Yolanda Díaz, ministra de Trabajo por la gracia del insomnio reconducido, natural de cerca de Ferrol y con aires etruscos, es muy de reírse en el funeral del tejido productivo y del currela.

El suyo es un humor entre negro y rojo, entre nervioso y ministerial, y con ella todo lo que va de los ERTE a la puñetera rúe es un descojone en la conexión en directo.

Díaz, desde que aterrizó en este Gobierno caótico, progresista, sobaquero y goteante, ha cambiado la color. Y le agradecemos eso de venir a cachondearse de todos los españoles que mueren por una paguita y pagarse un bollo.

De su blanca palidez y de sus vestidos vaporosos ha pasado a ceñirse ahora en un rojo Caprile, que le va mejor para cuando hay que sacar carcajadas del peor paro de nuestra Historia.

Las risas de Yolanda son las risas de los comunistas residuales, un ruido como de hienas en cuarentena o en cuarentona que no pueden tomar las plazas del 15-M y sí el CNI, la EPA y una serie de ministerios/falansterios para hacer duplicidad en el vacío, para producir papel oficial, para ser y estar en un Gobierno asonante.

Yolanda Díaz es que se ríe -de ahí que la retratemos-, y se fía tan larga su dialéctica pedagógica que hasta los niños, confiesa, sabrán distinguir un ERTE de un ERE. Barrio Sésamo desde Moncloa.

Porque si las niñas ya no quieren ser princesas, los niños podemitos/neocomunistas del futuro deberán ser graduados sociales o habilitados de clases pasivas. O cooperativistas. O politólogos, o hermanos Garzón o garza en Galapagar.

Una sonrisa de Díaz es una rara flor dentro de un Gobierno de sombríos, acaso porque las dioptrías de Illa y los balanceos de Ábalos no nos traen la primavera sino una ristra de datos para ponerle periodismo de datos y triangulaciones a la catástrofe.

Yolanda Díaz se ríe, mueve las manos como Ferreras en directo o como Iturralde en La Condomina, y así detalla a los padres de familia cuál es la burocracia de la cartilla de racionamiento.

En esos atriles ministeriales, hidroalcohólicos, socialdemócratas, stalinistas, calviñistas y contagiados, los españoles vamos viendo pasar la vida y el confinamiento. Con Ábalos llegaron las sonrisas y con Yolanda Díaz la risa, la risa que destensa esta catástrofe sin principio ni final.

La ministra de Trabajo nos ha dado una fotografía que en un país nórdico -Díaz tiene algo de princesa de hielo- hubiera servido para enardecer al pueblo y soñar con una amapola en el fiordo. Pero es que esto es España, donde nos estafan hasta con el precio del látex y la esterilización de las escafandras.

Pero Díaz ríe, ríe, aunque los datos dan para pocas coñas laborales y marineras. Para ser de El Ferrol, parece Díaz de San Fernando.