Nadie recuerda ya al pobre Robert Barker, un editor londinense que en 1631 publicó la que es posiblemente la edición maldita más conocida de la Biblia. Tan maldita, de hecho, que a día de hoy sólo quedan diez copias de la que es conocida popularmente como la Biblia de los pecadores. Una de ellas se subastó hace un año por un precio cercano a los dieciocho mil euros.

En realidad, la única particularidad de la Biblia de Robert Barker es su única errata. Sí: se trata de una errata significativa, pero… ¿tanto como para que el rey Carlos I de Inglaterra le retirara la licencia de impresor a Barker, ordenara destruir todas las copias del libro y le multara con la astronómica, para la época, cantidad de trescientas libras?

Pues oigan, sí. Porque el error de Barker consistió en olvidarse de añadir la palabra “no” en el séptimo mandamiento, con lo cual la cosa quedaba así: “Cometerás adulterio”. No puedo dejar de pensar en los diez poseedores de las diez únicas Biblias de Barker que sobrevivieron a la quema leyendo los diez mandamientos y deteniéndose en el séptimo.

—Espera, espera… Charles, cariño, ¿has leído esto?

—No, querida Mildred. ¿El qué? ¿Quieres otra taza de té, por cierto?

—Olvídate del té. Hablo del séptimo mandamiento de la Biblia que le compraste a Barker. ¿Tú lo recordabas así?

—Mmmm… déjame leer: “Co-me-te-rás-a-dul-te-rio”. No, honey. Pero mi memoria suele fallar últimamente y Barker es el impresor real. ¿Qué interés podría tener él en tergiversar la palabra de Dios?

—Entonces… ¿el Señor nos está pidiendo que cometamos adulterio?

—Mmmm… eso parece, Mildred.

—¿En serio?

—Ordenándolo, más bien. Parece bastante imperativo.

—Pues yo empiezo hoy mismo, ¿eh? No me esperes despierto.

Las mejores erratas, ya se ve, son las que añaden un sentido completamente inesperado al texto original. Y si ese nuevo sentido es sexual, fiesta doble. Como las dos que menciona Juan Tallón en su artículo Las erratas se sigilosan. La de Blasco Ibáñez en Arroz y tartana (“Aquella mañana, doña Manuela se levantó con el coño fruncido”) y la del conocido verso de Garcilaso (“Y Mariuca se duerme y yo me voy de putillas”). A veces una sola letra, la que va de ceño a coño y de puntillas a putillas es todo un mundo, ¿cierto? También oí en cierta ocasión un “matar mosquitos a coñonazos” que me confirmó que todo el mundo tiene algún as en la manga.

Recuerdo con cariño, en fin, cuánto solía maldecir yo al saboteador que puso en los teclados la tecla de la U al lado de la tecla de la I. Porque no había email que yo no firmara con un rotundo “Un salido”. Lo cual no dejaba de resultar gracioso. Yo podría haber escrito “Un ssludo” o “Un aaludo” porque a fin de cuentas también la tecla A está al lado de la tecla S. Pero no: yo escribía siempre “Un salido”. Es decir, lo escribía hasta que empecé a saludar a la gente con “Un abrazo” o “Un beso”. Aunque estuviera hablando con tipos de sesenta años con sables y trabucos colgados de las paredes de su casa.

Mejor incómodamente cariñoso que explícitamente libidinoso. Ténganlo en cuenta, que las erratas las caga el diablo.