En la página 131 del recién publicado último libro de Anne Applebaum Twilight of Democracy (El crepúsculo de la democracia) hay una impresionante cita de una conversación con Rafael Bardají que ella -la biógrafa del Gulag, la gran historiadora del estalinismo- identifica como la “verdadera fuente del miedo y la ira que sienten, de manera genuina, los seguidores de Vox”.

Ilustración: Javier Muñoz

Dice literalmente Bardají a la también columnista del Washington Post: “Estamos entrando en una era en la que la política se ha convertido en algo diferente. La política es la guerra por otros medios. No queremos que nos maten, tenemos que sobrevivir… Creo que la política consiste ahora en que el que gana se queda con todo”.

Sí, han leído bien: “We don’t want to be killed... I think politics now is winner takes all”. Respiren hondo, antes de seguir. Bardají no tiene, en estos momentos, ningún cargo ejecutivo en Vox pero está considerado su principal gurú y, desde luego, su vínculo con Steve Bannon, el estratega de Trump que ha dado cohesión a la extrema derecha en Europa.

Applebaum conoce a Bardají, “un proamericano afable con una fuerte afinidad con Israel”, desde que estuvo vinculado a los gobiernos de Aznar y a FAES, como prototipo del atlantismo “neocon” que respaldó a la administración Bush y la guerra de Irak.

Por eso, sostiene que “la política de Trump con su desdén por Europa, por la OTAN y por la democracia habrían hecho revolverse a Bardají en los 90, pero -como les ha ocurrido a algunos conservadores nostálgicos en Inglaterra- hacia 2016 Bardají estaba ya cansado de la ‘democracia liberal’”.

Para Applebaum, Bardají y Vox son los exponentes españoles de cómo las sociedades occidentales están siendo arrastradas hacia la “polarización” por la “demagogia” y el “autoritarismo”.

Aunque su libro, escrito sobre el estribo mismo de la irrupción del coronavirus, está dedicado al auge de la extrema derecha, hace una importante precisión inicial:

“El autoritarismo apela simplemente a la gente que no puede soportar la complejidad. No hay nada sobre este instinto que sea intrínsecamente de izquierdas o de derechas. Es el antipluralismo. La sospecha hacia los que tienen ideas diferentes. La alergia a los debates profundos. Es irrelevante que quienes sienten este instinto procedan del marxismo o del nacionalismo. Es un marco mental, no un sistema de ideas”.

Applebaum retrata a Vox como un movimiento de respuesta al separatismo catalán y vasco, al auge del feminismo y la inmigración y a la llegada de Podemos al Gobierno, del mismo modo que Hanna Arendt explicaba el nacionalismo romántico como una respuesta del mundo rural a la revolución urbana; del mismo modo que el movimiento contra Dreyfuss caló en la Francia profunda, encarnada por Maurras; de la misma forma que la película Vice, muestra a Dick Cheney, como precursor del “América First” de Trump, arengando a los trabajadores que han perdido sus empleos por la globalización.

Esta cara de la otra moneda, este haz del envés, va a culminar en España esta semana con una moción de censura de Vox, prácticamente calcada, en su motivación y escenografía, a la que Podemos presentó en 2017.

"El autoritarismo apela simplemente a la gente que no puede soportar la complejidad [...]. Es el antipluralismo"

Abascal, como Iglesias, no busca tanto desgastar a un presidente numéricamente inasequible desde su perspectiva, como desplazar el eje de la oposición hacia el extremismo. Su verdadero objetivo es presentar a Casado como un líder débil e impotente y ofrecerse él como el hombre fuerte, el “cirujano de hierro” que precisa España para combatir la maldad congénita, la degradación moral de este gobierno de “matones”, según oímos en la última sesión de control, de este gobierno de “asesinos”, según escuchamos cada mañana en su emisora afín.

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No por casualidad, la primera vez que se escribió la palabra “demagogia”, en la obra de Eurípides Los Caballeros, fechada en el siglo V antes de Cristo, fue para advertir, por boca del personaje que encarna a Demóstenes, que no es propia de los hombres cultivados y rectos, sino de los “ignorantes y repulsivos”.

Y no por casualidad, encontramos en la famosa conferencia que Adorno dio en la Universidad de Viena, sobre el resurgir de la extrema derecha -nada menos que en 1967, medio siglo antes de las redes sociales-, la doble mezcla de advertencia y premonición de que “la propaganda empieza a constituir la sustancia de su política”, hasta el extremo de “presentarse como los verdaderos demócratas y acusar a los demás de antidemócratas”.

