Hay veces que no conviene escudriñar demasiado para caracterizar a los personajes. Hay veces, muy pocas, en las que el personaje regala su descripción y recibe a pecho descubierto. Julio Feo (Valencia, 1936) fue el 'Iván Redondo' de Felipe González. Dirigió sus campañas electorales desde 1977 hasta 1986 y encarnó la secretaría general de la Presidencia. Hoy está sentado ante un tablero de ajedrez. Acaba de ojear un par de libros de espías. "Spy", se lee en el lomo.

Feo fue el primer Maquiavelo del territorio patrio. Luego llegaron Miguel Ángel Rodríguez, Iván Redondo y compañía. Este hombre, que tiene un aire a Alfredo Landa en El crack, de Garci, no sólo se dedicó a conspirar. También inventó cosas que hoy se nos antojan terriblemente cotidianas.

A finales de los setenta, cuando la derecha iba en avioneta, él alquiló un jet privado para que González regara España de mítines. A principios de los ochenta, cuando el PSOE rozaba la victoria con los dedos de las manos, ideó las ruedas de prensa en autobús. Había aprendido en Estados Unidos y en Alemania. Importó con éxito. Tanto que su "jefe" se tiró catorce años en La Moncloa.

Los secretos de Julio Feo, el ‘Iván Redondo’ de Felipe González Carmen Suárez

Iván Redondo quiso saber y, a los pocos meses de ser nombrado jefe de gabinete de Sánchez, pidió un encuentro con Feo. Comieron en Torrelodones. Pagó el ahora entrevistado. "¡No quería comer a cargo de los Presupuestos!", bromea.

Sánchez, cuando comenzó a preparar su candidatura a la secretaría general, también se reunió con él para pedirle consejo. La relación prosperó hasta que el hoy presidente del Gobierno "flirteó" con Podemos: "Entonces nos devolvimos las fotos".

Julio Feo mide con la mirada y con la lengua. Gestos y frases. Los suyos y los de sus interlocutores. Como en la partida de ajedrez. Ha escogido blancas. Mueve primero. Su guarida, este palacete a orillas de Segovia, está inundado de recuerdos. Y los recuerdos, ¡tantas veces!, son la mejor forma de entender la cara oculta del presente. Quienes dicen "elites" en lugar de "élites" lo saben todo del poder.

Usted fue el primer gran 'spin doctor' de la democracia. Por decirlo en lenguaje tuitero: Julio Feo fue el Iván Redondo de Felipe González, ¿no? 

Iván Redondo ostenta hoy muchas más responsabilidades que yo entonces. Fui un estrecho colaborador de Felipe González, sí.

Cuénteme cómo llegó a ese cargo. Al estar la democracia recién nacida, imagino que no tuvo la posibilidad de demostrar su experiencia con campañas electorales ni nada por el estilo. ¿Quién le fichó y por qué? 

Todo empezó en 1975 tras una conversación con Alfonso Guerra. Le dije: “Franco debe de estar a punto de morir. En este país va a pasar algo. Tenemos que aprender a hacer campañas electorales”. Él lo consultó con Felipe y les pareció buena idea. Entonces, montamos un chiringuito.

Oiga, tenga cuidado que esa palabra guarda hoy terribles connotaciones.

Ya, ya -se ríe-. La “oficina” -subraya cada sílaba- se llamó “Instituto de Técnicas Electorales”. Éramos un grupo de gente que procedía de la publicidad, la sociología y los medios de comunicación. Viajábamos a países democráticos para aprender cómo se hacían las campañas. Había partidos políticos que nos recibían y nos ayudaban. A mí me tocó Alemania.

¿Cuál de las dos Alemanias?

Me colgaba del Muro, si le parece. ¡Cuál va a ser! 

El PSOE era todavía marxista, por eso le tomaba el pelo. 

¡Pero yo no! Siempre fui socialdemócrata. Nuestro gran descubrimiento, si hubiera que resumir el proceso, fue que las técnicas que utilizaban allí para las campañas electorales eran las mismas que nosotros empleábamos para la publicidad. 

