España es Miguel Bosé y los antivacunas. España es una manada de majarones al solano, sin mascarillas, ocupando casas y ciscándose en la Ciencia, en Pasteur y en la Constitución.

En España sólo faltaba Miguel Bosé, y Bosé apareció después de las tragedias y los confinamientos, sin sombra de ojos, para decirse y desdecirse de sus sombras sobre la pandemia, la industria farmacéutica y así. Es típico de los intelectuales españoles el afán de acaudillar un grupito, de meterse en una vanguardia cuando los escenarios ya no son lo que fueron y ya no suenan en los 40 Principales.

Miguel Bosé, en el fondo, no es Ramón y Cajal, sino otro walking dead de los 80/90 a los que prestamos atención por ser los más nuestros. El problema es que a Bosé, por la genética bella y torera, se le ha venido tomando en cuenta en el debate público; quizá porque España es así, señora, y hasta la Policía va a tener que dejar las labores judiciales para multar a esta degradación del PACMA que son los antivacunas.

Ponemos a Bosé en la foto porque lo de los antivacunas en Madrid es hacerle más sangre a José Manuel Franco, y tampoco es plan de ahondarle al hombre en los problemas de conciencia que le perseguirán de aquí a la eternidad. En este período de entreguerras que es el verano, la sociedad civil no se ha preparado para nada: Fernando Simón es un icono pop y eso es para hacérselo mirar antes, durante y después de los funerales de Estado.

Nos han limitado los toros, la libertad, nos cerrarán los bares y ya son varios amigos míos -coachings- los que han venido deslizando cierta propensión al suicidio.

Miguel Bosé es esa industria cultural que hay que ayudar. Sus contradicciones son las de un país que se ha pasado por el forro lo más mínimo: del aplausito balconero a Magaluf con las narices blancas y sin mascarillas. A Ponce se le ve feliz y sin mascarilla, pero ésa es otra película. Lo triste es que Bosé rectifica a su manera.

Seré tu Covid, bandido...