Éste iba a ser el año que iba a cambiarlo todo en España y fue el mundo que la rodeaba el que cambió por completo mientras España se agarraba a una cuantas viejas certezas. Éste el año en que al fin asumimos aquello que Jean François Revel había tratado de enseñarnos: La primera fuerza que dirige el mundo es la mentira. Y en que supimos que en el lado próspero del planeta ya casi no quedaba ni rastro de miedo al mal sino un aburrimiento de muerte, un empacho de estabilidad que nos ha trastornado. A la mentira le dimos un nuevo nombre, tan asquerosamente cursi como posverdad y certificamos la muerte de la prensa como fuente de autoridad.

Este año leí a Joan Didion y sentí con ella el vértigo de la ausencia, cambié radicalmente de vida, trabajé más que nunca, vi a Eschenbach suspender el tiempo, me aburrí del fútbol, me despedí de personas a las que no dejaré de añorar, fui feliz en el Índico y aprendí que la belleza es una fuerza imparable y que ante su capacidad destructiva es inútil todo lo que no sea resignarse. No vivimos lo suficiente como para que exista un solo año anodino en nuestra historia personal.

Pero es que éste ha sido un año también importante para nuestra historia común. Este año, por alguna extraña razón, una ola de frustración recorrió el mundo rico y nos hizo creernos más pobres, más desgraciados, más ignorados y más solos. E hizo brotar el odio. Un odio muy familiar, ya conocido, que es el que suele traer la resaca de muchos años de prosperidad.

Había unas cuantas convenciones que yo jamás había visto tambalearse. Hasta este año. Y sin embargo éste no ha sido un mal año en el planeta Tierra. Es ya una tradición de diciembre el reportaje de The Economist que confirma que el progreso no se detiene y que el mundo no ha dejado de mejorar desde hace décadas, o más bien desde siempre, con puntuales paréntesis en los que el empacho de estabilidad, que no es otra cosa que la compasión hacia uno mismo, hace crecer el odio y, como una profecía autocumplida, consigue detener el progreso.

Analizado con frialdad, se dan todas las condiciones para que 2017 sea el año de la cosecha del odio de 2016. Afortunadamente 2016 nos ha grabado para siempre una enseñanza indiscutible y esperanzadora: el mundo siempre ha sido un lugar imprevisible.