Este jueves y viernes tendrá lugar la segunda vuelta de las elecciones al rectorado de la Universidad de Barcelona, a la que están llamadas más de 50.000 personas entre profesores, personal administrativo y de servicios (PAS) y estudiantes. En la primera vuelta, el profesorado permanente y el PAS votó en muy altas proporciones y es de esperar que lo vuelva a hacer. No así el profesorado a tiempo parcial y, sobre todo, los estudiantes, cuya participación no ha llegado al 15%.

Algo hacemos mal en la universidad cuando, después de haber atribuido al sector estudiantil un 30% del voto ponderado (el profesorado tiene un 60% y el PAS un 10%), no conseguimos que participen en una medida que pueda considerarse digna de un proceso democrático.

No está de más recordar que, en una ocasión como esta, cuando el voto del profesorado y el PAS está más o menos repartido entre ambos candidatos (Joan Elías y Joan Guàrdia), el voto de los estudiantes puede resultar decisivo.

Muchos pensarán que el sistema de voto ponderado no es realmente democrático, o no lo suficiente, pero hay que tener en cuenta que, en la universidad, no votamos como ciudadanos dotados de un poder político igual, sino como integrantes de una comunidad académica en la que nos corresponden roles diferentes. Podríamos discutir si los porcentajes de la ponderación son los más adecuados, pero convendremos en que un sistema de representación proporcional sería ajeno a la naturaleza de la universidad.

El sentido de la elección del rector es pues ajeno a la idea de representación política. La universidad es una institución de educación superior cuyas funciones principales son la docencia y la investigación, y la razón de que sean sus miembros los que elijan a sus gestores radica en el principio de autonomía universitaria, una garantía constitucional específica cuyo sentido es precisamente preservar el ámbito académico de influencias políticas indebidas, para que en la universidad pueda florecer el conocimiento en condiciones de plena libertad.

Un rector, por tanto, no debería caracterizarse por su orientación política, aunque la tenga como todo ciudadano, puesto que su función es la de gestión académica. Por eso, por regla general, los candidatos no son apoyados por partidos o grupos políticos determinados, aunque no es raro que a un candidato se le califique como progresista o como conservador, o con términos semejantes. Bien es verdad que en esto, como en tantas cosas, Cataluña es diferente. Porque, de acuerdo con la polarización dominante y de todos conocida, Joan Elías ha sido calificado como rector “unionista” por la presidenta de la ANC, a pesar de no ser apoyado, ni antes de ahora, por ningún grupo que pueda calificarse con ese término.

Un rector no debería caracterizarse por su orientación política, aunque la tenga: su función es la de gestión académica

De acuerdo con esa misma lógica política, la misma ANC y otras asociaciones independentistas han dado su apoyo expreso a Joan Guàrdia, considerándolo el más afín a sus tesis, algo que no es de extrañar si tenemos en cuenta que en su candidatura figuran personas muy comprometidas con el procés como el exvicepresidente de la propia ANC o el expresidente de la Sindicatura Electoral del 1-O.

Dicho de otro modo: parece haber sectores de dentro y de fuera de la universidad que pretenden politizar la universidad. Con lo que la cuestión a dirimir es también la siguiente: ¿debemos votar en esta clave? ¿Queremos que la universidad se politice, en el sentido de que dé apoyo a una opción política determinada? ¿O preferimos, en cambio, que se mantenga como un espacio libre de interferencias políticas directas y se centre exclusivamente en la formación de sus estudiantes y en el desarrollo de la investigación?

Muchos creen que la universidad, en una situación política excepcional como la catalana, no puede permanecer al margen y debe tomar partido, porque, dicen, “todo es política”. Otros creemos en cambio que el espacio de lo político es otro, y que, en este punto, la contribución de la universidad a la sociedad consiste en favorecer el libre intercambio de ideas sin necesidad de tomar partido, precisamente para que ese intercambio siga siendo libre de verdad. A todos los miembros de la universidad nos corresponde decidirlo ahora.

Sé que muchos estudiantes se muestran escépticos ante unas elecciones como estas. Piensan que de poco sirve su voto, o que no conocen a los candidatos, o acaso que ninguno les convence del todo. Por eso quiero dirigirme ahora especialmente a ellos y animarles a votar. Su voto, ya lo he dicho, es importante y hasta decisivo, y bien que lo saben quienes aspiran al rectorado.

Conocer el perfil de los candidatos es tan fácil como votar: basta con unos cuantos clics en el teclado de nuestro dispositivo. Y lo fundamental: hay que aprender cuanto antes que nuestro mundo no es el reino de los cielos, pero tampoco el infierno. Nadie es ángel ni demonio, y no existe la pareja perfecta. Tampoco el rector perfecto. Alguien tiene que gobernar nuestra universidad y todos los implicados podemos decidir quién. Si lo hacemos así, nos comprometemos con ese gobierno, a pesar de que no sea el que más desearíamos, pero que será el nuestro y por eso podremos exigirle que se comporte debidamente y tenga en cuenta nuestros intereses.

Se trata, en fin, de que cada uno asuma la porción de responsabilidad que le toca, por pequeña que pueda parecer, pues así es la vida comunitaria, un montón de granos de arena. Y recuerda: si no votas, ellos, los demás, ganan. Si votas, tú ganas incluso aunque tu candidato no gane, porque en democracia participar es ganar. Si votamos todos, ganamos todos y la universidad será, con tu voto, la universidad de todos.

*** Ricardo García Manrique es catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Barcelona.