Laura Borràs

Érase una vez una geganta que se llamaba Laura Borràs y quería ser presidenta de Catalunya. Medía dos metros y siempre llevaba vestiditos cortados a la cintura para parecer más pequeña. Los vestidos eran de color amarilllo y ella los reciclaba para hacer una colcha y colgarla del balcón en Corpus.

La tradición dice que los gigantes y cabezudos se remontan al siglo XV. Hay gigantes y gigantas, pero los cabezudos ganan porque son más y tienen la cabeza del tamaño de un puff para sentarse.

Los gigantes mujeres se llaman gigantas, aunque la acepción femenina apenas se usa en castellano. Por el contrario, en Cataluña está muy extendido el uso de geganta. Laura Borràs, por ejemplo, es una geganta.

Nació en Barcelona y tiene una biografía abultada como su chasis. Se licenció en Filología Catalana, pero como no debía de parecerle suficiente, se doctoró en Filología Románica. Su currículo académico que se dilató hasta que Quim Torra la nombró consejera de Cultura y la política llegó a su vida. Ahora es diputada por Barcelona en el Congreso. Está casada con el arquitecto Xavier Botet y tienen una hija en común.

La portavoz de JxCat está empapelada en el Tribunal Supremo por malversación, prevaricación y fraude cuando era directora del Instituto de las Letras Catalanas.

Borràs quiere ser la primera mujer presidenta de la Generalitat de Catalunya. De momento ya ha ganado las primarias en su partido. Ahora pondrá toda su envergadura al servicio de la causa independentistas. Torra está de su parte, pero el fugitivo de Waterloo, que era partidario de Puigneró, no parece dispuesto a ayudarla. Laura no piensa dar el brazo a torcer. La estrategia ya está en marcha. Puigdemont será su Emérito.

Bob Dylan

Tengo ante mí una foto de Bob Dylan para inspirarme, y lo que son las cosas: a punto he estado de sufrir un vahído. Qué feo, qué pálido, qué desgreñado, qué todo. En su día me gustó bastante, pero ahora se le ha puesto la nariz más ganchuda y tiene el pelo encrespado como un nido de pájaros.

En la foto sale Obama poniéndole a Dylan una medalla que seguramente es la medalla de la Libertad. Pero yo no puedo quitarme de la cabeza su bigotillo rancio, la pajarita negra con las hélices disparadas, las gafas de sol y el traje negro con botones brillantes. Está hecho un cuadro. La foto también es divertida porque Dylan le llega a Omaba a la altura de la barbilla, lo cual resulta francamente irrisorio.

Lo que no hace reír (aunque sí envidiar) es la noticia de la venta a Universal de más de 600 canciones de Dylan. Le han pagado un pastizal: unos 250 millones de dólares.

El cantante vino a España antes de la pandemia, en el contexto de la “gira interminable”, que empezó en 1988 y como reza el título, no terminará nunca.

La vida y obra de este artista planetario también es interminable, como su gira. Nacido hace 79 años en Minnesota, fue Robert Allen Zimmerman (judío y cantautor) hasta que dio con su nombre artístico. Se aficionó pronto a la poesía y a la música (folk, blues, country, rock and roll), siendo sus instrumentos preferidos la guitarra, la armónica y los teclados. Quién sabe: a lo mejor los tocaba todos a la vez.

Bob Dylan empezó su carrera en 1960, tuvo dos esposas y dos novias, cinco hijos y un montón de distinciones. Le dieron el Pulitzer, la Orden de las Artes y las Letras, el Príncipe de Asturias y la medalla presidencial de la Libertad, entre otros. Pero el premio más sonado fue el Nobel de Literatura.

Trabajó con Joan Báez y a ratos se amaron. En 1970 se convirtió al cristianismo. La relación de Báez y Dylan fue un intermitente viaje al amor y a la música. Cuando él rompía con una mujer, surgía el rumor de que Báez y Bob habían vuelto. Era una hermosa historia.

