¡Qué selectiva es la memoria! Poco antes del inicio de la pandemia estuve con Alberto Núñez Feijóo y, evocando sus tiempos al frente de Correos (2000-2003), él se acordaba de la interceptación de un paquete bomba, enviado por un grupo anarquista, contra mí; y yo de la noche en que intervino como sponsor en la fiesta de la Feria del Libro que todos los años organizaba El Mundo, en su terraza de la calle Pradillo.

Ilustración: Javier Muñoz

El núcleo duro de mi recuerdo es que Feijóo ya había sido un extraordinario gestor como presidente del Insalud y volvió a serlo en Correos. Lo que ahora está haciendo Juanma Serrano, desmontando los prejuicios de que alguien que venga de la política no puede ser un buen empresario, tiene pues ese notable antecedente, aunque Correos fuera entonces un organismo autónomo y sea ahora una empresa pública.

Feijóo había llegado a Madrid bajo la sombra protectora del que fuera ministro de Sanidad y luego presidente del Consejo de Estado, Romay Beccaria, un coruñés afable, en las antípodas de Rajoy en cuanto a densidad intelectual. Cuantos tratamos a Feijóo, en esas dos legislaturas de Aznar, nos dimos cuenta de que aquel hombre flemático y fibroso, colgado de sus gafas, tenía el porvenir de los que primero hacen y luego dicen.

Mi siguiente flash se remonta a comienzos de 2008 en la Plaza del Obradoiro, durante la campaña de las segundas elecciones generales que perdió Rajoy. Yo acompañaba al líder del PP para hacer una larga mezcla de entrevista y reportaje en distintos escenarios que le resultaran cercanos y observaba su rígido lenguaje corporal, como si el traje y la corbata fueran una jaula que entorpeciera su relación -ya estaférmica- con quienes le pedían autógrafos.

A su lado, Feijóo, en camisa y vaqueros, acentuaba el contraste, mezclándose, de manera a la vez jovial y serena con los paisanos y militares -había una unidad en peregrinación al Santo- que le requerían para hacerse fotos. No recuerdo si se le ocurrió a él o a mí, el caso es que terminamos comprándole un billete de lotería al candidato. Ni por esas.

Cuando se abrieron las urnas, consolidando a Zapatero en la Moncloa, yo comparé a Rajoy con el perdedor reincidente Adlai Stevenson y le pedí que se echara a un lado. Arenas, Gallardón y Camps lograron sujetarle, atribuyendo la inspiración de la maniobra a Esperanza Aguirre. Pero lo que yo tenía en la cabeza era la fantasía de qué habría sucedido si aquella mañana los papeles hubieran estado invertidos: si Feijóo hubiera sido el candidato a la Moncloa y Rajoy el heredero de Fraga, como aspirante a presidir la Xunta, tras el paréntesis del bipartito entre el PSOE y el Bloque.

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Feijóo está más que acostumbrado a estos ejercicios de historia alternativa, pues una y otra vez se le atribuyen aspiraciones al liderazgo nacional del PP, que una y otra vez se ven desmentidas por la realidad. Las primarias que siguieron a la espantada de Rajoy fueron la ocasión en que pareció más cerca de dar el salto y la sombra de los infames dosieres del CNI, escondidos en el bolso sin fondo de Soraya, planeó sobre su negativa final a entrar en liza.

Fue una decisión difícil pero prevaleció su compromiso con los electores que le habían otorgado su tercera mayoría absoluta. Ahora va a por la cuarta y aquel “no puedo fallar a los gallegos porque sería como fallarme a mí mismo”, tendrá sin duda rédito en las urnas. Es vox populi que si Feijóo hubiera concurrido, Casado y Cospedal se habrían retirado a su favor; y nunca sabremos cuál hubiera sido el desenlace de las dos elecciones generales del año pasado, con él como adversario de Sánchez.