Llegó la campaña de 1977, la primera prueba.

Alfonso Guerra, que dirigía todo eso, me asignó acompañar a Felipe. Así empezó todo.

¿En qué consistía exactamente su trabajo? Por un lado estaban las campañas electorales. Pero cuando gobernaron, usted fue nombrado secretario general de la Presidencia.

Durante la campaña del 82, la que nos llevó al Gobierno, jamás se habló de quiénes ocuparían los cargos si ganábamos. Diez días después de las elecciones, Felipe me llamó por teléfono: “Cuento contigo, ¿verdad? Vas a ser portavoz del Gobierno. Empieza a hacer los deberes”. Esa frase, la de los “deberes”, le gustaba mucho a Felipe.

Hablé con algunos colegas de los medios. Mi idea era montar en Moncloa una Oficina de Prensa parecida a la de la Casa Blanca. En chiquitito, pero con ese estilo. A los pocos días, me volvió a llamar Felipe: “No vas a ser portavoz. Será Sotillos”. Le respondí: “Entonces, trago”. Él añadió: “Habrías tragado de todas maneras. Vas a ser secretario del presidente”. Yo, por supuesto, contesté: “¿Y eso qué es?”. “Hacerme la vida fácil. Adiós”. Colgó. Creo que esa conversación resume muy bien cuáles fueron mis funciones.

Julio Feo milita en el PSOE desde los tiempos de la clandestinidad. Carmen Suárez

Aquellas campañas fueron una revolución. 

Básicamente, yo tenía que ser rígido para que se cumplieran todos los horarios. En el 77, íbamos en avión. En el 79, al ser invierno y haber dificultades para aterrizar, fuimos en coche. En el 82, sacamos los dos autobuses. Uno para la prensa y otro para nosotros. Perdíamos menos tiempo. Las comparecencias podían ser por el camino. Lo de los autobuses se me ocurrió viendo el Mundial de fútbol. 

¿Y lo del avión lo había hecho Adolfo Suárez antes?

Bueno, ellos iban en avionetas. Yo alquilé por primera vez un jet privado. Eso nos permitía dar el primer mitin en La Coruña y el segundo en Badajoz. Lográbamos una cobertura de medios muy amplia. Con las avionetas no se podían recorrer esas distancias de golpe.

Menudos socialistas, viajaban ustedes mucho mejor que la derecha.

Oiga, yo quería repartir riqueza, no pobreza -se ríe-.

¿Y de dónde sacaban tanta pasta?

No lo sé, a mí me la daban. 

Venga, hombre. 

De verdad, yo no estaba en eso, pero sí me consta que los partidos socialistas de otros países nos ayudaron.

Comí con Iván Redondo porque quiso conocerme y que le contara historietas de mi época

Había empezado la entrevista con Iván Redondo. Venía a preguntarle por él.

Apenas hemos coincidido. Comí con él al día siguiente de las últimas elecciones andaluzas. Almorzamos a medio camino entre esta casa y Moncloa, en Torrelodones. Él, Félix Bolaños -actual secretario general de la Presidencia- y yo. Los convidé yo. 

No me j… ¡qué tacaños! Usted está jubilado y ellos son dos de los hombres más poderosos de este país.

¡Fui yo el que se empeñó! -se ríe-. Así ninguno de tus colegas iba a poder decir a posteriori que había comido a costa de los Presupuestos Generales del Estado.

¿Qué sensación le causó Redondo? 

Me pareció un chico muy listo. Habló poco. Estaba más interesado en que le contara historietas de mi época. Hizo preguntas sensatas. Fue una conversación agradable. Dos o tres meses antes, me invitó Bolaños a Moncloa. Aquello estaba cambiadísimo. Cuando nosotros llegamos, era un sitio muy austero, muy pobretón. Hoy hay bastante lujo, todos los presidentes lo han ido mejorando y han hecho bien. Félix me dijo que quería presentarme a Iván. 

