En un día tan importante como hoy, quiero agradecer su fidelidad como lectores, compartiendo con ustedes las noticias que, de forma muy confidencial, acabo de recibir sobre el último CEPA. Mientras saben muy bien lo que es el CIS, doy por hecho que nunca antes han oído hablar del CEPA o Congreso Español de Pigmentos Antociánicos. Se trata de un grupo de químicos, botánicos y amigos en general de la jardinería, las plantas y la naturaleza que tienen por costumbre reunirse, en secreto, durante los cinco días anteriores a las elecciones generales, para debatir y votar sobre sus preferencias cromáticas.

Las conclusiones del CEPA nunca son definitivas, pero tienen un alto valor indicativo de las tendencias sociales. Ténganse en cuenta las grandes propiedades farmacológicas y terapeúticas o la creciente utilidad que para la industria alimentaria han adquirido esas moléculas hidrosolubles, llamadas antocianinas que forman parte de las células vegetales. Sin contar, claro está, con su función representativa de los querencias personales, pues pocas cosas identifican al individuo como su color favorito. Ya se sabe: para gustos, colores. Y para colores, pigmentos.

Ilustración: Javier Muñoz

Los delegados que asisten a los cónclaves del CEPA son elegidos por los distintos estamentos vinculados al mundo vegetal y constituyen una muestra científicamente representativa de la sociedad. De hecho, prácticamente siempre, las últimas votaciones en el congreso del CEPA han venido a coincidir, con desviaciones mínimas, con el resultado electoral del día siguiente.

Tal vez, por eso, ante el riesgo de incurrir en alguna práctica punible por la Junta Electoral, al amparo de la LOREG, la propia existencia del grupo, sus avatares internos y, no digamos, los datos de sus recuentos prospectivos, constituyen un blindado arcano de muy restringido acceso. Sólo media docena de profesionales de la demoscopia son introducidos en el recinto, con los ojos vendados, permaneciendo así hasta el mismo momento de dar fe de cada resultado.

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Desde que, a comienzos de los 80, comenzó a reunirse el CEPA, y durante casi treinta años, la inmensa mayoría de los delegados se dividía entre cianidianos y delfinidianos.  Los primeros eran partidarios de la cianidina que otorga el color rojo a las flores, objetos y cualquiera diría que también a las actitudes vitales, mientras que los segundos enarbolaban la bandera de la delfinidina, de la que emana el color azul del cielo que surcan las gaviotas.

Dentro de cada gran colectivo había preferencias en cuanto a las tonalidades, pero en la práctica se trataba de dos grupos tan estancos como las dos Españas machadianas, muy condicionados por las experiencias vitales e incluso las tradiciones familiares, transmitidas de generación en generación. La dimensión de cada uno de estos dos grupos evolucionaba lentamente, en función de las modas sociales y de las vinculaciones que podían establecerse entre cada color y los hechos positivos o negativos que acontecían.

En tres cónclaves sucesivos del CEPA -82, 86 y 89- los cianidianos arrollaron a los delfinidianos. En el 93, los sondeos previos pronosticaban un cambio y parecía que iban a invertirse las tornas pero, en las últimas votaciones del congreso científico, durante esos cinco días anteriores a los comicios, cuando ya no podían divulgarse otras encuestas, el CEPA volvió a clavar el resultado: con mucha menos ventaja, la rosa roja seguiría predominando sobre el lirio azul. 

Dentro de cada gran colectivo había preferencias en cuanto a las tonalidades, pero en la práctica se trataba de dos grupos tan estancos como las dos Españas machadianas

Tuvo que llegar el 96, cuando ya la cianidina se confundía con la sangre, vertida ilegalmente desde el Gobierno del Estado, para que la delfinidina iniciara su primer ciclo triunfal. El vuelco fue mucho más escueto de lo pronosticado, al dar paso a la "amarga victoria" que, a trancas y barrancas, llevó a Aznar a la Moncloa, pero desembocó en una cómoda avenida hacia la gloria en el 2000.

Todo apuntaba a que la hegemonía azul iba a perpetuarse en 2004, cuando el jueves 11 de marzo, tuvieron lugar las explosiones que, además de un reguero de cadáveres, dejaron graves destrozos en todas las floristerías, huertos e invernaderos de España. Debo decir que sólo el CEPA detectó en su última votación prospectiva  -en medio de la cólera y coacciones de aquel sábado- que la desconfianza hacia la gestión que los azules habían hecho de tan terrible crisis estaba invirtiendo las tornas. Eso permitió a una variante más moderna de la cianidina, una rosa roja con singulares vetas arco iris y unas cejas picudas de remate, recuperar la primacía y mantenerla en 2008.

Hubo muchos que, en la España de ZP, llevaron esa flor en el ojal, como símbolo de las nuevas libertades, pero la crisis económica la convirtió pronto en el emblema marchito del paro y la recesión. De ahí, el arrollador retorno de los delfinianos, en 2011, que auguraba políticas equivalentes a las de las dos fructíferas legislaturas que habían abrazado el cambio de siglo. Sin embargo, la personalidad abúlica y conformista de su nuevo líder, a quien por algo bauticé como El Estafermo, contribuyó a que la inercia de las cosas introdujera elementos disolventes y sustitutivos químicos que alteraron la longitud de onda y por ende la identidad lumínica de su proyecto. Hasta el extremo de que numerosos delfinianos detectaron y denunciaron, en las sucesivas reuniones del CEPA, el denominado efecto batocrómico, vulgarmente conocido como "corrimiento hacia el rojo".

