No me alegré cuando le dieron el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan. No me sorprendí cuando supe que se negaba a ir a recogerlo. Se lo tienen merecido los de Estocolmo, pensé. Supe luego que Patti Smith iba a estar en la gala de entrega de los premios y que iba a cantar uno de los temas más bellos del Ausente (al Nobel lo que es del Nobel, y a Dylan lo que es de Dylan…), A Hard Rain's A-Gonna Fall. Ahí empecé yo a interesarme.

Entrevisté a Patti Smith en Nueva York una vez. La entrevista tardó tanto en cuajar, me pusieron tantísimas exigencias, tantísimas condiciones (nada de fotos, para empezar) que yo llamé a la puerta de su casa, en el Village, temiéndome lo peor. Temiendo darme de bruces con una diva asquerosa. Resultó ser una de las personas más entregadas y más dulces que me han puesto por delante la vida y el periodismo. Lo de nada de fotos era sólo porque Patti Smith es bizca. MUY bizca. No se le nota más precisamente porque cuida al milímetro su imagen gráfica desde los tiempos de Robert Mapplethorpe. El mismo Mapplethorpe que dejó de ser su novio cuando se atrevió a declararse abiertamente homosexual, pero mientras estuvieron juntos, todo el mundo en aquel divino playground underground del hotel Chelsea y aledaños le preguntaba: “¿qué hace un chico tan guapo como tú con un palo de escoba como ésta?”. El sufrimiento seguía allí, casi intacto, cuando décadas después yo la entrevisté. El hondo lamento por no haber sido capaz de reunir en sí misma más belleza.

No mucho después fui a un concierto suyo, también en Nueva York, que empezó imperdonablemente tarde. Pasan las horas y las horas y la artista que no asoma y tú ahí de pie, cuando ya no tienes humor ni edad para pegar brinquitos a oscuras. Salió a cantar por fin. Y hubo otra sacudida de magia. Aunque creo recordar que también entonces se equivocó con la letra de alguna canción.

¿Qué pasa cuando los dioses se trabucan, trastabillean o directamente chochean? Patti Smith en la gala de Estocolmo, haciéndose un lío con la letra de Bob Dylan, pidiendo humildemente perdón para volver a empezar la estrofa. Sus ojos, ese renglón torcido de Dios. Esa mirada de terca niña inextinguible al fondo de sus greñas canas como de un tremendo pozo de edad. Cuánto más no se ama a los seres difíciles, escribió André Maurois. Cuánto más no se les ama a las duras que a las maduras. Es dura esta lluvia de ahora, más dura aún la que va a caer. Pero en el compacto océano de tanta inclemencia alguien obra el milagro de alumbrar alguna lágrima viva por ti y para mí.