No por manida, la metáfora del Titanic deja de impresionar. Casado culminó con ella el miércoles una réplica parlamentaria cargada de intensidad: el coronavirus es el iceberg, del que sólo hemos visto la parte emergida; y Sánchez, el capitán que, como el barbudo Edward John Smith, no fue capaz de evitar el choque y asiste impotente al hundimiento del barco de su gobierno, empeorando hora a hora las cosas con torpes maniobras contradictorias, sin tan siquiera ser capaz de gestionar adecuadamente el salvamento del pasaje.

Ilustración: Javier Muñoz

El líder de la oposición mostró su loable sensibilidad hacia los fallecidos, tras la tremenda colisión, forzando a Meritxell Batet a aceptar el minuto de silencio en su memoria, e hizo un completo repaso de los garrafales errores de Sánchez en la tardanza en decretar el estado de alarma, la imprevisión en la compra de material, la desprotección de los sanitarios, la adquisición de partidas defectuosas, los chanchullos de los intermediarios, los bandazos sobre las mascarillas, las omisiones en el cómputo de víctimas, el aún no iniciado estudio epidemiológico, los cambios de criterio sobre la salida de los niños y la ausencia de una hoja de ruta clara para la vuelta a la actividad. Tampoco faltaron adecuadas críticas a las amenazas a la libertad de expresión que traslucen la pregunta del CIS, proponiendo una "única fuente" de información sobre la pandemia, y la ambigua instrucción de la Guardia Civil para contrarrestar en las redes la "desafección a las instituciones del Gobierno".

Hasta ahí, todo perfecto. Esa es la labor del líder de la oposición y en la gran mayoría de sus denuncias tenía más razón que un santo. Por mucho que en otros países también se estén haciendo similares reproches a gobiernos de diverso pelaje, España está batiendo los peores récords. Además, a diferencia de lo que ocurre con Vox, nadie puede achacar al actual PP hipocresía o doblez cuando defiende la libertad de prensa.

El problema de Casado es que, en ese barco que se hunde, lastrado ya por los 23.000 o más bien 35.000 féretros que lleva a bordo, no viaja solo el capitán Sánchez con sus cuatro primeros oficiales en el puente de mando y su Gobierno "social comunista", como dicen sus flageladores, ejerciendo de tripulación. El problema es que en ese barco viajamos los 45 millones de españoles que seguimos amenazados por el doble riesgo de perder la salud o la vida y quedarnos sin empleo, sin ingresos y sin patrimonio.

A falta de cualquier mecanismo legal que permita sustituir a este Gobierno por otro y dando por no escuchada la consigna de "elecciones ya", pues no hay reiteración que blanquee una sandez, Casado está atrapado en un conflicto de suma negativa. No hay manera de ayudar a la nación en su conjunto sin ayudar a Sánchez, mediante la mano tendida de los pactos que requiere. Y, sensu contrario, no hay manera de dejar que Sánchez se hunda, como tal vez merezca, sin que España entera se vaya a pique.

Den por seguro que su determinación a aferrarse al poder le llevaría a honrar la tradición de que el capitán es el último en abandonar el barco. O sea, cuando ya estemos en el fondo del océano y el coste en todos los órdenes sea tremendo e inexorable.

Es en una encrucijada así cuando se pone a prueba el patriotismo reflexivo que debe caracterizar a todo hombre de Estado. También cuando se calibra la inteligencia política de quien puede invertir en su futuro, renunciando a sacar provecho inmediato de este calamitoso presente y aplazando por lo tanto el ajuste de cuentas con Sánchez. En definitiva, cuando toca hacer notar a la opinión pública que Casado no es una versión menos ofuscada del oportunismo de Abascal.

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Tal y como pronostiqué, a medida que avanzan las semanas, Sánchez necesita más acuciantemente el oxígeno político de los pactos. No tanto para diluir sus culpas e incertidumbres -que también- sino, sobre todo, para poder generar la confianza interior y exterior que requiere la reconstrucción.

En ese barco viajamos los 45 millones de españoles que seguimos amenazados por el doble riesgo de perder la salud y quedarnos sin empleo y sin ingresos 

La importante concesión que hizo el lunes a Casado, al aceptar transformar sus rimbombantes "nuevos Pactos de la Moncloa" en una comisión parlamentaria de protagonismo compartido, a la que el PP llegará con la zanahoria en una mano y el palo en la otra, demuestra que su disposición a la búsqueda de acuerdos es sincera.