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El cansancio por lo que había sido una simplificadora alternancia y la frustración por esta convergencia final que permitió especular con el mito de la "rosa azul", una especie de santo grial de la botánica, basado en la fusión de los contrarios, dentro de la uniformidad de una única química orgánica posible, dictada desde Bruselas, habían ido cundiendo entre tanto en la comunidad científica y los amantes de los jardines. A mediados de la nueva década, irrumpieron con fuerza en el CEPA dos nuevas corrientes, identificadas con otras dos antocianinas que representaban propuestas estéticas -y éticas- claramente diferenciadas.

Por un lado llegaron los pelargonidianos o amantes de la pelargonidina que produce el color anaranjado que tanta vitalidad inspira en los ciudadanos. Por el otro, se formó una coalición entre malvidianos y peonidianos que, entusiastas de la malvidina púrpura y la peonidina violeta, produjeron una intensa corriente en pro del morado reivindicativo y feminista. La paleta de colores se ampliaba y, con ella, el pluralismo de la sociedad. Fue el momento en que los delegados comenzaron a acudir a los congresos del CEPA con una prenda que identificara su opción cromática, por la misma razón que, como explicaba Tom Wolfe, cada tribu de indios llevaba un trozo de un animal distinto colgada del cinturón. 

El ciclo de inestabilidad, fruto de esta fragmentación de las preferencias, tuvo como hitos las elecciones de 2015 y 2016 y la moción de censura de 2018, que llevó al poder al audaz dirigente socialista que primero había derrotado y sojuzgado a las demás tonalidades cianidianas. En esa encrucijada de la moción de censura, jugaron un papel determinante los centrífugos metabolitos flavonoides que, después de haberse rebelado contra el orden bioquímico del reino vegetal, acudieron desafiantes a la reunión extraordinaria del CEPA, haciendo ostentación de su adicción al amarillo.

El ciclo de inestabilidad, fruto de esta fragmentación de las preferencias, tuvo como hitos las elecciones de 2015 y 2016 y la moción de censura de 2018

Precisamente ahora, cuando una coalición de azules y naranjas parecía destinada a ajustar cuentas con ese pacto republicanizante que ha aunado durante diez meses lo rojo, lo amarillo y lo morado, ha surgido con gran ímpetu un nuevo colectivo que ha trastornado todo el panorama de la química y la botánica españolas. Me refiero a los adictos a la clorofila, pigmento biológico de color verde, que ni siquiera forma parte de las antocianinas. 

Alegando que la clorofila está en todas las plantas, sea cual sea el color de sus flores, este nuevo grupo reivindica las esencias fundamentales de la patria vegetal, anunciando que quiere expulsar del poder a los rojos y morados e ilegalizar, e incluso encarcelar, a los amarillos. Para ello se ofrece a colaborar con azules y naranjas, tratando al mismo tiempo de sustituirles como alternativa para la moda de las próximas temporadas.

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Todos estos factores han convertido el cónclave del CEPA de este año en el más tumultuario y confuso hasta la fecha. El hecho de que la Ley Electoral impusiera su atávico apagón el lunes por la noche y todos los colores quedaran sumergidos en el negro, antes de poder medir el impacto de los dos debates, dramáticamente arrancados a Sánchez, gracias a la actitud de los periodistas de RTVE, otorga además una importancia añadida al valor muestral de estos resultados de última hora. 

Por eso, tras haber logrado eludir todos los controles de seguridad, es para mí un timbre de orgullo poder revelarles el resultado del último escrutinio, celebrado este mismo sábado, hace apenas unas horas, en la sala capitular del CEPA. De acuerdo con mis noticias, un 28,4% de los delegados han asistido con los sayales rojos de los partidarios de la cianidina sanchista, un 18% lo han hecho embutidos en los hábitos azules de delfinidina genovesa, un 16,2% han exhibido los sombreros naranjas de la pelargonidina riverista, un 16,1% han llegado embozados bajo los capirotes morados de las dos antocianinas pablistas, tras un progreso notable a raíz de los debates, y un 11% ha enarbolado los estandartes verdes de la clorofila al grito de ¡Santiago y cierra España!

Todos estos factores han convertido el cónclave del CEPA de este año en el más tumultuario y confuso hasta la fecha

Si se cumpliera la equivalencia de ocasiones anteriores, eso significaría que el PSOE se acostaría esta noche con entre 118 y 126 escaños, el PP con entre 71 y 79, Ciudadanos con entre 48 y 57, Podemos con entre 44 y 50 y Vox con entre 25 y 30. En la zona media de la horquilla, las izquierdas seguirían necesitando a los nacionalistas, las derechas y el centro quedarían a casi veinte escaños de la mayoría y hasta el último momento del escrutinio no sabríamos si el PSOE y Cs tendrían mayoría.  

Pero mi información sería incompleta, si no les advirtiera de que, una vez efectuada esta prospección, la práctica totalidad de la representación clorofílica ha cuestionado el resultado, alegando que los especialistas en demoscopia encargados del recuento padecen una grave enfermedad visual. Al parecer esos delegados habrían comenzado a gritar, ante el estupor de los representantes de las demás corrientes cromáticas, “¡Deu-ter-anomalía!”, “¡Deu-ter-anomalía!”, “¡Deu-ter-anomalía!”, en alusión al tipo de daltonismo que impide distinguir el verde. Alguno de ellos habría propuesto incluso someter a los autores del recuento al test de las cartas de Ishihara, así denominadas en honor del profesor de la Universidad de Tokio que comenzó a utilizarlas hace más de un siglo.

Qué responsabilidad al acudir a votar hoy. Nadie debe dejar de hacerlo. Además de nuestra existencia como Nación, está en juego el prestigio y, por ende, el futuro del Congreso Español de Pigmentos Antociánicos. Nuestra última sociedad secreta, depositaria de los arcanos del conocimiento científico. Yo me fío de ella.