y se pone a construir frases; enunciados que cuando se desmigan, van dejando un rastro semejante al polvo matarratas.

Porque hay momentos en que, ciertas cosas, estarían mejor dichas de puertas para adentro donde, sin duda alguna, serían aplaudidas en la intimidad de las sombras, en ese oscuro objeto de deseo que proyecta el poder. Es lo que tiene confundir lo público con lo privado, identificar el brillo con las tinieblas. Le pasa a esta mujer a la que, además, le pierde ese orgullo tan común entre los simples cuando pretenden brillar con valores añadidos. Me refiero a la vanidad. Soy de los que piensan que, si no fuera por el citado plusvalor, ella no se dedicaría a presidir más que cuando le tocase el turno de ejercer en la comunidad de vecinos de su urbanización. Luego está el aspecto duro.

Porque no hay que olvidar que el partido donde ella milita conserva la misma esencia franquista que transmitía don Manuel Fraga, su jefe, aquel hombre que sólo hizo ascos a Ava Gardner y presumía de ello. Un residuo franquista que pondría los cimientos de lo que hoy es un partido mal llamado Popular pues poco o nada tiene que ver con la materia con la que se tejen los sueños del pueblo. Manuel Fraga fue diplomático de bombín y un represor oficial que inspiraría mazo a esta mujer en su etapa al frente de la Delegación del Gobierno de Madrid. Tiempos donde el abuso policial empezaba con la falta de identificación de los policías en el desarrollo de sus funciones represivas.

Llegados aquí, tampoco vamos a pedirle a esta mujer que tenga la elocuencia de una Shakespeare pero es que la frase del tuit es todo un disparate, tanto en su construcción -por ser normativa- como en su significado, vacío de calle y de verdad. Bien mirado, podría haber dicho lo contrario y aún con eso, por mucha canela que le pusiera, la materia de su barquillo seguiría siendo al gusto privado con pérdidas al gasto público.