¿Qué quiso saber Redondo?

No lo recuerdo exactamente, pero por ejemplo me preguntó a ver si Sánchez debía presentar personalmente los Presupuestos. Le dije que sí. 

Cuando se produjo esa comida, Redondo ya había conseguido crear su leyenda. ¿Le decepcionó el personaje o le encandiló? 

Oiga, ¡no me enamoré de él! Me pareció un chaval majo. Podríamos jugar al mus, tomar una copa y hacernos amiguetes, ¿por qué no? Sí recuerdo que fue muy prudente. Ya le digo: fue a escuchar, más que a hablar.

Julio Feo estrecha la mano de Felipe González. Carmen Suárez

Existe la sensación de que Redondo manda mucho. Algunos creen que condiciona sobremanera la acción de Sánchez. Entiendo que, en los ochenta, era al revés. Felipe González decidía y luego usted trabajaba para que ese mensaje alcanzara a la gente. ¿Percibe un cambio radical? 

En lo segundo que usted ha dicho, en lo que a mí se refiere, estoy básicamente de acuerdo. Sobre lo primero: eso dicen, que Redondo manda mucho, pero no lo sé. Lo decís sobre todo los periodistas. Es verdad que yo no influía en las decisiones de Felipe. Actuaba a continuación.

Por eso le digo: parece que se ha invertido la ecuación. También se habla del caso de Miguel Ángel Rodríguez en el PP. Los 'spin doctors' tienen mucha influencia en la propia toma de decisiones.

Sí. Tengo esa impresión. Rodríguez, desde luego, cambió a Ayuso. Con Sánchez no lo veo tan claro. Es que a Sánchez lo he conocido más. Mantuvimos una buena relación al principio, hasta que comenzó a flirtear con Podemos. Como no estoy de acuerdo, nos devolvimos las fotos y se acabó -ríe-.

¿Cómo conoció a Sánchez?

Mucho antes de que fuera secretario general, cuando comenzó su campaña interna. Me pidió consejo. Charlamos aquí en Segovia mucho rato. Le dije que estaba dispuesto a echarle una mano desde casa.

Teletrabajando.

No, todavía no existía eso. Pero sí le mandé algunos papeles y le hice algunas sugerencias.

Cuando Felipe te dice las cosas sonriendo... malo

Para que me quede claro: al contrario de lo que parece suceder entre Sánchez y Redondo, entiendo que a usted no se le pasaba por la cabeza oponerse a las decisiones de González. ¿Cuál fue su discusión más agria?

No, no teníamos discusiones. Felipe era mi jefe. No sé qué relación tienen Pedro e Iván, pero yo… Hombre, algunas veces pude hacer comentarios. Felipe tiene mucha autoridad y mucha personalidad. Sí recuerdo una observación que quizá le pareció impertinente. 

Diga. 

Fue en un viaje a Washington, en junio. Yo había vivido allí. Había trabajado tres años como intérprete para el departamento de Estado. Conocía bien aquello. En verano, con cincuenta grados, la gente sigue llevando traje oscuro. Todo el mundo. Teníamos una entrevista en la cadena más influyente a eso de las ocho de la mañana; y alrededor de las once veíamos a Reagan.

Felipe bajó las escaleras del hotel con un traje blanco impoluto. Con lo moreno que es, parecía un caudillo latinoamericano. Le dije que a lo mejor no era lo más adecuado. Me mandó a la mierda. Fue así vestido a la tele. Lo hizo muy bien. La gente, encantada. Pero al llegar al hotel, sin decir nada, subió a la habitación y se puso otro traje para ver a Reagan. ¿Lo ve? Discusión no hubo. Es que Felipe no riñe; cuando dice las cosas sonriendo… malo. ¿Quiere otra anécdota?

Por supuesto. 

Cuando llegamos a Moncloa, todo era un desastre. No había arcos de detección de metales. Yo quería ponerlos, pero había que hacer no sé cuántos presupuestos, hablar con el interventor, con Hacienda y la madre que lo parió. Se tardaba un montón de tiempo.