O mucho me equivoco o ese será el resumen del resumen de la autopromo de Abascal el miércoles. Naturalmente el mayor beneficiado, “salvado” en suma por dos jornadas de vituperios contra el Gobierno, será, como advirtió García Egea, el propio “soldado Sánchez”. De ahí que pocas cosas resulten tan incomprensibles como que Casado contemple aún la abstención y no termine de decantarse por el “no” rotundo que le recomendó Aznar y le pide gran parte de sus colaboradores.

Tal vez algo tenga que ver con esa recomendación de Aznar el hecho de que Twilight of democracy se colara, entre los ensayos sobre su cada vez más admirado Lincoln, como una de las lecturas de verano del expresidente, confinado en Guadalmina, bajo la sombra protectora de un imponente gigante, obra del escultor Mascaró.

La tesis de Applebaum es que este “autoritarismo” de derechas nada tiene que ver con el “conservadurismo” liberal, de la misma forma que el “autoritarismo” de izquierdas tampoco puede ser adscrito a la familia política del socialismo democrático. Ella misma centra el tiro cuando afirma que “personas como Aznar parecen pertenecer ya a un mundo diferente”.

Yo digo otro tanto de Pablo Casado, pero ha llegado su momento de hacerlo explícito. En nuestro modelo constitucional no se vota sobre aquel a quien se censura, sino sobre aquel que se ofrece como alternativa “constructiva”. Toda una ironía, referida a Abascal o a Iglesias.

Una cosa es que el PP aceptara el apoyo externo de Vox a sus gobiernos de coalición con Ciudadanos en Madrid, Andalucía y Murcia o no pusiera objeciones a la famosa foto de Colón. Otra muy distinta sería que no se mostrara inequívocamente en contra -aún en el terreno de la hipótesis- de que el líder de Vox alcanzara la presidencia del Gobierno.

La del jueves será una de esas votaciones que quedan para siempre en la trayectoria de un político y Casado no debería vacilar en dar la espalda a la involución. Máxime cuando los últimos acontecimientos le proporcionan una inesperada oportunidad de oro de demostrar que el suyo es ese “mundo diferente” que siempre estará en confrontación con el modelo “antipluralista”, al que, de manera inaudita, parece, de repente, camino de adscribirse Sánchez.

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Por si no hubiera razones conceptuales profundas, el hecho de que la reforma del Poder Judicial, impulsada con la alevosía de la proposición de ley, para eludir hasta los informes preceptivos de los órganos constitucionales, coincida con la aprobada en Polonia por los homólogos de Vox y con las pretensiones nunca ocultadas por Podemos, debería bastar para que Sánchez pare a tiempo esta loca huida hacia delante, en la que se ha metido él solito. Es su biografía entera la que pende de este texto legal.

En nuestro modelo constitucional no se vota sobre aquel a quien se censura, sino sobre aquel que se ofrece como alternativa “constructiva”

Nada tendrá que ver el balance que la posteridad haga de su trayectoria y la de su equipo si se limita, como hasta ahora, a ceder a Iglesias parcelas secundarias y acotadas de poder, por mor del imperativo aritmético, o si asume la jamás ocultada pretensión pablista de controlar a la judicatura, cargándose la división de poderes y el espíritu y la letra de la Constitución. No en vano, ese era uno de los principales ejemplos que el propio Sánchez ponía, hace apenas un año, para explicar por qué el pacto con Podemos le quitaba el sueño.

Si el bloqueo del PP a la renovación del largamente caducado CGPJ estaba colocando a Casado en una posición difícil de justificar ante la opinión moderada que suele inclinar la balanza electoral en un sentido o en otro, ahora se han invertido las tornas. De repente, es Sánchez el que está bajo sospecha, ante la propia UE, por su órdago autoritario, del género winner takes all. Pero para aprovechar esta ventaja, erigirse en el defensor de la complejidad constitucional y ampliar su espacio hacia el centro en colaboración con Ciudadanos, Casado necesita posicionarse tan frontalmente contra Abascal como contra Sánchez e Iglesias.

Un “no” de Casado a Abascal le erigirá en la única alternativa viable al sanchismo y le convertirá en el paladín creíble de la separación de poderes y la seguridad jurídica. Algo equivalente a lo que hizo Aznar, en pleno viaje al centro, frente a la ley de la patada en la puerta de Corcuera.

Esperemos, por cierto, que los defensores de la constitucionalidad de la elección por mera mayoría de los vocales del Poder Judicial, tengan al menos la gallardía de ligar su futuro político y el del propio Sánchez, al veredicto del Tribunal Constitucional, como hizo el entonces ministro del Interior.