El rey Emérito

“Salí de Zarzuela y quiero volver a Zarzuela” dijo el rey padre. Ergo, el pulso está echado. Llevamos toda la semana especulando sobre el regreso del Borbón y sus consecuencias. Lo último es dejarle sin el título. Somos más papistas que el Papa, aunque de momento no hay trazas de encontrar una solución. Los medios de comunicación se ofrecen voluntariamente a buscar alguna, pero todo son pegas. Uno de los ofrecimientos ha sido la casa de doña Pi, hermana mayor del Emérito, alternativa que él ha rechazado en virtud de un axioma recurrente: “Dime de lo que se trata, que me opongo”. También ha corrido la voz de que podría estar invitado por su hija Elena, opción que no parece plausible porque sería ningunear al resto y no es plan.

Habría que determinar de quien depende el regreso del rey padre. ¿Depende del actual Rey, Felipe VI, o del Gobierno? ¿Depende de la Casa Real (Alfonsín) o del propio Juan Carlos?

Moncloa quiere meter baza. De las palabras de Sánchez no cabe deducir respuestas porque solo sirven para echar balones fuera.

Cuando el Emérito se marchó a Abu Dabi tras recibir una carta que le indicaba el camino de salida, Sánchez se dirigió a los medios diciendo que Juan Carlos iría donde quisiera.

El tiempo ha demostrado que la frase carecía de veracidad. Moncloa y Zarzuela apostaron por la marcha de Emérito. Era la opción preferida de Sánchez y también de Alfonsín. Solo el Felipe VI permaneció al margen guardando su opinión.

Pensando en el futuro (Navidad) lo que más urge es dar con una residencia adecuada. El jueves se comentó que el Palacio de El Pardo estaba sometiéndose a algún arreglo, lo cual ofrecía una pista de por donde iban los tiros.

Juan Carlos I se mantiene en sus trece, pero a Sánchez, la idea de tener al Monarca enredando en Zarzuela no le pone cachondo.

Las críticas arrecian: regularización, tarjetas black, comisiones, etc. Iglesias, Rufián, Borràs, Esteban, Garzón, están en su salsa. Es munición pura y dura para los detractores de la Monarquía.

Mohamed VI

De rey a rey y tiro porque me toca. Mohamed VI es actualidad por algunos temas que comprometen a España, como el aplazamiento de la cumbre hispano-marroquí (al rey le encanta aplazar las citas). Además, ha vuelto el Sáhara. El Sáhara como tema, como asignatura pendiente, como país (la RASD), como excolonia española, como promesa de referéndum, como sueño de los saharauis. Y como reivindicación marroquí.

Hace unas semanas, Pablo Iglesias tuvo un rapto de lucidez recordando que todavía está pendiente el referéndum de descolonización del Sáhara Occidental, actualmente durmiendo el sueño de los justos tras el voluntarista Plan Baker y la permanente inconformidad.

La idea despertó a Trump, que últimamente tiene tiempo libre y ganas de fastidiar. De repente dijo reconocer la soberanía de Marruecos sobre el territorio saharaui, comprometiéndose a mediar si Marruecos reconoce a Israel. La respuesta de Marruecos no se hizo esperar: bien por Trump por su alineamiento con Marruecos en el problema del Sáhara, pero lo de Israel son palabras mayores. Y mañana será otro día.

Mohamed VI atraviesa una mala racha. Es un hombre de naturaleza enfermiza y le rondan los achaques: tiene EPOC (enfermedad de los fumadores), dolencias cardiacas (durante la pandemia fue operado de arritmias en Rabat) y un tumor en el ojo. Lo último que le diagnosticaron fue sarcoidosis, una enfermedad de carácter inmunológico.

En los palacios del rey alauí reina el silencio. No se habla de enfermedades ni de asuntos familiares. El rey y Salma Bennani se casaron en 2002 y se divorciaron en 2018, aunque ya antes Mohamed VI había confinado a su esposa y hacía vida de soltero. Todo Marruecos era un puro rumor. Hasta llegó a decirse que el rey la había hecho desaparecer. Salma Bennani es una ingeniera informática, moderna y feminista que se llevaba fatal con sus cuñadas. Después de esfumarse, una noche la vieron cenando con sus hijos en la plaza Djemá Fnaa de Marrakech. Seguramente era una estrategia palaciega para acallar rumores.

Mulay Hassan, el heredero alauí, estudiaba entonces en un colegio de élite del sur de Marruecos, pero este año ha decidido volver a Rabat para estar más cerca de su madre. En los círculos del rey afirman que se trata de un acto de rebeldía. Mohamed VI está que echa las muelas.