Cuando estábamos en ello, vino Ricardo García Damborenea a ver a Felipe. Estuvo en su despacho. Se fue. Eran las 13:55. Se presentó Felipe en mi despacho, cosa que hacía rara vez; y, sonriendo, dijo: “Ha estado Ricardo aquí”. “Lo sé, presidente”. “Llevaba un 38 en el bolsillo”. Si me hubiera insultado, la bronca habría sido más suave. No me fui a comer, mandé a hacer puñetas a los interventores y ordené que se pusieran los arcos inmediatamente. ¿Cómo podía entrar un tío con una pistola en el despacho del presidente del Gobierno?

Existe una diferencia sustancial entre usted y Redondo, pero también entre los 'spin doctors' de los ochenta y los de hoy. Antes, ustedes se identificaban con el partido para el que trabajaban. Usted era un socialista convencido. Iván Redondo, en cambio, trabajó mucho para el PP.

Cuando he dado clases de comunicación política, siempre he tocado este tema. Para asesorar a un político, ¿hace falta compartir su ideología? Esa es la gran cuestión, la pregunta de los cien mil dólares. Yo creo que es mejor, que salen mejor las cosas; pero no resulta estrictamente necesario. Dirigí una campaña de los socialcristianos en Ecuador, que son, más o menos, de derechas. Prefiero hacer lo que me piden el corazón y la cabeza.

Usted conoce mejor que nadie a Felipe González. ¿Por qué cree que está tan cabreado con Sánchez?

Bueno, no está más cabreado que yo, pero lo expresa mucho mejor. No le gusta que Podemos, Bildu y el resto de separatistas condicionen el Gobierno. También hay otro problema… Mire, no me lo ha preguntado, pero quiero decírselo.

Julio Feo fue director de campaña y secretario de la presidencia con Felipe González. Carmen Suárez

 

¿De qué habla? 

Del gran problema de la clase política actual. Todos los líderes, en el PP y en el PSOE, son gente de aparato. Nacieron en el aparato pegando sellos. Ninguno tiene tres años cotizados a la Seguridad Social con trabajos fuera del partido. Pedro, por lo menos, trabajó un poquito en Bruselas. ¡No hay experiencia laboral! Nosotros habíamos ido a la universidad y habíamos trabajado. En el primer gobierno de Felipe, se hablaba idiomas y había una montaña de doctorados en universidades extranjeras. 

En un momento dado, hace unos años, en una asamblea de partido, exploré la idea de presentar una moción para que ninguna persona del PSOE pudiera optar a un cargo público sin haber cotizado por lo menos tres años a la Seguridad Social. ¡Casi me pegan! 

¿La discrepancia entre Sánchez y González es puramente ideológica o también hay algo personal? Nunca se había producido un divorcio tan severo entre un expresidente y un presidente.

Parece que no hay química. Ya con Zapatero hubo una ruptura generacional. Decidieron que los mayores quedábamos en fuera de juego. Recuerdo estar cenando con Joaquín Almunia, comisario en Bruselas. Le pregunté: “¿Hablas con Zapatero? ¿Le das consejo?”. Me dijo: “Lo llamo y no se pone”. Hoy, hay un tiro al plato absurdo con los viejos socialistas. Rechazan la experiencia de quienes han estado en la batalla muchos años. Es ridículo.

Lo del Gobierno con Bildu es tremendo, ¡nos han matado a muchos compañeros!

La oposición frontal a Sánchez va a acabar arreglando hasta la relación entre González y Guerra. 

No sé qué tal se llevan ahora. Pero sí supongo que en muchas cosas discrepan poco. ¿Por qué ha ido Felipe a El Hormiguero? En mí época no hubiera ido ni con una pistola en la sien. Quería mandar un mensaje que llegara a mucha gente que, generalmente, no escucha a los políticos. ¿Cuál fue el mensaje? El indulto. No sé si usted se fijó, pero lo hizo dos veces. Primero lo explicó una vez, pero no le gustó. Después, lo hizo de nuevo, de manera más satisfactoria para él.