Es verdad que a la fuerza ahorcan, pero lo que en definitiva Sánchez nos está diciendo es que prefiere verse colgado en el árbol de las concesiones a la derecha democrática y los empresarios que en el de la huida hacia delante con Iglesias y sus socios separatistas de investidura. Como por cierto, nunca me cansaré de insistir en ello, prefería el abrazo con Rivera a la repetición de elecciones que le abocó al pacto del insomnio.

Pues bien, ahora que el don Juan de la Moncloa ha roto mi pesimista estereotipo del pasado domingo y ha empezado a cortejar en serio a doña Inés, hasta el punto de proporcionarle la trascendental baza del "en tu casa o en la mía", no debería haber margen para achares y melindres. El tiempo apremia.

Es hora de que Casado capitalice el éxito de la asunción de su formato e impulse ese ámbito de discusión y encuentro, con el máximo vigor posible, porque si pone a funcionar los talentos de quienes le rodean y embalsa sus emociones, tiene a su alcance atraer a Sánchez hacia una nueva mayoría parlamentaria.

Esa hubiera sido la desembocadura lógica de su intervención del miércoles y resulta inquietante que los floridos campaneros de Génova, tan rápidos para dar sonoros titulares, le estén dejando la iniciativa al PSOE. Para el PP es nefasto que sean Susana Díaz, Gabilondo e incluso Rita Maestre quienes salgan con la mano tendida al encuentro de sus dirigentes, allí donde gobierna el centro derecha, y en cambio Casado no termine de arrancar en su viaje hacia el consenso, aunque haya votado -todo hay que decirlo- en los momentos clave con el Gobierno.

No sólo nos jugamos la eficacia sanitaria ante la pandemia y el ritmo y la intensidad de la reconstrucción económica, sino el propio modelo de sociedad hacia el que vamos. En los próximos días va a ser decisivo dónde pongan sus ojos y sus oídos Pablo Casado y su círculo de confianza porque los resultados serán unos si atienden las recomendaciones ponderadas de la CEOE, los grandes empresarios con proyección internacional, los sectores profesionales, las organizaciones de autónomos, los expertos en demoscopia, los analistas financieros y los contados medios que seguimos defendiendo la transversalidad de la tercera España. Y muy distintos si se dejan arrastrar por la furia incendiaria de los Savonarola que cada mañana predican las dos horas del odio, amplificando el sonido cerril de las caceroladas, mediante la impostura apofántica, según la cual la mitad de los españoles son malvados y una gran parte de la otra mitad, estúpidos por no darse cuenta.

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Por citar a un autor tan estimado por Casado y a quien Cayetana hizo una interesante entrevista, como Steven Pinker, nunca había habido en nuestra sociedad tanta disposición a "esencializar a otros grupos como demonios o alimañas". ¿Cómo puede estar sucediéndonos de nuevo esto? ¿Cómo es posible que los españoles de hoy estemos volviendo a las terribles andadas de nuestro pasado más cainita? ¿A qué sino fatal se debe que llevemos camino de echar por la borda ese tesoro colectivo que fue el espíritu de concordia de la Transición?

"El enigma no es tanto psicológico como epidemiológico", dice Pinker con palabras que vienen doblemente al caso. "Cómo una ideología tóxica puede propagarse desde un pequeño número de fanáticos narcisistas a una población entera dispuesta a llevar a cabo sus planes".

No sólo nos jugamos la eficacia sanitaria ante la pandemia y la reconstrucción económica, sino el propio modelo de sociedad hacia el que vamos

Él mismo aporta, como mejor indicio, la teoría de la "polarización" como "patología del pensamiento" y recurre a la "paradoja de Abilene" como expresión del síndrome grupal: ninguno de los miembros de aquella familia tejana quería en realidad ir a aquel lugar tan inhóspito como Abilene, por aquella polvorienta ruta, durante aquel caluroso mediodía, pero todos fueron porque creían que los demás lo tenían claro. Necesitaban pertenecer al grupo. Algo realmente cómico, si en Abilene no nos aguardaran todos los monstruos del sueño de la razón.

En la España actual los "fanáticos narcisistas" han generado tres ideologías populistas que encuentran en el horror de la pandemia el caldo de cultivo idóneo para su expansión, con el consiguiente lucro de sus promotores políticos y mediáticos. Una de ellas forma parte, por desgracia, del Gobierno de Sánchez, como socio minoritario; la segunda encabeza, para desdicha de los catalanes, el Govern de la Generalitat; y la tercera condiciona y amenaza los tres gobiernos autonómicos del PP y Ciudadanos.

