... y en Podemos cayó una lágrima. Y la princesa está triste, y los suspiros se escapan de su ministerio/tarta.

Las lágrimas de Irene Montero han de conmover a todo buen cristiano porque, vistas a la distancia, parece que es la única que se cree su negociado, su feminismo dinamitero, tan lejano al de Calvo que se diría todo de pureza. Como una novia juanramoniana.

Una joven llorando, agraciada, siempre nos conmueve a los más pusilánimes y casi que por un gesto mecánico, según un resorte neuronal de espejo que no me voy a extender en detallar, también lloramos.

Yo lloro también cuando veo las Quechuas de Otegi, lloro con el embarazo deseado de mi musa rubia, con los muertos del coronavirus y con la lenta descomposición de Maradona y el purgatorio en el que anda. Lloro porque comparto piso con una anciano presuntamente tísico y lloro porque amanece.

Yo, Irene, lloro porque te comprendo, hermana. Te llevo comprendiendo desde aquel ya lejano 8-M en que te retraté para este periódico con la mano en la boca, y no supe si era bostezo o tos coronavírica. Pero tus lágrimas conmueven, acaso porque tu conviviente en La Navata, el macho mayor de edad, no se cree demasiado en serio eso de Vistalegre, y el cambio de régimen será más bien una gamberrada del niño del del FRAP. Podrían llamarte Miss Frape, pero esos son los tuiteros malos, babosos, los que no tendrán hijos y que son lo que son. Mala gente que tuitea y va apestando la tierra.

Yo Irene, es que me conmuevo con tus lágrimas. Acaso porque hay un resquicio de verdad, y con la verdad se acaba con la lacra del machismo, con los chiringuitos y hasta con la peste. Sería ponerme estupendo decir que aquí pareces una Dolorosa andaluza, pero sé que las lágrimas son una proyección de todo lo que pasa, los darditos que te tiran las voxeras y con los que ya, ay, no tienes ganas de hacerte tirabuzones.

No le lloraste a la de la ETB, ahí guardaste el tipo, te confiaste. Porque somos humanos y en tu Ministerio, aparte de los cortinales multicolores, hay un peloteo atroz, y yo comprendo esa soledad.

Dicen que tus lágrimas estaban calculadas y yo creo que no, porque la voz se te va apagando y las lágrimas te emborronan los tus oyos y entonces no ves a la cuchipanda de las rastas y las Serras, sino a las sufragistas británicas y por un momento te olvidas del Moños y te sientes parte de la Historia (perdón por la mayúscula, que diría el primo Juanma).

Se me viene al magín aquello de Gutierre de Cetina de "Ojos claros, serenos,/ si de un dulce mirar sois alabados,/ ¿por qué, si me miráis, miráis airados?" aunque sé que por ahí sois más de Marwan y de Elvira Sastre, y contra eso hay poco que hacer.

Dicen que el efecto de la lágrima genera reacciones positivas en el córtex, equilibra los humores y refuerza el sistema inmunológico. La lágrima es agua, sal y misterio. Y rímel. Y tú lo sabes, Irene.