Una curiosidad de jovencito: ¿tan mal se llevaban González y Guerra?

No se llevaban mal, se llevaban poco -suelta una carcajada-. Son muy diferentes, tenían una concepción distinta de casi todo, aunque al principio pareciera que fueran uña y carne. Nunca los vi tomarse un café juntos. Cuando llegamos a Moncloa, estaba por un lado la presidencia y por otro la vicepresidencia. Era como un gobierno de coalición.

Una anécdota para ilustrar esa batalla.

Cuando ganamos las elecciones en el 82, Guerra dibujó el organigrama de toda La Moncloa, con nombres para cada puesto. Lo vio Felipe y no le gustó. Entonces, se cambió. Él puso los nombres en presidencia y Alfonso en vicepresidencia.

¿Qué es lo peor que saca un ser humano en contacto con el poder?

El creértelo. En el caso de Felipe: antes de llegar a Moncloa y durante los dos primeros años de la presidencia, era una esponja. Después, fue recibiendo tanta información que ya no necesitaba que la gente le contara cosas. ¿Qué ocurre? Que se convierte en la persona que habla en lugar de la persona que escucha. Les pasa a todos y es normal. 

Para que nadie se lleve a engaño: usted tiene buen concepto de Sánchez; incluso lo apoyó al principio. ¿Qué ha orquestado su viraje a la decepción? 

Podemos, claramente. Después, Bildu y los demás independentistas. Iglesias es un asambleísta, procedía de la universidad y no tenía disciplina de partido. Es de los que iba a la facultad a montar bronca. Fíjese: los que están en el Gobierno que proceden del Partido Comunista son mucho más disciplinados que él. Porque tienen cultura de partido. Un tipo con disciplina de partido no hace chorradas como las que hizo. Menos mal que no son taurinos: si no, la que hubieran montado con el corte de coleta… 

Lo de Bildu. 

Nunca me lo habría imaginado. Lo de ERC sí pude intuirlo. Lo de Bildu es tremendo. No soy rencoroso, pero tampoco olvido. Nos han matado a muchos compañeros. Lloré un par de veces, cosa que no suelo hacer ni en los entierros de seres queridos.

Estoy en contra de los indultos, pero no voy a participar en una algarada como la de Colón

Dígame lo primero que pensó al conocer que el Gobierno indultará a los presos del procés.

Para pacificar Cataluña, hace falta hacer algo. Pero con la legalidad. Y con la actual ley no lo veo.

Pero, ¿le parecen acertados los indultos? 

Si la ley los avalara, sí. 

La ley sí lo permite.

Veremos cómo acaba. Si usted lee la ley completa, tal y como explicó Felipe el otro día, la falta de arrepentimiento lo pone muy complicado. Si eso se cambiara… No quiero venganza, pero quiero que sea todo legal. Por eso estoy en contra de los indultos. 

Sánchez asegura que el indulto apaciguará la crisis catalana. ¿Está de acuerdo?

Creo que van a apaciguar poco, pero eliminarán el victimismo que esgrimen los independentistas.

¿Los indultos entrañan un riesgo de descomposición interna para el PSOE?

Es un motivo de discordia porque muchos estamos en contra, pero no veo un riesgo de descomposición. 

Ya sé que le va a pillar fuera de España, pero ¿le habría gustado ir a la manifestación de Colón? Esta entrevista va a publicarse justo el domingo. 

¿Ir a qué? ¿A hacer fotos? Estoy en contra de los indultos, pero no se me pasa por la cabeza participar en esa algarada.

¿Esa manifestación que va a unir a PP, Vox y Cs dará alas a Sánchez?

No sé si se las dará, pero desde luego no se las va a quitar. 

Con el auge de Vox, el PSOE ha vuelto a sacar al doberman, como hicieron ustedes con Aznar. 