La similitud de sus expresiones y exabruptos los retrata. La tal Isa Serra llamó "asesinos" a los policías que ejecutaban un desahucio por orden judicial, los ventrílocuos de Vox llaman "asesinos" de forma reiterada y explícita a los malos gestores que nos gobiernan y Joan Canadell lo ha hecho de forma implícita al identificar a España con la "muerte" y a Cataluña con la "vida" para argumentar la simpleza de que con la independencia habría habido menos víctimas.

Es verdad que la gravedad de las conductas es directamente proporcional a las posiciones de responsabilidad de cada uno. Por eso lo que causa escalofríos es que Macarena Olona, portavoz adjunta de Vox, hable en TVE de la "gestión criminal del Gobierno", como si hubiera dolo, es decir, intención de matar, en sus errores. Por eso lo estremecedor es que Meritxell Budó, consellera y portavoz de Torra, difunda las mismas tesis del patético presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona.

Y mucho peor aún que todo ello es que un vicepresidente del Gobierno como Pablo Iglesias ataque a los jueces y pretenda defender a su pupila madrileña con el argumento de que "protestó por un desahucio vergonzoso", cuando el motivo de su condena es que agredió de palabra y obra a los agentes, ensañándose con las mujeres policía, según los cánones de una singular variedad del feminismo, empeñada en emular el más rabioso de los machismos. Pero ya se sabe que el proceso de degradación humana no tiene límite: se empieza justificando la violencia como forma de acción política y se termina burlando una cuarentena.

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Una gran mayoría de los españoles aplaudiría a Sánchez, si advirtiera a Iglesias que es incompatible formar parte de su gobierno y arremeter contra los jueces cada vez que no le gusten sus resoluciones; igual que una gran mayoría de los españoles aplaudiría a Casado, si repudiara los exabruptos y amenazas a los derechos civiles que recurrentemente formula Vox. Pero como uno y otro son prisioneros de la aritmética allí donde gobiernan, nada de eso podrá suceder hasta que entre ellos se cree una dinámica de colaboración que les libere del radicalismo de los extremos.

Se empieza justificando la violencia como forma de acción política y se termina burlando una cuarentena

Si no hubo gobierno de centro izquierda, si no ha habido gobierno de gran coalición, si no habrá otros Pactos de la Moncloa, al menos que haya acuerdos parlamentarios que incluyan las decisiones estratégicas clave para la reapertura del país y todas las medidas que afecten a la recuperación económica, desde la famosa renta básica hasta los presupuestos de 2021 y tal vez 2022.

Aunque Sánchez ha aceptado el campo de juego de la comisión en el Congreso, está por ver que a la hora de la verdad se aleje del programa de Podemos para acercarse al del PP. Pero su apuesta formal por la búsqueda del consenso permite y obliga al PP a ponerle a prueba, poniéndose a la vez a prueba a sí mismo. Será el momento de demostrar si la capacidad de propuesta, concreción y compromiso de sus jóvenes dirigentes va a la par que su vehemente e ilustrada retórica de oposición.

En todo caso, el dilema de Casado no es de carácter táctico sino ético. Ya que describió el episodio del hundimiento del Titanic como si estuviera contemplándolo desde fuera del marco de la acción, merece la pena recordarle el dispar juicio que la posteridad ha reservado para aquel apático capitán Stanley Lord que, a bordo del mucho más cercano SS Californian, desdeñó las llamadas de auxilio del transatlántico, y para aquel abnegado capitán Arthur Rostron que, a bordo del SS Carpathian, batió su propio récord de velocidad, hasta llegar al lugar de la tragedia y lograr rescatar a más de 700 pasajeros de las aguas heladas que presagiaban su muerte segura.

Es imposible saber si la cantidad de españoles que podrían ser salvados del negro abismo de la enfermedad y la pobreza por esos grandes pactos, entre un PSOE que cambie el rumbo de su navegación y un PP que le oriente y controle desde las inmediaciones, multiplicaría esa cifra por diez, por cien, por mil o por diez mil. Pero las citas de Pinker proceden de su penúltimo libro titulado Los ángeles que llevamos dentro. Se refiere a la empatía, el autocontrol, la moralidad y la razón. No me cabe ninguna duda de que esos cuatro ángeles acompañan al Pablo Casado que, reflexionando ante el espejo, escribió el jueves que "aquí ya hemos perdido demasiado todos" y, antes o después, nos lo demostrará. Porque él no es Rufián.