Banksy

“La calle es un lienzo”. Este es el título de la exposición del grafitero que dice llamarse Banksy pero no tiene nombre. Por no tener, no tiene ni rostro. Algunos lo han rastreado en las huellas de varios artistas urbanos con cierta similitud entre sí. Se trata de un fenómeno que no necesariamente esconde una sola identidad. La historia ha dado ejemplos parecidos en distintos ámbitos de la cultura. Sería el caso de Erno Friedman, Gerda Taro y Csiki Weisz, dos fotógrafos y un ayudante de laboratorio. Los tres firmaron con el nombre de Robert Capa, y estuvieron en varias contiendas, entre ellas la guerra de España.

Al llamado Banksy, ya sea uno o múltiple, lo definen como un hombre blanco, alto y rubio, vestido de manera informal y que a los quince años ya andaba por las calles de Bristol localizando exteriores para pintarlos. A los 28, el misterio invadió su nombre y sobre él construyó el marketing que sería la clave de su éxito. Interesado por la política y la crítica social, poco a poco derivó su instinto transgresor hacia el capitalismo, la Iglesia y la monarquía, sobre cuyos campos construyó su imperio estético. Banksy nos deslumbró con el anarquista lanzando una granada oculta en un ramo de flores. Luego vinieron las niñas con flores o globos, los bobbies con un huevo negro en la cabeza y meando contra una tapia. También la ratas en paracaídas, la Cámara de los Comunes invadida por monos en lugar de hombres, etc.

Hay imágenes recurrentes en la obra de quien dice llamarse Banksy, aparte de las ratas o los bobbies y algunos motivos irreverentes, como el Cristo crucificado en cuyos brazos penden dos bolsas de la compra. Es su particular manera de criticar el consumo. También llaman la atención dos imágenes de la Virgen con el niño en el regazo. En la primera, el niño juega con el móvil de la Virgen. En la segunda, el niño aparece desnudito y con un cinturón de bombas adosado al cuerpo.

En el año 2010, Banksy presentó en el Festival de Sundance un documental titulado Salida por la tienda de regalos en referencia a la clásica forma de terminar la visita a un museo. Sea quien sea el Banksy plasmado en el documental, pertenece a la banda de los genios.

Carolina Herrera

Esta semana han arreciado varias polémicas. La más frívola ha sido la de Carolina Herrera, reina de la media costura con sede en NYC. Digo media costura para no exagerar, pues hace años que la alta costura se vino abajo y en su lugar ascendió el “prêt-à-porter” (“listo para llevar”). Ahora se ha impuesto el low cost (bajo coste) que es la primera categoría empezando por la cola.

En declaraciones recientes, Carolina Herrera (81 años: toda una lady) disparó una sentencia que ha dado la vuelta al mundo. La venezolana dijo que a partir de los 40 años solo las mujeres sin clase llevan melena.

La hija de Carolina H, que siempre me ha parecido una virgen del Renacimiento, habrá sido la primera en darse por aludida. La segunda, Letizia de España. Normal. A las dos les sienta muy bien el pelo largo. Al principio, LZ cambiaba continuamente de peinado, y lo mismo iba a la ópera con rizos que se planchaba la melena a juego con sus hijas.

Cuando apareció en escena Meghan Markle, Letizia se fijó en ella y le copió el peinado. Una y otra se hacían pasar por mujeres clasudas, que dicen en Colombia. Menos mal que Meghan se ha alejado de Europa, porque así no coincidirán en gustos.

Meghan usa vestidos de corte geométrico y color liso. En cuanto al pelo, lo lleva impecable y brillante. Una amiga (Cuca García de Vinuesa) es exultante por naturaleza y define su estado de ánimo diciendo: “Soy feliz y me brilla el pelo”. Pues Meghan Markle, lo mismo.

Hace un siglo, las mujeres se cortaban el pelo cuando tenían el primer hijo. Pasaban de tener 20 años a tener de golpe 40. Pero los parámetros de la edad han cambiado. Los 50 de ayer son los 40 de hoy, y los 40, los 30.

Mientras Carolina se corta el pelo, Susanna Griso alcanza el palmo de melena. A ella no le ha gustado el aforismo de la venezolana. Por eso va y dice: "Las hay que mean colonia...".

Carlos Latre (como ministra Montero)

El mundo no me hace ni puta gracia. No soy chistosa, detesto a los graciosos de turno, y a veces me entran ganas de llorar ante las burdas escenas de los cómicos merdellones que actuaban en la Latina entre risotadas del público.