En mi época, existía Fuerza Nueva. El gran mérito de Fraga fue aglutinar en Alianza Popular a toda la derecha. Eso se mantuvo hasta hace poco. ¿Sacar el doberman ahora? No. El problema es de Casado. ¿Dónde quiere rebañar votos? ¿A su izquierda o a su derecha?

Julio Feo, en su casa; al fondo, un cuadro con los colores de la bandera republicana. Carmen Suárez

Me han contado que en las elecciones de 1977 usted iba dando abrazos por ahí a quienes sacaban la bandera republicana en los mítines del PSOE. Los apartaba cariñosamente de la cámara. Necesitaban la rojigualda para demostrar que habían aceptado la monarquía parlamentaria. 

Bueno, eso también lo hacían los comunistas, pero ellos en lugar de dar abrazos daban hostias. Yo cogía a los compañeros y me los llevaba en volandas. Mire, ahí tengo la bandera republicana -señala un cuadro-.

¡Con todos los abrazos que dio para quitarla!

Soy filosóficamente republicano, constitucionalmente monárquico y, cuando el Emérito era decente, incluso juancarlista.

¿Percibe en riesgo ese legado? El del PSOE, digo.

En absoluto. 

No le gusta la coalición con Podemos, pero hemos entrado en un escenario según el cual el PSOE no puede gobernar sin Podemos y el PP no podrá hacerlo sin Vox.

Voy a intentar buscar un adjetivo por el que no me puedan demandar. El gran causante de todas las desdichas es ese chico que se hizo un cartel electoral desnudo en Barcelona. Tuvo la oportunidad de ser bisagra toda su vida y la desaprovechó. Esa habría sido la solución. Es, sin duda, lo que más nos ha afectado a todos los españoles. Ahí se jodió el Perú.

Estoy convencido de que Felipe González no sabía nada de los GAL

Estas conversaciones corren el riesgo de dar por sentado que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero en los gobiernos de González, que yo lo he estudiado en la carrera, hubo corrupción a mansalva. Hubo una época que era una tras otra.

Es cierto que hubo cosas, pero las ramificaciones jamás llegaban al centro del partido. Roldán, él solo. El GAL, los locos del norte que montaron una chapuza… 

Pero, ¿le consta que eso lo montaron “los del norte”?

Constarme, no, pero estoy convencido. Cuando había un atentado de los GAL, Felipe se cogía grandes cabreos porque eso nos fastidiaba el trabajo que estábamos haciendo con los franceses para que se volcaran en la lucha contra ETA. 

Hubo un ministro en la cárcel, más ramificación que esa…

Pero eso fue por el secuestro de Segundo Marey, no por los ‘GAL, GAL, GAL’… Una chapuza.

Eso fueron los GAL.

Sí y no. Es más complicado de lo que parece. GAL ha habido siempre, desde Franco. El GAL fue montado en Bilbao por gente del partido en colaboración con algunos policías.

Pero póngase en el lugar de un ciudadano: ¿cómo es posible que un aparato sufragado por el Estado asesine sin que el presidente lo sepa? 

Hasta el año 1987, fecha en la que dejé de estar con él, le puedo decir que Felipe lo desconocía. Pueden ocurrir cosas que uno no tiene controladas. Esa fue una de ellas. 

¿Quién es la “X” de los GAL? 

Pregúnteselo a su jefe. 

Creo que mi jefe apuntaría al suyo. 

Investigue sobre el sindicato del crimen -esboza una sonrisa-. 

Para acabar: ¿qué mensaje le mandaría hoy a Sánchez?

Que recapacite. Va a tener que hacer una crisis de Gobierno. Creo que, en unos meses, si la pandemia se acaba y la economía remonta, puede que disuelva y convoque elecciones.

¿Tiene muy difícil quedarse en Moncloa?

Curiosamente, no. Pedro, en contra de lo que pueda parecer, no se ha desgastado demasiado entre los votantes. Otra cosa son las elites y la derecha. En términos de voto popular, pienso que conserva su tirón.

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