Lejos queda ya aquel reñido proceso de 2005 en el que se hizo con el liderazgo del PP gallego, a costa de los viejos caciques -no tanto por su edad como por sus mañas- Cuiña y Baltar. La antorcha del galleguismo español de Fraga había pasado a manos del representante de una nueva generación, dotado del mismo brío pero con unos modales muy diferentes.

Una y otra vez se le atribuyen aspiraciones al liderazgo nacional del PP, que una y otra vez se ven desmentidas por la realidad

“Suaviter in forma, fortiter in re”, muchos ven en Feijóo un político jesuítico e incluso camaleónico que va adaptando su discurso al interlocutor y las circunstancias, sacrificando la ideología al pragmatismo de la conservación del poder. Yo le veo, emergiendo de las rías con el tridente de sus victorias, como Proteo, el dios griego del mar que era capaz de cambiar su forma a voluntad, manteniendo inmutable su identidad. Borges le dedicó un soneto, con cuyo final seguro que muchos identificarán a Feijóo:

“Urgido por las gentes asumía

la forma de un león o de una hoguera

o de árbol que da sombra a la ribera

o de agua que en el agua se perdía.

De Proteo el egipcio no te asombres,

tú, que eres uno y eres muchos hombres”

Esta capacidad proteica explica las mayorías absolutas de Feijóo, en la medida en que implica representar cosas distintas para segmentos electorales diferentes. Sólo un moderado con talante y convicciones centristas puede a la vez “ser uno y muchos hombres” y acumular así una intención de voto entorno al 48%, como la que actualmente le pronostican las encuestas.

Es significativo que en casi todos los grandes asuntos de debate, Feijóo reciba a la vez las críticas de la izquierda y la extrema derecha. Ocurre desde luego con la lengua y la cultura. Cuando, hace unos días, Ortega Smith trató de ridiculizar su reivindicación constante de uno de los grandes patriarcas de la cultura gallega, llamándole despectivamente “Jordi Feijóo de Castelao”, no pude por menos que recordar la trifulca que le montaron todas las izquierdas hace un par de años, con ocasión de la llegada a Galicia de un emblemático cuadro que el intelectual exiliado pintó ya medio ciego.

'La última lección del maestro' de Alfonso Daniel Rodríguez Castelao.

Era la imagen de dos alumnos llorando el cadáver de su maestro, Alexandre Bóveda, y el hecho de que Feijóo no se refiriera expresamente a que se trataba de una víctima de los sublevados de julio del 36, fue presentado por la oposición como “un ejercicio de escapismo de la realidad”, como un “olvido del intento de aniquilación del nacionalismo gallego por el fascismo” y como un desdén de la “cuenta pendiente con los asesinados, humillados y violadas”. Ahí es nada.

El gran pecado de Feijóo fue, en esa ocasión, haberse limitado a subrayar la “poderosa carga simbólica” del cuadro de Castelao “como defensa de la educación frente al fanatismo”. Aún hubiera sintonizado más con el espíritu profundo de la obra, si hubiera dicho “contra todos los fanatismos”.

Es significativo que en casi todos los grandes asuntos de debate, Feijóo reciba a la vez las críticas de la izquierda y la extrema derecha

Es alentador que el secretario general de Vox haya pasado por la campaña gallega dejando el tenue rastro de un esmegma, tras llamar “xenófobo y racista” al mismo Castelao que fue nombrado presidente de honor de la Federación Mundial de Sociedades de Negros, en reconocimiento a su lucha contra la discriminación por el color de la piel. Y también lo es que la única expectativa remota, común al PSOE, el Bloque, Podemos y En Marea, sea un extravagante ‘todos contra Feijóo’. O que la sola amenaza para su cuarta mayoría absoluta sea la abstención en el ámbito rural por miedo al virus.

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Es obvio que la mayor distancia a Madrid y otros focos principales de la propagación del Covid-19 -por una vez nadie ha echado en falta el AVE- ha sido clave para que Galicia haya sido una de las comunidades con menor incidencia relativa de la pandemia. Pero algo habrá tenido que ver también el profundo conocimiento que Feijóo tiene del sistema sanitario, desde aquellos tiempos del Insalud.

