Spain in a day es el nombre del proyecto cinematográfico de Isabel Coixet que acaba de estrenarse. Más de 22.000 personas registraron en clips de vídeo una parte de lo que ocurría en sus vidas un mismo día hace un año, el pasado 24 de octubre, y enviaron las imágenes a la cineasta catalana.

Con estos fragmentos vitales, Coixet ha configurado la imagen plural y ecléctica de una nueva España, una muy distinta a la que podría intuirse leyendo nuestros diarios, viendo la televisión u observando la extraña escena política en la que aún nos encontramos.

Surge de la visión de la directora de Mi vida sin mí de un país alegre, de orígenes y tendencias múltiples, cosmopolita más por obligación que por deseo, pero expansivo al fin y, si pudiéramos verle las profundidades y tuviera alma, se intuye que poseería una de pertinente calidad.

Aparece en la cinta una extensión de poco más de medio millón de kilómetros cuadrados colmada de personas para las que vivir con solidaridad no resulta ni embarazoso ni extraño, sino más bien natural. Un lugar donde se aprovecha la vida de una manera que no genera ni pasivos ni tristeza excepto cuando ya no se puede aprovechar, porque se acaba. Y, a veces, se acaba.

Aparecen en este conjunto de dibujos de la realidad actual enfermos alegres y pobres absolutos; refugiados que inician una nueva vida y transexuales sosegados ante la certeza y la autoaprobación de que ellos son así, guste o no; centenarios que ya no recuerdan cuántos hijos tuvieron –“Siete, mamá, siete”- y niños que adoran el baile y se abren de piernas.

Es una película de películas de la vida de miles de personas; cada uno de ellos regaló una porción de su intimidad a Coixet y ella cosió, con acierto y elegancia, la vida de unos y otros, la de todos.

Y aparece, así, el país en el que vive Rafael Nadal, que hace no mucho criticó nuestra particular manera de autoflagelarnos afirmando que “no es justo que nos quejemos de un país que es un privilegiado”. Y sí, por supuesto que estamos gran parte del tiempo criticándonos –forma parte, o eso parece, de nuestra idiosincrasia-; y sí, por supuesto que lo somos.

Si alguien lo duda puede comprobarlo visitando la sublime exposición de fotografías de Gervasio Sánchez con textos no menos brillantes de Mónica Bernabé, en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid, sobre otra realidad mucho peor: la de las mujeres en Afganistán.

Afortunadamente, no estamos en ese país que estrangula la vida de tantas mujeres; estamos en otro muy distinto en el que ocurren muchas cosas buenas, y otras menos buenas.

Desde donde estamos, siempre en movimiento, vamos a otros sitio que, esperemos, será mejor. Aunque puede que no lo sea. Afirma el músico Ariel Roth que se está diseñando un mundo “para mentes muy básicas”. Él lo sabrá, que está promocionando La Manada, su universo último. Y puede que tenga razón: yo siempre me fiaría de un rockero, pues ellos son los que, verdaderamente, saben cómo vivir.

La España de Coixet es la de los nuevos españoles; la de los que emigran por obligación y la de los que, emigrados, no pueden regresar en Navidad –y van dos años seguidos- porque su jefe alemán no se lo permite; la de los que votaron a los nuevos políticos, esperanzados ante el aparente pragmatismo de Rivera o extasiados ante las promesas de Iglesias, y también la de los que prefirieron prolongar el menguante bipartidismo.

Es la España de todos los que, con retazos de nuestra vida en clips, hacemos un país que, después de todo, tal vez no tenga tantas cosas de las que avergonzarse.