Si tengo que elegir una peli divertida o un espectáculo divertido, me quedo con un monólogo inteligente o una imitación bien hecha. Como no voy a remontarme a la croqueta de Encarna, pondré ejemplos más actuales. Un buen monólogo es el de Leo Harlem, y una buena imitación, la de Carlos Latre en la piel y los gestos de la ministra María Jesús Montero.

Las redes se han puesto en contra de Latre porque ha imitado a Montero enfatizando el acento andaluz. ¿Cómo quieren que la imite? ¿Con duro acento turco o suave deje japonés?

Este país tan listo a veces demuestra ser rematadamente tonto. Que seamos los catalanes quienes nos quejemos del acento que nos sacan en las películas tiene sentido, porque somos más desaboríos y carecemos de sentido del humor. Pero los andaluces no deberían, pues a ellos les favorece el habla, van a favor de obra.

Las peores comedias que he visto a lo largo de mi vida fueron las de destape setentero, aquellas en las que aparecían Pajares y Esteso en calzoncillos y calcetines corriendo detrás de una sueca. Lo mínimo que te podía pasar es que te murieras de bochorno.

Mi generación se crió con Tip y Coll y luego con Martes y trece. Nada que objetar. Tip era un prodigio de talento natural, y Martes y trece, por su parte, fueron inspiradores de un humor que no dejaba a nadie indiferente.

Carlos Latre ha suscitado la bronca a raíz de una de sus últimas imitaciones, precisamente la de María Jesús Montero. Yo he seguido a la trianera en sus comparecencias presupuestarias. Digo que la seguía, pero solo a trompicones, pues yo en cuestiones fiscales no he pasado de saber que medio millón de pesetas son tres mil euros.

Montero es de Sevilla y tiene un lenguaje gestual que arrebata, sobre todo cuando junta las manitas como si fuera a rezar el rosario. Latre se lo ha pillado todo, incluida la inteligencia. Si no fuera inteligente no sería María Jesús Montero. Y aunque yo no sé medir la inteligencia de la gente de números, la huelo a distancia.

Alabo de Latre todos y cada uno de los gestos que ha imitado de la ministra, empezando por el ceceo de Triana, que no es tan dulce como yo creía.

Propongo que el humorista haga un monógráfico de la Montero, y que ella ponga fin al sketch diciendo: “¡S´aprobao!”.

Paco Umbral

Ha vuelto Umbral. Hace tiempo que no sabíamos nada de él (trece años, para ser exacto) y lo echábamos en falta. Un día lo comenté con España y ella me devolvió una mirada triste. “Pensaba que solo me daba cuenta yo”, dijo con voz entrecortada. “Para volver, antes hay que hacer un duelo”, comenté haciendo un esfuerzo para creerme lo que decía. Ahora me doy cuenta de que tenía razón. Trece años de silencio son un duelo como de aquí a Lima.

El día 16 asistiré con España a un pase del documental Anatomía de un dandy, que ya debe de sabérselo de memoria, porque lo ha visto media docena de veces y está feliz de cómo ha salido. Estarán presentes los directores Charlie Arnáiz y Alberto Ortega, que también se lo saben pues por algo lo han hecho. En el documental hablan los nombres importantes de la literatura y el periodismo, y no todos dicen maravillas de Paco porque la envidia es muy cochina... Alguien con criterio y finura de poeta me ha dicho que el mejor parlamento, el más auténtico y sentido, es el de Ángel Antonio Herrera. Le salió redondo.

Tengo muchos recuerdos de Umbral. Unos en las entretelas y otros perdidos en los cajones para que no se encuentren.

Conocí a Paco y España en los primeros setenta. Según mi memoria, pudo ser en el estreno de Yerma, de Núria Espert y Víctor García . Los vi entre el público, con gente que luego hemos frecuentado ambos. En el transcurso de los años tuvimos por lo menos un par de pandillas: la de Pilar Trenas y Amaro Gómez Pablos, Gonzalo de Borbón Dampierre, Julio de Benito, Otero Besteiro (increíblemente, todos muertos).

Creo que una de nuestras primeras salidas fue a un complejo hotelero de los Ángeles de San Rafael que se había derrumbado unos años atrás por defectos de construcción que hicieron famoso a Jesús Gil. Aquel día estuvimos todo el rato dándole al baile de la escoba. Paco disfrutaba como un enano. Parecíamos gente de pueblo. Lo parecíamos y lo éramos. Hasta el final, Paco vivió en Majadahonda, siempre rodeado de futbolistas (GordilloMichel).

El último día que estuve con Paco, fue un domingo por la tarde. Pitaba mi lavavajillas y pitaba el sonotone de Paco. Un maravilloso disparate.