Tras contar en una entrevista que tenía guardadas más de diez mil canciones, Javier Maroto no se privó de decir al periodista “y no me preguntes si las he comprado todas”, como si no resistiese las ganas de presumir de la comisión de un delito: el de violar la propiedad intelectual.

El problema no es que Maroto se baje música por el morro, que ya es grave que lo haga un representante público. Lo malo es que lo cuente como una gracia. Nadie le había preguntado si sus canciones eran legales, pero él se empeñó en dejar claro que alguna no lo era.

Maroto tenía que elegir entre hacer un guiño a los músicos y presumir de que todos los temas que posee son legales, o hacérselo a los amigos de lo ajeno. Y prefirió dar un codazo cómplice a quienes expolian a los autores y a las empresas culturales: “chavales, soy de los vuestros”, porque en el fondo piensa que los piratas molan más. De inmediato recordé al desdichado Steve Urkell, el antihéroe de los noventa, el inadaptado, que fardaba de devolver al videoclub las cintas sin rebobinar para que los malotes del instituto le viesen como un tipo duro a pesar de las gafas y la ortodoncia.

Es triste comprobar que quienes tienen responsabilidades políticas prefieren tender la mano a los malos y no a los buenos, a los caraduras antes que a los trabajadores, a los aprovechados antes que a la gente que reivindica su derecho a algo tan vulgar como ganarse la vida. Ahora imaginen a un político contando entre risitas que a veces conduce borracho, o que tiene a la asistenta sin seguro, o que de vez en cuando se va del bar sin pagar el cubata.

Por desgracia, en España hay muchísimas personas como Maroto. Personas que no ven mal piratear contenidos y que tras leer su entrevista encontrarán una coartada para seguir haciéndolo: será que no es para tanto.

No sé si Javier Maroto es consciente del daño que con sus declaraciones ha hecho a quienes se dejan la piel en defensa de la propiedad intelectual, que no es un capricho ni un lujo, sino la única forma que tienen los creadores de salir adelante. Cuando alguien con su formación no alcanza a entender la importancia de respetar el trabajo de los artistas, tratar de explicárselo es perder el tiempo.

Ya que Maroto va a seguir burlándose de compositores e intérpretes, desde aquí le suplico que no lo cuente: si la mujer del César no quiere ser honrada, que al menos lo parezca. Ya ve con qué poco nos conformamos.