Algo tiene que cambiar para que todo siga siendo lo mismo. Mariano Rajoy volverá a proclamar una y otra vez que ha ganado las elecciones y es verdad que no sólo ha encabezado de nuevo la lista más votada sino que ha mejorado significativamente los resultados del PP de hace seis meses. Pero en términos prácticos, según la democracia parlamentaria, la realidad es que como en el mundo del Gatopardo , tras la repetición de los comicios, los problemas para formar gobierno continúan siendo los mismos.

El PP ha recuperado 14 de los 63 escaños que perdió en diciembre pero queda muy lejos de la mayoría absoluta. Como 8 de esos escaños han sido a costa de Ciudadanos la suma del centro-derecha sólo mejora en 6 su posición anterior. Siguen faltándole otros tantos para los 175 que garantizarían la gobernabilidad.

Ilustración: Javier Muñoz

Y en cuanto a la izquierda la estabilidad todavía es más flagrante. En contra de todas las previsiones y sondeos el PSOE mantiene su hegemonía, aunque con la pérdida de 5 escaños más respecto a su mínimo de diciembre. Para Unidos Podemos la alianza con Izquierda Unida ha tenido un efecto neutro en número de escaños -71- y el anhelado sorpasso, como la emancipación de la clase obrera, tendrá que volver a esperar. Sólo con un inconcebible entendimiento con los separatistas podría la izquierda alcanzar la mayoría. O sea, lo mismo que sucedía tras el 20-D.

La primera conclusión que hay que extraer, por lo tanto, es que a efectos de la gobernabilidad de España estas elecciones no han servido para nada. Y cuando la espuma de la euforia del primer momento se desinfle, Rajoy será el primero en darse cuenta.

Tras perder un tercio de los votantes que le dieron en 2011 una rotunda mayoría absoluta y el más claro de los mandatos, Rajoy tuvo en diciembre la oportunidad de pasar a la historia como un hombre de Estado y un político generoso. Habiendo quedado tan lejos de la mayoría absoluta y pesando sobre él -como sigue ocurriendo- graves sospechas de connivencia con la corrupción, lo razonable hubiera sido dar un paso atrás, bien para propiciar la investidura de otro dirigente del PP, bien para permitir gobernar en minoría al llamado pacto del Abrazo que formaron el PSOE y Ciudadanos.

Pero Rajoy se empecinó en una estrategia basada en el egoísmo personal y, después de haber rechazado el ofrecimiento del Rey de acudir a la investidura para no desgastarse aún más, bloqueó la situación hasta desembocar en estas nuevas elecciones que planteaba como una “segunda vuelta” de las de diciembre. Es cierto que Pedro Sánchez y el PSOE también tuvieron su parte de culpa, al negarse a tan siquiera negociar con el PP, pero hubieran tenido muy difícil mantener esa postura si Rajoy hubiera aceptado la búsqueda de un presidente de consenso.

El gran aliado del presidente en funciones en la tarea de abortar la legislatura fue Pablo Iglesias que alentó bajo cuerda la candidatura de Pedro Sánchez, apoyada por Ciudadanos, para pinchar luego el globo de forma abrupta. A los líderes del PP y Podemos les convenía el planteamiento de la "segunda vuelta" como forma de polarizar al electorado, en base al resentimiento de los sectores más castigados por la crisis por un lado y al voto del miedo a ese resentimiento por el otro.

En contra de lo que pronosticaban todas las encuestas el gran beneficiado ha sido el PP, mientras que toda la fanfarria y despliegue mediático de Podemos ha terminado quedándose en nada, de cara a su anhelado progreso hacia el poder. Los cuatro puntos de crecimiento del PP indican que el “in fear we trust” al que se acogió hace tiempo Rajoy ha funcionado y bastante habrá tenido que ver el miedo real que suscita el portazo de los británicos a la UE desde el punto de vista de la estabilidad del mundo que conocemos. Sin embargo su 32% de este domingo sigue quedando muy lejos del 44% de 2011.

RAJOY SIN APOYOS

Aunque haya conseguido un puñado más de escaños, las posibilidades de Rajoy de lograr la investidura siguen siendo tan escasas como lo eran tras el 20D. Incluso si Rivera cambiara de criterio y le apoyara, cosa altamente improbable tras la declaración taxativa de la campaña y tras el daño causado a Ciudadanos por la estrategia de la polarización del presidente, sus votos no serían suficientes. Imaginar al PNV apoyando a un gobierno del PP a la vez que Ciudadanos y pensar que el PSOE pudiera abstenerse para hacer por Rajoy lo que él no quiso hacer con Sánchez cuando sumaba más escaños que el PP a través del pacto del Abrazo, es creer que los Reyes Magos llegarán en verano.

Pese a que ahora pueda maquillarlo con esta subida, el balance de Rajoy como líder del PP y como gobernante es un claro fracaso pues el contraste hay que establecerlo con el crédito político que recibió en noviembre de 2011. Tras la “construcción del enemigo” –Umberto Eco dixit- encarnado en cuanto significa Podemos, todo jugaba esta vez a su favor, incluida la recuperación económica y el temor de última hora a que el brexit la pulverice. Pero ni aun así ha logrado aunar nada parecido a una mayoría social. Aunque haya 14 diputados más arrastrándolo, su faraónico carro sigue avanzando hacia ese "límite sin horizonte" en el que Calvo Sotelo veía atrapada a la derecha de la Segunda República. 

