Aguirre vuelve al teletipo y al televisor cuando el Ayuntamiento de Carmena no da para más, que es agosto y la porquería en Chamberí es la habitual y no es ya noticia la simpática roña del Madrid 'del cambio'. Ya se sabe que en España los ayuntamientos son trampolines o altavoces, y por ahí Esperanza Aguirre vió el hueco el lunes, y largó desatada sobre la charca del desgobierno. La pecosa Aguirre, la niña pilarista, va y pide más liberalismo al pacto-aborto de Ciudadanos y PP. Aguirre le pregunta al viento agosteño de Madrid que ¿dónde quedan los liberales en España?, con ecos manriqueños y ese añorar la primera fila de un partido. Aguirre cita ideologías y principios, pero ese partido ya ni es partido ni es liberal ni ná de ná, sino un engendro entre Rajoy y siete niños monos espolvoreados en las tertulias; más la tertulia misma, atada y bien atada por Soraya TV. Frente a esto, Aguirre resulta la conciencia liberal de un partido sin conciencia, un PP con ciento y pico tragaderas socialdemócratas, y que no sea por no firmar, Mariano.

Aguirre pregunta, analiza según, convierte una rueda de prensa consistorial (semáforos, agentes de movilidad, basuras y verbenas) en un circo que trasciende Cibeles. Y todo esto hay que agradecérselo, que la FAES no se acaba ni por julio ni por el piedemonte del Guadarrama. Uno ve a Levy y a Aguirre, a Maíllo y Aguirre, y viene a comprender que el "tapón Rajoy" será eterno por esa virtud rajoyniana de la falta de principios que digo; una virtud como cualquier otra, como la telequinesia o la memorización de la guía telefónica de Cuenca. Rajoy se amolda a todo, Rajoy es como el asa de una maleta: uno la suelta y otro la coge, pero ésa es la insoportable inmortalidad de su ser y así hay que comprenderlo. A Rajoy le revienta que le menten principios fundamentales. A Rajoy le revienta el verbo certero de Aznar cuando pregunta por el quo vadis, y tiene narices que este Brey torticero se permita obviar al alma necesaria y fundadora.

De lo dicho por Aguirre queda, además, el dardo a Pedro Sánchez. Aguirre le pide al "cateto del bañador" (así venden a Sánchez sus críticos de dentro) que ponga condiciones para abstenerse, pues tiene el "poder omnímodo de imponer las condiciones que él crea importantes para la mejora de España".

Pero Aguirre sabe que España está enferma. Que Otegi es ahora víctima de género y que Sánchez, incondicional, se empeña en morir con el Meyba puesto.