El hecho es que la Xunta fue por delante en la adquisición de respiradores -hasta el punto de poder ceder parte a otras autonomías en los momentos críticos-, en el cierre de los colegios y restaurantes y en la suspensión de todo tipo de actos públicos.

Esta mezcla de precaución y alerta temprana ha reforzado la autoridad moral de Feijóo a la hora de criticar la “negligencia” del Gobierno de Sánchez en múltiples frentes y, especialmente, la ocultación del número real de fallecidos. Pero sin traspasar nunca el umbral de las acusaciones gruesas y menos aún el de las palabras frenéticas.

Domingo tras domingo su papel en las conferencias de presidentes de Sánchez se ha distinguido por su crítica constructiva y su mesura. No ha dejado de censurar ineficacias y empecinamientos, pero partiendo del principio de que, en una situación así, tocaba “ponerse a las órdenes del Gobierno”. Tal vez eso explique que, según una reciente encuesta de La Voz de Galicia, el 12% de quienes votaron al PSOE en las últimas generales vayan a apoyar a Feijóo el próximo domingo.

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“La cortesía da más lustre al que la prodiga que al que la recibe”, escribió hace tres siglos su homónimo y paisano el padre Feijóo. Ha querido el destino que la entrega de un premio periodístico en Lugo, a una colega tan querida como Lucía Méndez, haya permitido al líder del PP gallego hacer un paréntesis en los mítines y debates electorales, para exponer este jueves las ideas seminales de su actitud en la vida pública.

Para Feijóo la política y el periodismo son “los puntos de encuentro donde el ‘yo’ se debe transformar en ‘nosotros’”. De forma que “cuando ese ‘nosotros’ se cuartea, se fragmenta y se atomiza, la comunidad como tal desaparece e iniciamos el retorno al tribalismo”.

La mezcla de precaución y alerta temprana ha reforzado la autoridad moral de Feijóo a la hora de criticar la “negligencia” del Gobierno de Sánchez

Algunos de los párrafos de su inspirador discurso deberían servir como rasero para valorar las sesiones parlamentarias y muchas de las cosas que se oyen en los medios: “Si examinamos los procesos destructivos que tienen lugar a nuestro alrededor, en su origen siempre hay políticos que quieren huir de la realidad y también, a veces, hay personas que trabajan en la incomunicación”.

“La polarización política y mediática… es directamente proporcional a la sustitución de los problemas reales por los problemas imaginarios. La política concreta hace posibles consensos que son mucho más arduos en la política meramente ideológica o simbólica”.

Con estas palabras, Feijóo recogía el guante arrojado a la plaza del debate por una reciente columna de Lucía sobre el libro de Pankaj Mishra, publicado en España como La edad de la ira. Yo hubiera optado por “La era de la ira” como eco más fiel del eufónico The age of anger.

Analizando el significado de todo lo ocurrido desde la crisis de la pasada década hasta la presidencia de Trump, el ensayista indio sostiene, en clave rousseauniana, al final de su libro, que “ya no es posible negar o disimular el enorme abismo entre una élite que se apropia de los frutos más selectos de la modernidad y desdeña las viejas verdades, y las masas desarraigadas que, viéndose estafadas de esos frutos, se entregan al supremacismo cultural, al populismo y a una brutalidad rencorosa”.

Entre nosotros han surgido tres expresiones de ese mismo fenómeno que no dejan de retroalimentarse. Todos sabemos cuáles son.

Ojalá que la cada vez mayor sintonía entre Casado y Feijóo impregne el conjunto de la labor de oposición del PP con el también triple antídoto de la serenidad, la ecuanimidad y la ponderación. Será la garantía de que a corto plazo habrá una alternativa de poder, mayoritariamente percibida como tal, y cuando toque, un relevo en la Moncloa.