EL PSOE, ARBITRO EN CRISIS

El PSOE ha cosechado el peor resultado desde el inicio de la transición en número de escaños pero ha mantenido el liderazgo de la izquierda, aferrándose a su suelo por encima del 22% de los votos. Esto viene a salvarle de lo que hubiera sido un shock existencial y va a mitigar su crisis interna. Sobre todo teniendo en cuenta que la principal comunidad en la que ha habido sorpasso ha sido Andalucía. Las ambiciones de Susana Díaz deberán esperar pero eso no significa que Sánchez no vaya a seguir estando cuestionado. Un contexto nada propicio para ejercer el papel de árbitro de la política española en el que le ha colocado la matemática electoral, tras un escrutinio menos calamitoso de lo que preveían algunas encuestas.

Aunque su implantación territorial empieza a ser alarmantemente desigual, el PSOE sigue conservando un importante suelo desde el que rebotar en pos de su pasada gloria. El problema es que cualquiera de las opciones que se le presentan implicará graves desgarros: buscar la coalición con Iglesias y los separatistas lo convertiría en rehén de sus radicalismos, algo que no soportarían ni Susana Díaz ni gran parte de los dirigentes históricos del partido; por otro lado entrar en coalición con el PP o permitir gobernar a Rajoy crearía fuertes tensiones entre las bases, amén de desestabilizar sus pactos de izquierdas en comunidades y ayuntamientos.

PODEMOS O LA DECEPCION

Aunque Errejón haya reconocido que “el resultado no es el que esperábamos”, el fracaso de Podemos sólo lo es respecto a sus desmedidas expectativas. Que la izquierda radical siga estando por encima del 20% de los votos y disponga de 71 escaños es algo que vuelve a pulverizar, en su segunda comparecencia a unas generales, el techo histórico de Izquierda Unida. Y eso es en gran medida mérito de la astucia política de Pablo Iglesias y de su brillante equipo de propaganda. Pero España no es Grecia y para que Unidos Podemos deje de provocar rechazo en una gran parte de la población hace falta algo más que convertirse del comunismo a la socialdemocracia en un santiamén.

Es probable que una parte de los votantes de IU no haya acompañado a Alberto Garzón en esa transición hacia el oportunismo. De hecho ahora cuando les toque con toda probabilidad ejercer de oposición serán más patentes las contradicciones que tanto en cuestiones territoriales como ideológicas existen dentro de una amalgama tan variopinta como la ensamblada por Iglesias. Sobre todo una vez que el jarro de agua fría que ha caído sobre sus acaloradas expectativas ha ablandado el cemento de los intereses compartidos.

LA PARADOJA DE C’S

Ciudadanos es el partido que más escaños ha perdido al quedarse sin 8 de los 40 que obtuvo en junio. Que esa pérdida sea la consecuencia de un descenso de menos de un punto respecto al 13,9 de diciembre es la última prueba de la injusticia de la Ley Electoral en el trato a las minorías. Pero paradójicamente su papel puede ser más determinante con 32 escaños del que tenía con 40 al estar su suma con el PP seis escaños más cerca de la mayoría absoluta.

Desde el momento en que se convocaron las nuevas elecciones estaba claro que podía ser el gran sacrificado en el altar del voto útil. Manejando ese resorte sin ambages, con la ley d'Hondt de su lado y un gran apoyo mediático, Rajoy ha conseguido que una parte de los votos que se sumaron a la aventura regeneracionista del partido naranja en diciembre hayan vuelto al redil del pragmatismo en junio, aunque sea tapándose la nariz.

Rivera no ha hecho una mala campaña -especialmente hizo un buen debate- pero la suya era una tarea contra corriente, sobre todo porque a la hora de la verdad la frontera del PSOE ha resultado menos permeable al trasvase de votos que compensaran la pérdida por la derecha de lo que los dirigentes de Ciudadanos creían. Es indiscutible que el pacto del Abrazo les ha pasado una injusta factura sobre la que tendrán que reflexionar. Es una mala noticia porque demuestra que el maniqueísmo y el frentismo siguen pesando demasiado en la sociedad española.

A pesar de este revés y de la pérdida de 8 escaños, Ciudadanos sigue siendo de lejos la fuerza centrista con más peso parlamentario desde la desaparición de la UCD. Antes o después Rivera y los suyos deberán darse cuenta de que si quieren llegar a ser una alternativa de poder tendrán que plantearse la disputa de la hegemonía en el centroderecha con la misma claridad y contundencia con que Podemos lo ha hecho en el espacio de izquierdas. Es ahora en la adversidad de este retroceso cuando tendrán que demostrar la consistencia de su proyecto y la capacidad política de sus líderes.

A Ciudadanos le queda el importante papel de servir de gozne ideológico y programático de un gobierno de gran coalición con el PP y el PSOE, presidido por una figura de consenso. Las dosis de cada componente ya no son las del 20D, pero la fórmula terapeútica sigue siendo la misma. Sobre todo si de lo que se trata no es sólo de lograr una investidura precaria sino de tener un gobierno estable capaz de afrontar las reformas que necesita España.

Queda además pendiente la reflexión sobre el fracaso de los sondeos tanto públicos como privados, tanto antes y durante la campaña como en la propia jornada electoral. Es mucho tiempo y dinero el que se invierte en el seguimiento de estas predicciones como para que se amortice a beneficio de inventario una desviación sin precedentes al menos desde el 93.

Pero al final el gran legado de estas primeras elecciones escrutadas antes del merecido sueño de una noche de verano es un escenario parlamentario en el que sólo si cambian los comportamientos de estos últimos seis meses podremos evitar la frustración lampedusiana de que tanta incomodidad y despilfarro tampoco haya servido para nada.