Probablemente no lo hagan porque, a diferencia del mercurial Corcuera, no se lo creen ni ellos. Evocando a Nicolás Redondo padre, sólo cabría decirles “Mientes, Marcelino, y tú lo sabes”. Porque si la Constitución es explícita al requerir los tres quintos para los ocho vocales que de manera expresa proceden del Congreso y Senado, ¿cómo no va exigir ese mismo listón respecto a los doce restantes, una vez que el TC lo presentó en el 86 como la cautela garantista que permitía que también fueran elegidos por las cámaras y no por los propios jueces como originariamente ocurría?

Sánchez se ha metido, sin ninguna necesidad, en un oscuro y siniestro callejón del que ahora precisa que el PP le ayude a salir. La moción de censura de esta semana va a permitirle mirarse en el espejo de Vox. Durante dos días va a tener tan cerca a Abascal como habitualmente tiene a Iglesias. Y, si no es muy corto de vista, se dará cuenta de lo parecidos que son.

El vicepresidente segundo fue, por cierto, casi tan certero como brusco cuando, en la última sesión de control, espetó a Macarena Olona: “Les gustaría ser terribles fascistas pero no pasan de acomplejados reaccionarios”. Lástima que a la diputada de Vox no le quedara ya tiempo para la correspondiente contrarréplica: “A ustedes les gustaría ser terribles revolucionarios pero no pasan de resentidos oportunistas”.

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El disparate de la inaceptable reforma del Poder Judicial no sólo ha acercado a Sánchez a Iglesias, sino que ha metido a Abascal en su mismo coche. Nadie duda de que, aunque el líder de Vox clamará el miércoles contra ella, si algún día formara parte de un gobierno, la utilizaría descarnadamente a su servicio.

A Felipe González le fascinaba lo que él bautizó como “el decisionismo de Bettino Craxi” y así terminaron ambos haciendo lo que hicieron. Cualquiera diría que a Sánchez le ha dado ahora un ataque de “decisionismo” y su equipo médico habitual no ha sido capaz de pararlo a tiempo.

Va a tener tan cerca a Abascal como habitualmente tiene a Iglesias. Y, si no es muy corto de vista, se dará cuenta de lo parecidos que son

Esa proposición de ley es la carretera hacia el desastre. Mientras no se aparte de ella, Sánchez seguirá al volante de un coche condenado a precipitarse en el Gran Cañón del Colorado. Y como Thelma escuchará la palabra “¡acelera!”, sólo que con la cacofonía fruto del desdoblamiento de Louise en los dos populistas autoritarios que le instan a dar el salto del cuanto peor, mejor.

En sentido estricto, Casado no es parte de la película pero en sus manos está darle otro final. Que la culpa vaya a ser de Sánchez no protege a los españoles del impacto que seguirá al salto hacia el abismo. Y no estamos para más estropicios.

El PP debe retomar cuanto antes le negociación para renovar el CGPJ, pero el PSOE -amén de retirar la tosca garrota que ha puesto sobre el mantel- debe olvidarse de la pretensión de incorporar a Podemos a la mesa. Quien negocia no es el gobierno -y a esos efectos es irrelevante que sea de coalición- sino los partidos o, para ser más exactos, los grupos parlamentarios. Si un acuerdo entre PSOE y PP moviliza los tres quintos, no hace falta nadie más.

Cuestión distinta es la criba de los candidatos. El PSOE podrá querer colocar a alguien grato a Podemos y el PP contrarrestarlo con algún perfil ultraconservador. Será la hora de los vetos y contravetos. Todo bastante detestable pero fueron los populares quienes tuvieron mayoría absoluta para volver a la elección original de los jueces por los jueces y por dos veces dilapidaron la ocasión.

Ha pasado el tiempo de ponernos estupendos. Nuestra economía está en lo más hondo del pozo del mundo desarrollado y la pandemia nos golpea más terriblemente que a nadie. Tengamos en cuenta la disyuntiva que, a modo de corolario, nos deja Anne Applebaum en ese inquietante ensayo que, además de Aznar y yo, debería leer el mayor número posible de españoles:

“Puede ocurrir que el miedo a la enfermedad desemboque en el miedo a la libertad… O puede ocurrir que la realidad de la enfermedad y la muerte enseñe a la gente a sospechar de los mercachifles, mentirosos y suministradores de desinformación… La lucha contra los autoritarismos que dividen, polarizan y separan a la gente en campos de batalla requiere de nuevas coaliciones. Juntos podemos lograr que viejas y malentendidas palabras como “liberalismo” vuelvan a significar algo; juntos podemos contraatacar a las mentiras y los mentirosos; juntos podemos repensar lo que la democracia debe significar en la era digital”.

Sí: “Juntos”. ¿Entenderán alguna vez Sánchez y Casado lo que esas seis letras cambiarían para bien la vida de todos nosotros?