Yolanda Díaz

Pudo nacer con la camada del 15-M, pero una conjunción astral la trajo al mundo cerca de Ferrol, marcada con la hoz y el martillo en el ombligo. Pertenece a una familia de compañeros del metal con el comunismo en la sangre. Y Suso Díaz, su padre, le infundió el amor por las siglas de CC. OO., que habrían de formar parte de su árbol genealógico. A los cuatro años conoció a Santiago Carrillo, que le besó la mano y la dejó como traspasada por el rayo. Nunca olvidó ese episodio.

Yolanda soñaba con estudiar Filología, pero a última hora hizo Derecho en Santiago. Después se fue a París, donde amplió su formación. A falta de un máster hizo tres: Urbanismo, Relaciones Laborales y Recursos Humanos. Militó en Esquerda Unida y luego en el PCE. Se casó de rojo y tiene una hija de nueve años.

En enero del 2020, cuando la pandemia asomaba por el horizonte como los indios, Pedro Sánchez la designó ministra de Trabajo por indicación de Iglesias. Muchos ya sabían entonces que la mujer más dulce del gabinete daría que hablar. Hoy es la ministra mejor valorada y no hay día en que los periódicos no hablen bien de ella. Como todo el mundo sabe, los elogios a Yolanda son hostias a Pablo. Amigos y residentes en el banco azul con ritmos de trabajo diferentes.

Ella es conciliadora y está gobernada por la sensatez. Pablo es apresurado, chapucero, insurgente y mandamás. El otro día, aprovechando una escapada de Sánchez a Francia, movió ficha. Eligió ponerse de candidato a la presidencia autonómica de Madrid y que Yolanda lo sustituyera en la vicepresidencia segunda. Sánchez deshizo el entuerto y fue Nadia Calviño la que promocionó (promocionará, por ser precisos) a la vicepresidencia segunda para seguir siendo la jefa de Yolanda en el área económica.

Así que Yolanda será tercera vicepresidenta cuando Iglesias se vaya a la guerra “antifascista” de Madrid. En cuanto al liderazgo del partido (UP), también ha puesto sus complacencias en ella. Es la diosa roja y la izquierda la bendice.

Iker

Sara Carbonero e Iker Casillas eran dos personajes de moda cuando el amor echó chispas entre ellos en el Mundial de Sudáfrica. Ahí empezó todo. Mejor dicho, siguió. Se casaron de extranjis, tuvieron dos niños y fueron felices, o eso parecía. Sara era una mujer bellísima que lanzaba destellos desde Telecinco, donde hacía crónica deportiva y anuncios de champú a cámara lenta. Más tarde se incorporó a la industria de la moda, en la que sigue. Lo mismo diseña, que produce, compra o desfila.

La pareja se puso de moda cuando él le dio el beso en cinemascope y tecnicolor y empezaron a sumar portadas. Ahora ya no están de moda. Están de actualidad que, visto desde este lado de la crónica, es mucho peor. La actualidad es su separación matrimonial, que tiene toda la pinta de ser irreversible.

La timidez de Sara está últimamente tocada por un halo de tristeza que le proporciona aire de Gioconda abstraída. En cuanto a Iker, qué les voy a decir yo. La última imagen que he visto de él es un dibujo en el que aparece con rabo y tridente. Sólo tiene una lectura: Iker es un chico malo. Cuesta creerlo, pero hay pruebas.

Los futbolistas coinciden en determinados comportamientos con las mujeres. Son seductores y suelen elegir chica. Perdón: chicas, en plural. Esta semana algunas revistas presentan a la que dice ser la última conquista del exguardameta. Una joven malagueña que casualmente es un calco de Sara Carbonero. Gasta el mismo nombre y casi el mismo estilo. La única diferencia es que la de Málaga siempre va pintada como una puerta. Si mi ojo no falla, entre la malagueña y el mostoleño ha nacido el amor.

Espero que la codicia no los alborote. Los futbolistas de élite son muy deseados por las chicas y eso siempre pone en guardia a las mamás de ellos. De hecho, Iker tiene fama de tacaño, como si hubiera aprendido la lección materna.

Ayuso

El mejor perfil de la actual presidenta de Madrid lo ha pergeñado Raúl del Pozo en una sola frase: Ayuso parece una actriz de cine mudo. El retrato no puede ser más certero. Pelo negro y hueco, formando una melena ingrávida que flota sobre los hombros. Es ella. Tiene los ojos brillantes y oscuros como canicas, pero no parpadea.

Isabel clava la mirada en su adversario y espera que sea éste quien la desvíe. No sonríe ni es dicharachera. Solo mantiene comunicación con MAR (Miguel Ángel Rodríguez) y encima, por el pinganillo.

Se diría que la presidenta de la Comunidad de Madrid vive en permanente excitación desde que convocó las elecciones. Hasta ese momento nos habíamos pasado los días suspirando por las vacunas. El tiempo perdido en vacunas lo ganamos luego en estrategias electorales. Es lo que pretende esta morena de la copla. Sueña con abrir Madrid y cerrar el paso a los vándalos.

Los candidatos adelantan sus apuestas. Pablo Iglesias salía del Congreso de los Diputados corriendo por la banda para aprenderse el camino hacia la Asamblea de Madrid y Ángel Gabilondo lo contemplaba apostado en la esquina del Palace. Sus trazas de fraile ensimismado son el mejor antídoto para las paranoias del todavía vicepresidente del Gobierno.

El baile de candidatos ha comenzado ya, pero las vacunas siguen retrasándose. En los centros de salud escasean las dosis. ¿Vacunas o votos?, ¿qué importa más? Ignacio Varela lanza respuestas al aire: “Si Ayuso gana, Casado tiene problemas. Y si Ayuso pierde, Casado tiene más problemas”.

Toquemos madera. La frivolidad de los políticos campa a sus anchas.

Rocío Carrasco

Rociíto, la llamaban antes. Sin apellido ni nada. Luego le quitaron el diminutivo y la dejaron con Rocío a secas. Contrajo matrimonio con un guardia civil que guardaba las multas de tráfico en la chistera y tuvo dos hijos que han sido la causa de un drama familiar que mantiene divididos a sus miembros.

El caso es un culebrón como hecho a medida para la tele de Vasile, y en ella romperá el silencio Rocío Carrasco, la hija de Jurado, si tiene a bien acatar la voluntad de su madre, que antes de morir, con toda la familia rodeando su lecho, pidió que mantuvieran la unidad y sin embargo se la pasaron por el arco del triunfo.

Sesenta horas de grabación se ha metido Rocío Carrasco entre pecho y espalda, desde el instante mismo en que su hija le propinó la agresión que ha dado lugar a tantos años de ruptura. Desde entonces la única versión que ha circulado ha sido la del exmarido, Antonio David Flores. Al cabo de los años su ex, Rocío Carrasco, recupera el habla y cuenta su versión. Habrá que oírla.

La serie documental de este “Ama Rosa” tiene al país con el corazón en un puño. Se trata de un dramón en el que todos son responsables pero nadie se da por aludido. Desde Fidel Albiac, segundo marido de Rocío Carrasco, sin otro quehacer que el de guardar la pastizara, hasta los hermanos adoptivos de la protagonista, los llamados José Fernando y Gloria Camila, que han visto pasar de largo la herencia, o el viudo, José Ortega Cano, a cuyo cargo quedaron los niños cuando falleció la cantante.

Los próximos días se prometen intensos frente a la tele. Será, y nunca mejor dicho, una auténtica semana de pasión. Nueve años que pueden terminar en nada o en todo. Ya se verá.

Que Dios reparta suerte.